Derechos 2005 Aleida March, Centro de Estudios Che Guevara y Ocean Press. Reproducido con su permiso. Este material no se debe reproducir sin el permiso de Ocean Press. Para mayor información contactar a Ocean Press a: [email protected] o a través de su sitio web en www.oceanbooks.com.au
ATAQUE AÉREO
Después del combate victorioso contra las fuerzas de Sánchez Mosquera, habíamos caminado por las riberas del río de La Plata y, después, cruzando el Magdalena, vuelto a la zona ya conocida por nosotros en Caracas. Pero el ambiente que existía allí era diferente al que habíamos vivido la primera vez, cuando estuvimos escondidos en esa misma loma y todo el pueblo nos apoyaba; ahora las tropas de Casillas habían pasado sembrando el terror por la zona. Los campesinos se habían ido y solamente quedaban sus bohíos vacíos y algún animal que nosotros sacrifi cábamos para comer. La experiencia nos enseñaba que no era correcto el vivir en las casas, de modo que, después de pasar la noche en una de ellas, solitaria, subimos al monte y establecimos nuestro campamento al pie de una aguada, casi en la punta de la loma en Caracas.
Allí recibí una consulta de Manuel Fajardo, preguntándome si era posible que perdiéramos la guerra. Nuestra contestación, independientemente de la euforia de alguna victoria, era siempre la misma: que la guerra se ganaba indiscutiblemente. Me explicó que él me preguntaba eso porque el gallego Morán, le había dicho que no era posible ganar la guerra, que estábamos perdidos y lo había invitado a abandonar la campaña. Puse en conocimiento de Fidel estos datos pero me encontré con que, previsoramente el gallego Morán le había informado ya a Fidel Castro que estaba haciendo algunos tanteos para probar la moral de la tropa. Convinimos en que no era el sistema más adecuado éste y Fidel dio una pequeña arenga instando a una mayor disciplina y explicando los peligros que podía haber si faltaban a ella. Anunció además que tres delitos se castigarían con la pena de muerte: la insubordinación, la deserción y el derrotismo.
La situación no estaba muy alegre en esos días; la columna, sin su espíritu forjado en la lucha, todavía, y sin una clara conciencia ideológica, no acababa de consolidarse. Un día uno, un día otro se ausentaban compañeros; pedían funciones que a veces eran de mucho mayor riesgo en la ciudad, pero que signifi caban siempre la huida ante las duras condiciones del campo. Sin embargo, continuaba la vida de campaña su curso; el gallego Morán mostró una infatigable actividad buscando comida y haciendo contacto con los campesinos de lugares cercanos.
En esas condiciones estábamos el día 30 de enero por la mañana. Eutimio Guerra, el traidor, había pedido permiso para ir a ver a su madre enferma y Fidel se lo había concedido, dándole además algo de dinero para el viaje. Según él, el viaje duraría algunas semanas; todavía nosotros no habíamos comprendido una serie de hechos que después fueron claramente explicados por la actuación posterior de este sujeto. Al juntarse nuevamente con la tropa, Eutimio dijo que él había llegado cerca de Palma Mocha cuando se enteró que estaban las fuerzas del gobierno tras nuestra pista y que había tratado de irnos a avisar, pero ya encontró sólo algunos cadáveres de soldados en el bohío de Delfín, uno de los guajiros en cuyas tierras se escenifi có el combate de Arroyo del Infi erno, y que había seguido nuestra pista por la Sierra hasta encontrarnos allí. En realidad lo que había ocurrido es que él había sido hecho prisionero y estaba ya trabajando como agente del enemigo pues había convenido en recibir dinero y un grado militar para asesinar a Fidel.
Como parte del plan, Eutimio había salido del campamento el día anterior, y por la mañana, después de una noche fría, cuando empezábamos a levantarnos, escuchamos el zumbido de aviones que no se podían localizar pues estábamos en el monte. La cocina encendida estaba a unos doscientos metros más abajo, en una pequeña aguada, allí donde acampaba la punta de vanguardia. De pronto se oyó la picada de un avión de combate, el tableteo de unas ametralladoras y, a poco, las bombas. Nuestra experiencia era muy escasa en aquellos momentos y oíamos tiros por todos lados. Las balas de calibre 50 estallan al dar en tierra y golpeando cerca nuestro daban la impresión de salir del mismo monte al tiempo que se oían también los disparos de las ametralladoras desde el aire, al salir las balas. Eso nos hizo pensar que estábamos atacados por fuerzas de tierra.
Se me encomendó la misión de esperar a los miembros de la punta de vanguardia y también de recoger unos enseres que habíamos abandonado debido al ataque aéreo. El punto de reunión era la Cueva del Humo. Mi compañero fue en aquel momento Chao, veterano de la guerra española. Estuvimos esperando durante algún tiempo la llegada de algunos compañeros desaparecidos, pero no encontramos a nadie. Seguimos las huellas de la columna caminando tras un rastro impreciso, con una gran carga, hasta que resolvimos sentarnos a descansar en un claro del bosque. Después de algún tiempo, al sentir ruido y observar movimientos, vimos que avanzaban también siguiendo las mismas huellas el hoy comandante Guillermo García y Sergio Acuña; eran miembros del destacamento de vanguardia y venían a unirse con el grupo. Tras alguna deliberación, Guillermo García y yo fuimos nuevamente al campamento para tratar de ver qué es lo que pasaba ya que no se escuchaba ningún ruido; los aviones habían desaparecido.
Vimos un espectáculo desolador: con una extraña puntería que no se repitió, afortunadamente, durante la guerra, había sido atacada la cocina. El fogón había sido partido en pedazos por la metralla y una bomba había estallado exactamente en el medio de nuestro campamento de vanguardia pero, momentos después de retirada la gente. El gallego Morán y un compañero habían salido a explorar y volvía Morán solo, anunciando que había visto los aviones desde lejos, que eran cinco y, además, que no había tropas en la cercanía. Seguíamos caminando los cinco compañeros, con una gran carga, en medio del espectáculo desolador de las casas de nuestros antiguos amigos quemadas totalmente. Todo lo que encontramos en una de ellas, fue un gato que nos aulló lastimosamente y un puerco que salió gruñendo al sentir nuestra presencia. De la Cueva del Humo conocíamos el nombre pero no sabíamos exactamente cuál era el lugar. Así pasamos la noche en medio de la incertidumbre, esperando ver a nuestros compañeros, pero temiendo encontrar al enemigo.
El día 31 tomamos posición en lo alto de una loma dominando unos sembradíos, en lo que suponíamos que debía ser la Cueva del Humo; se hicieron varias exploraciones sin encontrar nada. Sergio, uno de los cinco, creyó ver dos personas con gorritos de peloteros, pero se demoró en avisar y no pudimos alcanzar a nadie. Salimos con Guillermo a explorar hasta el fondo del valle cerca de las riberas del Ají donde un amigo de Guillermo nos dio algo de comer, pero toda la gente estaba muy asustada. Nos avisó este amigo que toda la mercancía de Ciro Frías fue tomada por los guardias y quemada; las mulas fueron requisadas y el arriero muerto. La tienda de Ciro Frías quemada y su mujer presa. Los hombres que habían pasado por la mañana estaban bajo las órdenes del comandante Casillas que había dormido en las cercanías de la casa.
El 1° de febrero nos quedamos en nuestro pequeño campamento, prácticamente a la intemperie, reponiéndonos del cansancio de las caminatas del día anterior. A las once de la mañana se oyó un tiroteo al otro lado de la loma y después, más cerca, unos gritos lastimeros como de alguien pidiendo auxilio. Todo esto parece que acabó con los nervios de Sergio Acuña, quien dejó silenciosamente su canana y el fusil y desertó de la guardia a él encomendada. Anotamos en nuestro diario de campaña que se había llevado un sombrero guajiro, una lata de leche condensada y tres chorizos; en aquel momento lo sentimos mucho por la leche condensada y los chorizos. Unas horas después oímos ruidos y nos aprestamos a la defensa, no sabiendo si el desertor nos había traicionado, pero apareció Crescencio con una larga columna integrada por casi todos los nuestros y una nueva gente incorporada de Manzanillo que estaba dirigida por Roberto Pesant. De los nuestros faltaban Sergio Acuña, el desertor, y los compañeros Calixto Morales, Calixto García y Manuel Acuña; además un nuevo recluta incorporado recientemente que se había perdido en el tiroteo en este primer día.
Bajamos nuevamente al valle del Ají, y en el camino se repartieron algunas cosas que habían traído los de Manzanillo, incluido equipo de cirugía y mudas de ropa para todos. Nos emocionó mucho recibir en aquel momento una muda de ropa con iniciales bordadas por las muchachas de Manzanillo. Al día siguiente, dos de febrero, al cumplirse dos meses del desembarco del Granma, estaba un grupo homogéneo reunido; se habían incorporado a él unos diez hombres más provenientes de Manzanillo y nos sentíamos más fuertes y con mejor ánimo que nunca. Muchas discusiones tuvimos de cómo se había producido la sorpresa y el ataque de los aviones y todos coincidimos en que la cocina de día y el humo que desprendiera la fogata había guiado los aviones hasta allí. Durante muchos meses y quizás durante toda la guerra, los recuerdos de aquella sorpresa pesaron en el ánimo de la tropa y hasta el fi nal no se hicieron fogones al aire libre durante el día, temiendo alguna desagradable consecuencia.
Nos parecía imposible, y creo que no pasó por la mente de nadie, el que estuviera en el avión de observación, que nosotros llamábamos el chivato, el traidor Eutimio Guerra, explicándole a Casillas el lugar donde estábamos: pero así era. La enfermedad de su madre era un pretexto utilizado por él para salir y buscar al asesino Casillas.
Todavía durante algún tiempo más Eutimio Guerra jugó un importante papel negativo en el desarrollo de nuestra guerra de liberación.
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