Derechos 2005 Aleida March, Centro de Estudios Che Guevara y Ocean Press. Reproducido con su permiso. Este material no se debe reproducir sin el permiso de Ocean Press. Para mayor información contactar a Ocean Press a: [email protected] o a través de su sitio web en www.oceanbooks.com.au
EL REFUERZO
El día 13 de marzo, mientras esperábamos a la nueva tropa revolucionaria, escuchamos por radio la noticia de que se había intentado asesinar a Batista y se daban los nombres de algunos de los patriotas muertos en el asalto. En primer lugar, José Antonio Echeverría, líder de los estudiantes, y después otros, como el de Menelao Mora. También personas ajenas al suceso caerían; al día siguiente se sabía que Pelayo Cuervo Navarro, luchador de la ortodoxia que había mantenido una actitud erecta frente a Batista, era asesinado y su cuerpo arrojado en el aristocrático rincón del Country Club conocido por El Laguito. Es bueno apuntar, como extraña paradoja, que los asesinos de Pelayo Cuervo Navarro y los hijos del muerto, vinieron juntos en la fracasada invasión de Playa Girón para "liberar" a Cuba del "oprobio comunista".
En medio de la cortina de la censura se escapaban algunos detalles del fracasado ataque que el pueblo de Cuba recuerda bien. Personalmente, no había conocido al líder estudiantil pero sí a sus compañeros, en México, en ocasión del acuerdo para la acción común a que llegaron el 26 de Julio y el Directorio Estudiantil. Estos compañeros eran: el comandante Faure Chomón, Fructuoso Rodríguez y Joe Westbrook, todos ellos participantes en el ataque.
Como se recordará, sólo faltó un poco de impulso para llegar al tercer piso donde estaba el dictador, pero lo que pudo ser un golpe exitoso se convirtió en una masacre de todo el que no pudo salir a tiempo de la ratonera en que se convirtió el Palacio Presidencial.
Para el día 15 estaba anunciado el arribo del refuerzo; esperamos largas horas en el lugar convenido, en el cañón de un arroyo donde el camino se hunde y era fácil trabajar oculto, pero no llegó nadie. Después nos explicaron que hubo algunos inconvenientes. El día 16, al amanecer, llegó la tropa, apenas pudo caminar unos pasos y llegar a un cayo del monte para esperar el día dado su estado de cansancio. El dueño de los camiones era un arrocero de la zona que, atemorizado por las implicaciones del hecho, se asiló y fue a Costa Rica de donde vino convertido en héroe en el avión que trajera unas armas desde ese país; su nombre: Hubert Matos.
Unos cincuenta hombres era el refuerzo, de los cuales solamente una treintena estaba armada; venían dos fusiles ametralladora, un Madzen y un Johnson. En los pocos meses vividos en la Sierra, nos habíamos convertido en veteranos y veíamos en la nueva tropa todos los defectos que tenía la original del Granma: falta de disciplina, falta de acomodo a las difi cultades mayores, falta de decisión, incapacidad de adaptarse todavía a esta vida. El grupo de cincuenta estaba dirigido por Jorge Sotús, con el grado de capitán, y dividido en cinco escuadras de diez hombres cada una cuyo jefe era un teniente; estos grados estaban dados por la organización del llano y pendientes de ratifi cación. Las escuadras eran dirigidas por un compañero de apellido Domínguez, muerto en Pino del Agua poco tiempo después; el compañero René Ramos Latour, muerto heroicamente en combate, en las postrimerías de la ofensiva fi nal de la dictadura, organizador de las milicias en el llano; Pedrín Soto, nuestro viejo compañero del Granma, que al fi n se lograba incorporar a nosotros, muerto también en combate y ascendido póstumamente a comandante por Raúl Castro, en el Segundo Frente Oriental "Frank País"; además, el compañero Pena, estudiante santiaguero que alcanzó el grado de comandante y pusiera fi n a su vida después de la Revolución y el teniente Hermo, único jefe de grupo sobreviviente en la actualidad.
De todos los problemas que había, uno de los mayores era la falta de capacidad para caminar; el jefe, Jorge Sotús, era uno de los que peor lo hacía y se quedaba constantemente atrás dando un mal ejemplo para la tropa; además, se me había ordenado que me hiciera cargo de esta tropa, pero al hablar de ello con Sotús me manifestó que él tenía órdenes de entregarla a Fidel y que no la podía entregar antes a nadie, que seguía siendo el jefe, etc., etc. En aquella época, todavía yo sentía mi complejo de extranjero, y no quise extremar las medidas, aunque se veía un malestar muy grande en la tropa. Después de caminatas muy cortas pero que se hacían larguísimas por el estado defi ciente de preparación, llegamos a un lugar en La Derecha donde debíamos esperar a Fidel Castro. Allí estaba el pequeño grupo de compañeros que se había separado de Fidel, anteriormente; Manuel Fajardo, Guillermo García, Juventino, Pesant, tres hermanos Sotomayor, Ciro Frías y yo.
En esos días se notaba la diferencia enorme entre los dos grupos: el nuestro, disciplinado, compacto, aguerrido; el de los bisoños, padeciendo todavía las enfermedades de los primeros tiempos; no estaban acostumbrados a hacer una sola comida al día y si no sabía bien la ración no la comían. Traían los bisoños sus mochilas cargadas de cosas inútiles y al pesarles demasiado en las espaldas preferían, por ejemplo, entregar una lata de leche condensada a deshacerse de una toalla (crimen de lesa guerrilla), y allí aprovechábamos para cargar las latas y todos los alimentos que dejaran en el camino. Después de instalados en La Derecha hubo una situación muy tensa provocada por las fricciones constantes entre Jorge Sotús, espíritu autoritario y sin don de gentes, y la tropa en general; tuvimos que tomar precauciones especiales y René Ramos, cuyo nombre de guerra era Daniel, quedó encargado de la escuadra de ametralladora en la salida de nuestro refugio para que existiera una garantía de que no sucedería nada.
Tiempo después, Jorge Sotús era enviado en misión especial a Miami. Allí traicionó la Revolución aliándose a Felipe Pazos, cuya desmedida ambición de poder le hizo olvidar sus compromisos, y postularse como presidente provisional en un "cocinado" donde el Departamento de Estado jugó un importante papel.
Con el tiempo, el capitán Sotús dio señales de querer rehabilitarse y Raúl Castro le dio la oportunidad que esta Revolución no negó a nadie. Sin embargo, empezó a conspirar contra el Gobierno Revolucionario y fue condenado a veinte años de prisión, pudiendo escapar gracias a la complicidad de uno de sus carceleros que huyó con él a la guarida ideal de los gusanos: Estados Unidos.
En aquel momento, sin embargo, tratamos de ayudarlo lo más posible, de limar las asperezas con los nuevos compañeros y de explicarle las necesidades de la disciplina. Guillermo García fue a buscar en la zona de Caracas a Fidel, mientras yo hacía un pequeño recorrido para recoger a Ramiro Valdés, repuesto a medias de su lesión en la pierna. El día 24 de marzo, por la noche, llegó Fidel; fue impresionante su arribo con los doce compañeros que en ese momento se mantenían fi rmes a su lado. Era notable la diferencia entre la gente barbuda, con sus mochilas hechas de cualquier cosa y atadas como pudieran y los nuevos soldados con sus uniformes todavía limpios, mochilas iguales y pulcras y las caras rasuradas. Expliqué a Fidel los problemas que habíamos afrontado y se estableció un pequeño consejo para decidir la actitud futura. Estaba integrado por el mismo Fidel, Raúl, Almeida, Jorge Sotús, Ciro Frías, Guillermo García, Camilo Cienfuegos, Manuel Fajardo y yo. Allí se criticó por parte de Fidel mi actitud al no imponer la autoridad que me había sido conferida y dejarla en manos del recién llegado Sotús, contra quien no se tenía ninguna animosidad, pero cuya actitud, a juicio de Fidel, no debió haberse permitido en aquel momento. Se formaron también los nuevos pelotones, integrándose toda la tropa para formar tres grupos a cargo de los capitanes Raúl Castro, Juan Almeida y Jorge Sotús; Camilo Cienfuegos mandaría la vanguardia y Efi genio Ameijeiras, la retaguardia; mi cargo era de médico en el Estado Mayor, Universo Sánchez era el jefe de la escuadra asignada a la comandancia.
Nuestra tropa adquiría una nueva prestancia con esta cantidad de hombres incorporados y, además, teníamos ya dos fusiles ametralladora, aunque de dudosa efi cacia por lo viejos y maltratados; sin embargo, ya éramos una fuerza considerable. Se discutió qué podíamos hacer inmediatamente; mi opinión fue atacar el primer puesto para templar en la lucha a los compañeros nuevos, pero Fidel y todos los demás miembros del consejo estimaron mejor hacerlos marchar durante un tiempo para que se habituaran a los rigores de la vida en la selva y las montañas y a las caminatas entre cerros abruptos. Fue así como se decidió salir en dirección Este y caminar lo más posible buscando la oportunidad de sorprender algún grupo de guardias, después de tener una elemental escuela práctica de guerrillas.
La tropa se preparó con gran entusiasmo y salió a cumplir la tarea que le correspondía y cuyo bautizo de sangre sería El Uvero.
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