Fuente del Texto:
Claridad: La historia bien contada, No. 14 (Peru, julio de 2021).
Esta Edición: Marxists Internet Archive, junio de 2024.
Transcripción y HTML: Juan R. Fajardo, junio de 2024.
Pocas veces habíamos logrado antes una unidad como la que hoy hemos alcanzado en el Partido Una unidad basada en el cimiento inconmovible del marxismo-leninismo; en nuestra insobornable pertenencia clasista proletaria; en nuestra voluntad de continuar el camino abierto por Mariátegui, con igual sentido de creación, iniciativa y fe en las capacidades revolucionarias de la clase obrera y el pueblo; en una actitud de independencia, autonomía y autodecisión en la determinación de nuestra estrategia, programa o táctica. No somos apéndice de ningún otro partido. Tampoco pretendemos ni asumiremos jamás el papel de tutor o fiscal de otro partido hermano. Nuestra es la gran consigna: ¡Proletarios de todos los países, uníos!". Ello no significa, sin embargo, renunciar al patriotismo auténtico; ajeno éste a toda variedad de chauvinismo y a todo espíritu servil y seguidista.
Nuestra aspiración es forjarnos como un partido profundamente revolucionario. Nuestro propósito inabdicable radica en realizar el socialismo en el Perú, de acuerdo a nuestras propias circunstancias y particularidades. La revolución será obra del pueblo peruano, jamás obsequio de nadie. En razón de ello, no es suficiente declarar la inevitabilidad del socialismo; de lo que se trata es de encarnarlo y realizarlo. No por casualidad, un partido marxista-leninista debe construirse, desde antes de acceder al Poder, prefigurando en su conducta, en su estilo de trabajo, en sus rasgos distintivos, en la formación de sus militantes, cuadros y dirigentes, los valores de la nueva sociedad que aspira edificar.
Luego de la muerte de Mariátegui, la izquierda en el Perú se caracterizó por expresarse, sobre todo, como un factor de oposición y de cuestionamiento. y muy poco como un factor alternativo. Estamos persuadidos de la importancia que tiene acabar con esta limitación que vició el significado profundamente revolucionario de la actividad de los comunistas A ello se debe su adaptación. en no pocas ocasiones, a los marcos del sistema existente o de sus instituciones. No es, pues, circuns-tancial que el Congreso remarca la necesidad de adoptar una actitud de trabajar con vocación de Poder; de tender la mirada sobre el amplio escenario de la lucha de o ases; de entender la revolución como un hecho totalizador, multifacético y creador.
No somos un partido de reformas, menos todavía un partido que rinde culto al evolucionismo vulgar, o que se mueve dentro de los reducidos linderos del economicismo o el gremialismo, tampoco un partido aventurero. Somos una organización que se propone -codo a codo-, con los demás contingentes revolucionarios, progresistas y populares, terminar con el actual sistema económico y social y el actual poder reaccionario, para abrir camino al logro de la liberación nacional y la democracia popular, la construcción de un poder popular y el desarrollo de la economía nacional, la promoción del progreso social y la afirmación de una nueva cultura, avanzando ininterrumpidamente hacia el socialismo, de modo que el pueblo peruano sea el único y efectivo dueño del país y de su destino.
Vivimos un periodo histórico de cambios titánicos en la arena internacional y nacional. El mundo vive un proceso de ebullición, confrontación y de crecientes peligros para la humanidad. En estas condiciones, la lucha contra el imperialismo es inseparable de la lucha por la paz mundial, hoy seriamente amenazada; inseparable de la batalla de los pueblos por decidir sus propios destinos, por acabar con la expoliación y explotación imperialistas. Somos partidarios de una línea internacional de independencia y no alineamiento, de unidad con los pueblos que luchan por salvaguardar sus derechos, de solidaridad con quienes resisten al imperialismo, la agresión o el intervencionismo. Partimos del presupuesto que cada pueblo debe resolver por sí mismo sus problemas, sin injerencias de ninguna clase.
La Revolución de Octubre abrió un anchuroso camino para el victorioso avance del socialismo sobre la tierra. Desde entonces, triunfaron muchas revoluciones y el proletariado accedió al Poder en una serie de países, a través de la lucha revolucionaria, de tenaces sacrificios, pavimentando el camino con la sangre, el sufrimiento y la esperanza indoblegable de sus mártires y sus combatientes. Pero el socialismo ha seguido un curso complejo, con avances y retrocesos, con victorias y reveses e, incluso, reversiones importantes. Con todo, pese a los problemas generados, el socialismo se presenta como la única posibilidad para encontrar solución a los problemas fundamentales de la humanidad. El socialismo, además, no es un sistema económico social perfecto ni acabado, puesto que constituye la primera etapa de la sociedad comunista; tampoco el Estado socialista es un paraíso en el cual todo está resuelto a satisfacción. Su construcción exige arduos esfuerzos, enorme creatividad, aprendizaje permanente, balance crítico de lo realizado e incorporación de los esfuerzos, las experiencias y la capacidad creadora de las masas. Es, en tal sentido, todavía imperfecto, y hay mucho que desbrozar, ajustar o perfeccionar. A lo largo de él, subsiste aún la lucha de clases y, son indispensables la dictadura del proletariado y el rol dirigente del partido de la clase obrera, a la par que la integración de los vastos contingentes populares en la gestión del Estado, el Gobierno, la economía y la cultura.
Los errores cometidos -muchos de ellos graves-, los reveses, o las reversiones sufridas no justifican ningún pesimismo ni derrotismo; tampoco constituyen confirmación de que el socialismo preconizado por Marx y Lenin -esto es, el socialismo científico—, haya caducado. Todo lo contrario, aquellos son lo temporal y transitorio, mientras que el socialismo es una exigencia histórica inevitable. El socialismo existe y avanza, y se construye alumbrando el camino de la humanidad. Los países donde éste se edifica cuentan con nuestro apoyo y solidaridad. El proletariado y los pueblos tienen suficiente sabiduría y vitalidad para corregir el rumbo allí donde se haya equivocado, para recuperar el Poder de quienes lo han usurpado, para sacar lecciones de sus errores y recoger los frutos de sus éxitos, para abrir nuevas perspectivas al género humano. De aquí nace nuestra profunda confianza en la victoria de la revolución.
La revolución peruana será creación heroica de nuestro pueblo. Si el pueblo no es movilizado, educado y alzado a la lucha, la revolución carecerá de fuerza. Persistiendo en la tarea de realizar la democracia popular y la liberación nacional, de acabar con la dominación imperialista, principalmente norteamericana, y con la dictadura de las clases que detentan el Poder; jamás perderemos de vista que sin el socialismo no hay salida posible para el país, ni un porvenir asegurado para la inmensa mayoría de peruanos, sometidos al yugo de la dominación imperialista y de la explotación.
Los comunistas no pretendemos el monopolio de la verdad ni el privilegio exclusivo de la revolución. Reconocemos y valoramos altamente el rol que juegan distintas fuerzas políticas revolucionarias, democráticas y patrióticas, y quienes adhieren al marxismo-leninismo y al pensamiento de Mariátegui. Valoramos el papel decisivo que cumplen las masas en sus diversos componentes, comprendemos el papel positivo que juegan los sectores avanzados de los pequeños y medianos empresarios y los sectores progresistas de la Iglesia; percibimos las tendencias patrióticas que existen en el seno de las tuerzas armadas. La revolución habrá de ser una obra multitudinaria y nunca un putsch o un asalto nocturno; árbol regado con la entrega, el entusiasmo, la esperanza y la sangre de los más amplios sectores populares, nunca manipulación o trapicheo de unos pocos elegidos. No desconocemos las diferencias ideológicas que nos separan de los sectores mencionados. Sin embargo, lo que está a la orden del día son cuestiones económicas, políticas, sociales, culturales, que no se ajustan necesariamente a las fronteras ideológicas. Las contradicciones ideológicas se irán resolviendo con el tiempo; lo que no espera postergación es la necesidad de sacar al país del atolladero en que se encuentra.
Hemos insistido muchas veces que la crisis que agobia al país está lejos de circunscribirse a factores de orden coyuntural. Estamos, en realidad, frente a una crisis estructural, con profundas repercusiones en todos los órdenes, incluyendo la superestructura de la sociedad, seriamente resquebrajados. El Perú requiere cambios sin falta. Los paliativos reformistas han demostrado su caducidad en más de una oportunidad. Es, en este terreno, que fructifica un intenso proceso de polarización social y política, que la lucha de clases tiende a agravarse, trayendo abajo toda ilusión de estabilización política, pues es evidente la maduración de condiciones que llevan a una situación que llevan a una situación revolucionaria.
La fragilidad del sistema está a la vista. Los modelos económicos impuestos, a partir de los años cincuenta han culminado en bancarrota, inevitable por lo tiernas El desarrollo económico esté bloqueado. La agricultura padece una crisis crónica. La industria carece de un mercado interior apropiado y no tiene posibilidades competitivas en el mercado exterior. El centralismo asfixia el progreso de las regiones del interior e impide un proceso de democratización. Continuamos siendo un país desintegrado, con una acumulación interna insuficiente, que se apoya fundamentalmente en la explotación irracional de los recursos naturales. Mientras la inmensa mayoría está condenada a la ruina, la pauperización creciente, el hambre, la desocupación y el marginamiento social y político; los tentáculos del imperialismo nos aprisionan y succionan nuestra sangre y nuestro sudor, anulando toda posibilidad de desarrollo y de liberación de las fuerzas productivas.
Las instituciones de la democracia burguesa formal se descomponen cada día que pasa. El Estado peruano asume un rol cada vez más autoritario y elitista. La dictadura de una minoría se muestra abierta, brutal y descarada. El Perú avanza hacia su conversión en un Estado policiaco con cobertura legal, y en cuyo interior existe además un poder militar que actúa -tal como ocurre en el Centro del país-, con impunidad y sin leyes que lo normen, la violencia satura todos los poros de la sociedad, tanto la oficial como la del lumpen, el narcotráfico y el terrorismo, pero también la violencia encubierta que se impone desde el Ministerio de Economía y Finanzas.
La inmoralidad ha alcanzado el estado de práctica ilegalidad. Al asalto de las instituciones públicas y del erario nacional, las coimas o el contrabando -animados desde las más altas esferas del gobierno- se suman el nepotismo, el arribismo u otras formas de degradación.
La revolución deviene así no sólo en necesaria, sino que debemos reconocer que hay que apresurar su realización. Ello supone estar capacitados en todos los terrenos de la lucha, para actuar de acuerdo a las circunstancias. Las clases reaccionarias y el imperialismo buscarán ahogar el ímpetu revolucionario de las masas. Son aquellos quienes recurren a la violencia para preservar sus privilegios y para oponerse y aplastar la resistencia legítima del pueblo. Si a éste se le cierran los caminos, si se le anulan los derechos, si se le aplasta, la resistencia popular deberá adquirir las formas más apropiadas, la violencia reaccionaria será respondida inevitablemente con la violencia revolucionaria. Pero que quede claro la responsabilidad, de darse tal situación, corresponderá a quienes en el seno de las clases dominantes son los incendíarios de la guerra; al mismo tiempo, esto, con seguridad, será el comienzo real del fin de sus privilegios y de su dictadura.