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Federico Engels
REVOLUCIÓN Y CONTRAREVOLUCIÓN EN ALEMANIA

 



IX

EL PANESLAVISMO

 

LA GUERRA DE SCHLESWIG-HOLSTEIN


Bohemia y Croacia (otro miembro desgajado de la familia eslava que ha estado sometida a la misma influencia de los húngaros que Bohemia de los alemanes) han sido la patria de lo que se ha dado en llamar «paneslavismo» en el continente europeo. Ni la una ni la otra han tenido la fuerza suficiente para existir como naciones independientes. Sus respectivas nacionalidades, minadas paulatinamente por la acción de causas históricas que dieron lugar a su inevitable absorción por otros pueblos más enérgicos, no podían esperar sino la recuperación de algo parecido a independencia mediante una alianza con otras naciones eslavas. Habiendo veintidós millones de polacos, cuarenta y cinco millones de rusos, ocho millones de servios y búlgaros ¿por qué no formar una poderosa confederación de los ochenta millones de eslavos y expulsar de la santa tierra eslava o exterminar a los intrusos: a los turcos, a los húngaros y, sobre todo, a los odiados pero ineludibles niemetz, los alemanes? Así, en los estudios de unos cuantos dilettanti eslavos de la historia surgió este movimiento ridículo y antihistórico que no se proponía ni más ni menos que someter el Oeste civilizado al Este bárbaro, la ciudad al campo, el comercio, la industria y la cultura espiritual a la agricultura primitiva de los siervos eslavos. Pero tras esta absurda teoría se alzaba la terrible realidad del Imperio ruso, este imperio que descubre en cada paso que da la pretensión de tener a toda Europa por dominio del género eslavo y especialmente de su única parte enérgica, los rusos; este imperio que, con dos capitales como San Petersburgo y Moscú, aún no ha encontrado su centro de gravedad en tanto que la «Ciudad del Zar» (Constantinopla, denominada en ruso Tsargrad, ciudad del zar), conceptuada por todos los campesinos rusos de verdadera metrópoli de su religión y su nación, no sea en realidad la residencia de su emperador; este imperio que, durante los últimos ciento cincuenta años, jamás ha perdido, y sí ha ganado siempre, territorio en todas las guerras que ha comenzado. Y son harto conocidas en Europa Central las intrigas con que la política rusa ha sustentado la teoría paneslavista de nueva hornada, teoría cuyo invento viene como anillo al dedo a los fines de esta política. Así, los paneslavistas bohemios y croatas, unos intencionadamente y otros sin darse cuenta, han obrado directamente a favor de Rusia; han traicionado la causa revolucionaria en aras de la sombra de una nacionalidad que, en el mejor de los casos, correría la misma suerte que la nacionalidad polaca bajo la dominación rusa. Debe decirse, no obstante, en honor de los polacos, que ellos jamás han caído seriamente en esta ratonera paneslava; y si bien es verdad que algunos aristócratas se hicieron paneslavistas recalcitrantes, no lo es menos que a sabiendas de que con el sojuzgamiento ruso perdían menos que con una revuelta de sus propios campesinos siervos.

Los bohemios y croatas convocaron un congreso general eslavo en Praga para preparar la alianza universal de los eslavos [35]. Este congreso hubiera fracasado de todas las maneras incluso sin la intervención de las tropas austríacas. Las distintas lenguas eslavas se diferencian tanto como el inglés, el alemán y el sueco, y cuando se inauguraron los debates, se vio que no había ninguna lengua eslava común mediante la cual pudieran hacerse entender los oradores. Se probó hablar en francés, pero tampoco lo entendía la mayoría, y los pobres entusiastas eslavos, cuyo único sentimiento común era el odio común a los alemanes, se vieron por último obligados a expresarse ellos mismos en la odiada lengua alemana, ¡ya que era la única que conocían todos! Pero justamente entonces se reunía otro congreso eslavo en Praga, representado por los lanceros de la Galicia rutena, los granaderos croatas y eslovacos y los artilleros y coraceros checos; y este congreso eslavo auténtico y armado, bajo el mando de Windischgrätz, en menos de veinticuatro horas desalojó de la ciudad y dispersó por los cuatro costados a los fundadores de esa imaginaria supremacía eslava.

Los diputados bohemios, moldavos y dálmatas y parte de los diputados polacos (de la aristocracia) a la Dieta Constituyente Austríaca hicieron de esta Asamblea una guerra constante al elemento alemán. Los alemanes y parte de los polacos (la nobleza arruinada) fueron en esta asamblea el apoyo principal del progreso revolucionario. El grueso de los diputados eslavos que se oponía a ellos no se contentaba con esa manifestación abierta de las tendencias reaccionarias de todo su movimiento, pero cayeron tan bajo que empezaron a urdir intrigas y conspirar con el mismísimo Gobierno austríaco que disolvió su congreso en Praga. Y recibieron el pago merecido por su infame conducta. Después de haber apoyado al gobierno durante la insurrección de octubre de 1848, con lo que éste les aseguró la mayoría en la Dieta, esta Dieta, ahora casi exclusivamente eslava, fue disuelta por las tropas austríacas, lo mismo que el congreso de Praga, y los paneslavistas fueron amenazados con la cárcel si volvían a moverse. Y lo único que han conseguido es que la nacionalidad eslava esté siendo minada en todas partes por la centralización austríaca, resultado al que deben su propio fanatismo y su ceguera.

Si las fronteras de Hungría y Alemania dejaran lugar a alguna duda, se desencadenaría ciertamente otra lucha aquí. Mas, por fortuna, no hubo pretexto para ello, y como ambas naciones tenían intereses íntimamente relacionados, peleaban contra los mismos enemigos, o sea, contra el Gobierno austríaco y el fanatismo paneslavista. El buen entendimiento no fue alterado aquí ni un momento. Pero la revolución italiana enzarzó a una parte, al menos, de Alemania, en una guerra intestina; y aquí debemos consignar, como prueba de lo mucho que el sistema de Metternich había logrado frenar el desarrollo de la opinión pública, que durante los primeros seis meses de 1848 los mismos hombres que en Viena levantaran las barricadas fueron, llenos de entusiasmo, a adherirse al ejército que combatió a los patriotas italianos. Esta deplorable confusión de ideas no duró, sin embargo, mucho.

Por último, estaba la guerra con Dinamarca por Schleswig y Holstein. Estas dos comarcas, indiscutiblemente germanas por la nacionalidad, la lengua y las predilecciones de la población, son asimismo necesarias a Alemania por razones militares, navales y comerciales. Sus habitantes han luchado con tenacidad durante los tres últimos siglos contra la intrusión danesa. Tenían de su parte, además, el derecho de los tratados. La revolución de marzo los colocó en colisión manifiesta con los daneses, y Alemania los apoyó. Pero, mientras en Polonia, Italia, Bohemia y, posteriormente, en Hungría, las operaciones militares se llevaban con la mayor energía, en esta guerra, la única popular, la única, al menos parcialmente, revolucionaria, se adoptó un sistema de marchas y contramarchas inútiles y se admitió incluso la mediación de la diplomacia extranjera, lo que condujo, tras multitud de heroicas batallas, al fin más miserable. Los gobiernos alemanes traicionaban durante esta guerra, siempre que se presentaba la ocasión, al ejército revolucionario de Schleswig Holstein y permitían intencionadamente a los daneses que lo aniquilaran cuando quedaba disperso o dividido. El cuerpo alemán de voluntarios fue tratado de igual manera.

Pero mientras el nombre alemán no se granjeaba así nada más que el odio en todas partes, los gobiernos constitucionales y liberales se frotaban las manos de alegría. Lograron aplastar los movimientos polaco y bohemio. Despertaron por doquier la vieja animosidad nacional que impidiera hasta el día todo entendimiento o acción mancomunada de los alemanes, los polacos y los italianos. Habían acostumbrado al pueblo a escenas de guerra civil y represiones por parte de las tropas. El ejército prusiano había recuperado la seguridad en sus fuerzas en Polonia, y el austríaco en Praga. Y mientras el rebosante patriotismo (die patriotische Überkraft, según la expresión de Heine [*]) de la juventud revolucionaria, pero miope, fue encauzado a Schleswig y Lombardia para que allí sirviera ésta de blanco de la metralla del enemigo, el ejército regular, instrumento real para la acción tanto en Prusia como en Austria, obtuvo la oportunidad de recuperar la simpatía de la gente con sus victorias sobre los extranjeros. Pero repetimos: tan pronto como estos ejércitos reforzados por los liberales para emplearlos contra el partido más radical, recuperaron la seguridad en sus fuerzas y la disciplina en cierto grado, volvieron las armas contra los liberales y restauraron el poder de los hombres del viejo régimen. Cuando Radetzky recibió en su campamento a orillas del río Adige las primeras órdenes de los "ministros responsables"  de Viena, exclamó: «¿Quiénes son estos ministros? ¡Ellos no son el Gobierno de Austria! Austria no existe ahora más que en mi campamento; mi ejército y yo somos Austria; ¡y cuando hayamos derrotado a los italianos, reconquistaremos el Imperio para el Emperador!» El viejo Radetzky tenía razón. Pero los imbéciles ministros «responsables» de Viena no detuvieron la atención en él.

Londres, febrero de 1852



[*]  Heine. "Bei des Nachtwächters Ankunft zu Paris" ("Sobre la llegada del sereno a París) (del ciclo "Zeitgedichte": Poemas modernos). (N. de la Edit.)

 

[35]  El Congreso eslavo, que se reunió en Praga el 2 de junio de 1848, mostró la presencia de dos tendencias en el movimiento nacional de los pueblos eslavos, oprimidos por el Imperio de los Habsburgo. No pudo llegar a un punto de vista único sobre la solución del problema nacional. Parte de los delegados del Congreso, que pertenecían al ala radical y habían participado activamente en la insurrección de Praga de 1848, fue sometida a crueles represiones. Los representantes del ala liberal moderada que habían quedado en Praga declararon el 16 de junio que las sesiones del Congreso se aplazaban por tiempo indefinido.