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Primera vez publicado: En 19 , en idioma
frances.
Versión al castellano: Primera vez publicado en
castellano en .
Fuente de la presente edicion: Daniel Guerin, Rosa
Luxemburg y a espontaneidad revolucionaria. Ediciones Anarres,
Coleccion Utopia Libertaria, Buenos Aires - Argentina,
s/f. ISBN: 987-20875-1-2. Disponible en forma digital en: http://www.quijotelibros.com.ar/anarres.htm
Esta edición: marxists.org,
Derechos: © Anarres. "La reproducción de este
libro, a través de medios ópticos, electrónicos, químicos, fotográficos o de fotocopias son permitidos y alentados por los
editores."
El destino de la espontaneidad luxemburgiana
Controversias antiguas
1. Bracke, ¿Cómo? ¡Una mística!
2. Michel Colinet, Rosa Luxemburg y la revolución rusa.
3. Paul Frölich, ¿Una teoría de la espontaneidad?
4. Antonio Gramsci, Nada de pura espontaneidad.
5. Lucren Laurat, Un máximo de democracia.
6. Georg Lukacs, Sobre Rosa Luxemburg.
7. León Trotsky, Crítica del luxemburgismo.
Controversias recientes
8. Lelio Basso, Una dialéctica de la revolución.
9. Daniel Bensaïd y Alain Nair, El pecado de hegelianismo.
10. Yvon Bourdet, Espontaneidad no es “caos”.
11. Pierre Chaulieu, Lukacs y Rosa.
12. Cohn-Bendit, Decapitar al proletariado.
13. Dominique Desanti, La espontaneidad de las masas.
14. Grupo Bakunin, Espontaneidad u organización.
15. Pierre Guillaume, No falso dilema.
16. Alain Guillerm, El luxemburgismo.
17. Claude Lefort, No es necesario un partido.
18. Robert Paris, ¿El partido no tendría ningún rol?
19. Ernst Mandel, Refutada por la historia.
20. Irene Petit, Pegarse a las masas.
Las ideas de Rosa Luxemburg acerca de las funciones de la espontaneidad y el partido revolucionario dieron lugar, después de su muerte, a un debate ininterrumpido y que no parece cercano a su fin.
J. P. Nettl presenta en su biografía de Rosa un sabroso resumen de las sucesivas y contradictorias “vueltas” respecto del tema por parte del comunismo internacional y, sobre todo, el partido comunista alemán. La herencia de la teórica siguió la suerte de las numerosas sinuosidades de la “línea” establecida en Moscú, con sus repercusiones en Berlín.
Dieciocho meses después de su trágica muerte, Rosa era todavía reverenciada como inspiradora y teórica del comunismo europeo, y August Thalheimer rendía un vibrante homenaje al conjunto de su obra. Sus críticos eran tratados de “fariseos marxistas”[1]. Lenin escribía en octubre de 1920 acerca de la revolución de 1905: “Los representantes del proletariado revolucionario y del marxismo no falsificado, tan notables como Rosa Luxemburg, comprendieron inmediatamente la importancia de esta experiencia práctica”, mientras que los socialdemócratas “se mostraron completamente incapaces de comprender esta experiencia”[2].
Todavía en 1922, Lenin, al enumerar los errores cometidos por Rosa Luxemburg, no mencionaba ni explícita ni implícitamente sus ideas sobre la espontaneidad. Concluía que: “a pesar de sus errores había sido y seguía siendo un águila”. Reprendía a los comunistas alemanes por el “increíble retardo” en la publicación de sus obras completas, indispensables, estimaba, “para la educación de numerosas generaciones de comunistas”[3].
Pero las críticas se hicieron más ásperas cuando, en 1922, Paul Levi se decidió a publicar un texto inédito explosivo, La revolución rusa, cuyo manuscrito había reservado demasiado prudentemente desde setiembre de 1918. Clara Zetkin y Adolf Warski escribieron sendos folletos en los cuales las opiniones de Rosa sobre la revolución rusa eran seriamente refutadas[4].
El filósofo Georg Lukacs había publicado en enero de 1921 un ensayo donde hacía el elogio de la concepción luxemburgiana de la espontaneidad de las masas. Pero en enero de 1922 y, sobre todo, en setiembre de 1922, publicaba otros dos ensayos, más agridulces, en los que reprochaba a Rosa el haber subestimado el papel del partido revolucionario. El escándalo de la publicación del molesto inédito de 1918, sin duda, había modificado su juicio[5].
Sin embargo, antes de 1924, el Partido Comunista alemán tenía una dirección más o menos luxemburgista, cuyos voceros eran August Thailheimer y Jakob Walche, antiguos espartaquistas, Heinrich Brandler y Ludwig. Serían expulsados en 1927 y formarían el “K.P.O.” (partido comunista de oposición)
Fue a comienzos de 1924, después del fracaso de la revolución alemana del verano de 1923 y, por vía de consecuencia, de la caída de la dirección Brandler-Thailheimer de la dirección del P.C. alemán, acontecimiento seguido de cerca por la muerte de Lenin, cuando las ideas de Rosa se convirtieron en heréticas. Zinoviev dominaba entonces en la internacional comunista, y una dirección de ultraizquierda, con Ruth Fischer y Arkadi Maslov a la cabeza, se había apoderado del P.C. alemán. La terrible Ruth no dudó en acusar a Espartaco de no haber roto claramente en ningún momento con la segunda internacional, y diagnosticó en la influencia de Rosa nada menos que “un bacilo de sífilis”. En 1925 fue más lejos, y las ideas de Rosa Luxemburg se convirtieron en un cuerpo de doctrina reprobado: el luxemburgismo. Ruth Fischer atacó violentamente la actitud de Rosa respecto del problema de la organización. Le atribuía una caricaturesca teoría de la espontaneidad, en la cual la espontaneidad o la autoactividad de las masas lo era todo, mientras el partido quedaba reducido a una simple abstracción6.
Paul Frölich, biógrafo y compañero de armas de Rosa, se alzó contra esa falsificación: “El sediciente mito de la espontaneidad en Rosa Luxemburg no se mantiene en pie [...]. No fue Lenin, sino, después de su muerte, Zinoviev, quien lanzó esta mentirosa acusación, con el fin de consolidar la autoridad absoluta del partido bolchevique sobre la internacional comunista. El antiluxemburgismo fue un artículo de fe para la escolástica stalinista. Se convirtió en la adecuada expresión de una mentalidad de burócratas de Estado y partido, que no conducían a las masas en lucha, sino que subyugaban a las masas desarmadas y cautivas”[7].
Mientras, en noviembre de 1925, en ocasión del 14 congreso del P.C. ruso, Zinoviev era desplazado por Stalin y poco después Ruth Fischer era cubierta de lodo y excluida luego del P.C. alemán. Por un tiempo Rosa Luxemburg quedó rehabilitada. Había sido la víctima de la amazona ultraizquierdista. Pero esta amnistía no duró mucho. El ala derecha del P.C. ruso había triunfado en Moscú, siendo Bukharin su adalid, quien se aplicó a demoler La acumulación del capital. El más importante elemento de error en esta obra de Rosa sobre economía era su teoría de la espontaneidad[8].
Sin embargo, la persona de Rosa quedaba rehabilitada y cuidadosamente diferenciada de lo que seguía siendo herejía: “el luxemburgismo”.
Las cosas se arruinaron una vez más cuando en 1931 José Stalin en persona y Lazar Kaganovich, a su turno, atacaron públicamente a Rosa. El déspota fabricó una amalgama entre Trotsky, Rosa Luxemburg y Parvus, acusados los tres del pecado de “revolución permanente”, mientras Kaganovich ponía fin a la culpable indulgencia de separar a Rosa del “luxemburgismo”[9].
Trotsky, en el exilio, criticó agriamente el artículo de Stalin, “calumnia afrentosa e infame contra Rosa Luxemburg”, “dosis masivas de grosería y deslealtad”, para concluir: “Tanto mayor es nuestro deber de transmitir en todo su esplendor y su alto poder educativo esta figura verdaderamente maravillosa, heroica y trágica, a las jóvenes generaciones del proletariado”[10]. En un artículo posterior, Trotsky, atacaría más bien a los luxemburgistas y no a Rosa[11].
Actualmente, en Alemania del Este, se ha desistido de encerrar a Rosa en un “espontaneísmo” excluyente, prefabricado, y se ha iniciado una edición de sus O bras completas, sin suprimir ninguno de sus escritos, ni aquel en contra de Lenin de 1904.
El anterior repaso histórico ayuda a comprender las controversias en torno de las ideas de Rosa sobre la espontaneidad, que se han multiplicado en la medida que se agranda el prestigio de su autora y sus obras adquieren mayor difusión.
El “luxemburgismo” ha conocido varios renacimientos fuera del movimiento comunista ortodoxo. El primer luxemburgista de lengua francesa fue Lucien Laurat. Fue uno de los fundado res del P.C. austríaco, luego miembro del P.C. ruso, seguidamente miembro del P.C. belga. Ya era un luxemburgista clandestino antes de romper con el P.C. belga en 1928 y de radicarse en Francia. Había publicado dos artículos, bajo el seudónimo de Primus, en el Boletín comunista de Boris Suvarin a partir de 1925. Después de su expulsión del partido, publicó artículos luxemburgistas en las revistas Clarté, después Lutte de Classes. En 1930 publicó un Resumen de La acumulación del capital.
La soledad de Laurat terminaría a partir de 1933. En efecto, la llegada de Hitler al poder, la derrota del proletariado del otro lado del Rhin y la bancarrota del Partido Comunista alemán favorecieron una reactualización del luxemburgismo. Sus voceros de lengua alemana fueron principalmente exiliados: Miles (seudónimo de Karl Frank), que publicó un folleto distribuido clandestinamente en el Tercer Reich: Neu Beginen (“Nuevo comienzo”), y los líderes del pequeño partido obrero socialista (disidente) de Sajonia, Sozialistisehe Arbeitpartei (SAP), Oskar Wassermann, Jakob Walcher, Boris Goldenberg.
En Francia, la compañera de Laurat, Marcelle Pommera, fundó en octubre de 1933 la revista luxemburgista Le Combat Marxiste; por su parte René Lefeuvre creaba las revistas luxemburgistas Masses, seguidamente Spartacus, luego los Cahiers Spartacus. Para esta última publicación Lucien Laurat escribió el prefacio de una compilación de textos de Rosa, Marxisme contre dictature (1934), mientras André Prudhommeaux recogía los elementos del folleto Spartacus 1918-1919 (Masses Nº 15, 1934). En 1937, Michel Colinet prologaba una reedición para los Cahiers Spartacus, de La revolución rusa. Marceau Pivert prologaba ese mismo año un pequeño inédito de Rosa: L’Église et le socialisme. El movimiento político animado por Marceau Pivert, en un principio izquierda revolucionaria del partido socialista, después partido socialista obrero y campesino, estaba fuertemente impregnado de las ideas luxemburgistas.
El segundo renacimiento del luxemburgismo data de mayo de 1968, que en los hechos marcó la inesperada reaparición de la espontaneidad revolucionaria. En Alemania, Rosa Luxemburg fue adoptada por la “nueva izquierda”[12]. En Francia es estudiada con simpatía por los militantes agrupados en torno de la librería La Vieille Taupe, como Pierre Guillaume y Alain Guillerm[13]. En Tolosa, un grupo “consejista”, que publica la revista Révolution Internationale, reivindica a Rosa Luxemburg.
Los editores alemanes y franceses rivalizan entre ellos en sus intereses por editar o reeditar obras de Rosa.
Los renuevos “luxemburgistas”, como era de esperar, provocaron vivaces reacciones, provenientes, sobre todo, de aquellos marxistas que aimn se aferran a las viejas concepciones leninistas de la organización.
Presentamos al lector un amplio espectro de opiniones sobre Rosa Luxemburg, más particularmente referentes a la espontaneidad revolucionaria. Hemos entendido conveniente dividir esos textos en dos grupos: los anteriores a 1939 y los más recientes.
Unos ponen el acento sobre su “espontaneísmo”, otros impugnan la leyenda de ese espontaneísmo e insisten en la importancia que asignaba al papel del partido, vanguardia dirigente del proletariado. Otros, finalmente, invocan los manes de Lenin y Lukacs contra su subestimación del partido revolucionario, pero tienen el cuidado de recordar el homenaje rendido por el mismo Trotsky a la lucha llevada a cabo por ella dentro de la socialdemocracia alemana en pro de la acción espontánea de las masas. Además, algunos anarquistas comunistas, aunque adversarios de la noción de partido, no por ello oponen menos al “espontaneísmo” los imperativos de la organización.
La interpretación comunista libertaria propuesta en el presente libro se diferencia en aspectos que entendemos importantes. Estimamos, en efecto, que las fallas en la armadura de la teórica no está allí donde creen hallarla la mayor parte de sus censores. Si Rosa está en falta, ello ocurre, a nuestro entender, cada vez que se contradice acerca de las complejas relaciones que se traban entre el movimiento elemental de las masas y la elite consciente, pues Rosa no logra descubrir una formación obrera capaz de constituir realmente esa elite.
En cuanto a los conciliadores, como Paul Frölich y Lelio Basso, que encuentran perfectamente coherente su construcción y alaban su pretendida armonía, creemos que ese idilio no resiste un mayor examen.
[...] Escrito para los alemanes, en una época cuando el mero término de huelga general provocaba toda clase de discusiones y polémicas, este estudio conserva el suficiente alcance en un mundo bastante cambiado como para que en él aparezca lo que tiene de penetración hacia adelante. La concepción de huelga general se ha transformado mucho desde los ya lejanos tiempos en que era presentada como la amenaza de aportar de una sola vez la salvación para el mundo obrero. “Nuestra Rosa” veía lo bastante claro como para nombrarla junto a la “huelga de masas”, sabiendo no confundirla con ella. Pocos socialistas se han pegado tan raramente de las palabras, y pocos son los que han hecho menos un dogma de sus razonamientos o de sus sueños. Pregúntense ustedes, al leer estas páginas, cómo se ha podido hallar en ellas una especie de mística de la “espontaneidad popular”, cuando Rosa sólo discierne de qué manera la experiencia del partido organizado podría tomar y fecundar los movimientos elementales de las masas, manteniéndose lo más cerca posible de ellas en las horas de tormenta política o de dificultades económicas y sociales.
Prólogo a Grève générale, parti et syndicats, Cahiers Spartacus, 1947.
[...] Rosa murió antes de poder comprobar hasta qué punto los errores que había denunciado proliferaron, hasta el punto de hacer de Rusia la sede de la contrarrevolución staliniana y, en la internacional, el juego al fascismo y al imperialismo. Era inevitable que la supresión de toda democracia en los soviets y la sustitución de la gestión directa por el pueblo por funcionarios, terminara con la eliminación de toda democracia en el seno del único partido legal que quedó, el Partido Comunista. Hay en esto una implacable dialéctica de la historia. Reconozcamos, sin embargo, que ésta fue singularmente favorecida por las concepciones de Lenin y de la vieja guardia bolchevique de 1903 en favor del partido “jacobino” ligado a la clase obrera. La oposición trotskista luchó valientemente para remontar la nefasta corriente que arrastraba al P.C. y a la Unión Soviética hacia la dictadura personal de Stalin. Muerto Lenin, la victoria de Stalin y sus burócratas sobre la oposición tuvo el carácter de aplastante derrota para el marxismo revolucionario, su concepción de la lucha de clases y su crítica del Estado. En su lugar, triunfan hoy en día, dentro del proletariado internacional, el partido totalitario, el fanatismo religioso, la idolatría del Jefe, toda una ideología cercana a los nuevos cultos fascistas que desarma al proletariado frente a sus adversarios. La concepción dictatorial del partido dirigente, las tendencias al centralismo autoritario y burocrático, Rosa Luxemburg los relaciona con el carácter atrasado de la población rusa, pero más aimn con la espantosa carencia del socialismo internacional en los países capitalistas avanzados, maduros para la transformación social.
Prefacio a La revolution russe, Cahiers Spartacus Nº 4, enero de 1937.
En su obra sobre la huelga de masas, pero también en otras ocasiones, Rosa Luxemburg señaló insistentemente que los movimientos revolucionarios no pueden ser “fabricados”, ni el resultado de resoluciones de las instancias del partido, sino que estallan espontáneamente dadas ciertas condiciones históricas. Esta manera de ver ha sido continuamente confirmada por la historia real, pero no por ello se ha dejado de acusar a Rosa de haber pecado gravemente en cuanto a ese punto. Se ha deformado su pensamiento hasta la caricatura, para afirmar luego que Rosa Luxemburg había creado una teoría de la espontaneidad, que había sido víctima de un misticismo o aun de una mitología de la espontaneidad. Zinoviev fue el primero en lanzar esa acusación, manifiestamente con la intención de reforzar la autoridad del partido ruso en la internacional comunista. Otros lo han desarrollado y repetido tan a menudo que se ha convertido en un axioma político-histórico que no requiere prueba. Para elucidar la posición de esta gran revolucionaria es necesario estudiar estos ataques más de cerca.
La acusación es la siguiente: negación, o al menos reducción condenable, del papel del partido como dirigente de la lucha de clases; idolatría de las masas; sobrestimación de los factores impersonales y objetivos; negación o subestimación de la acción consciente y organizada; automatismo y fatalismo del proceso histórico. De todo eso se saca la conclusión de que, según Rosa Luxemburg, la existencia del partido no se justifica en absoluto.
Esos reproches tienen algo de grotesco, dirigidos a una militante repleta de tan indomable necesidad de acción, que incitaba sin cesar a las masas y los individuos a la acción, que tenía por divisa: En el comienzo era la acción.
[...] Seguramente, esos mismos críticos no podían negar tan indomable voluntad de acción y en su momento concedieron: está bien, pero la acción política de Rosa Luxemburg estaba en contradicción flagrante con su teoría. Extraño reproche para una mujer que tenía un pensamiento tan penetrante y cuya acción estaba totalmente dominada por el pensamiento. Rosa Luxemburg, es cierto, cometió un “error”. Al escribir, no pensó en la gente demasiado inteligente que, después de su muerte, corregiría sus escritos. Así puede extraerse de su obra docenas de citas demostrativas de su “teoría de la espontaneidad”. Ella escribía para su tiempo y para el movimiento obrero alemán, en el cual la organización se había convertido, de medio, a fin en sí. Cuando Rosa Luxemburg le decía a un congreso de su partido que no se puede saber cuándo estallará una huelga de masas, Robert Leiner le gritó: “¡Sí. El buró del partido y la comisión general lo saben! ”. Pero eso no era, para él y para los otros, otra cosa que la expresión de una voluntad de acción. Ellos temían poner en juego a la organización en una gran lucha. Su voluntad de evitar e impedir tal lucha se ocultaba detrás de la afirmación, semipretexto, semiconvicción, de que previamente la clase obrera debía estar totalmente organizada. Rosa Luxemburg lo sabía, y por eso era necesario que subrayara especialmente el elemento espontáneo en las luchas de carácter revolucionario, para preparar a los dirigentes y a las masas para los acontecimientos esperados. Al hacer eso, debía preca verse contra las falsas interpretaciones. Lo que entendía por espontaneidad, lo decía con bastante claridad. Para combatir la idea de una huelga general preparada por la dirección del partido, ejecutada metódicamente como una habitual huelga reivindicativa, despojada de su carácter impetuoso, recordó una vez las huelgas belgas de 1891 y 1893.
[...] La espontaneidad de tales movimientos no excluye, por tanto, la dirección consciente, al contrario, la exige. Más aimn, para Rosa Luxemburg la espontaneidad no llueve del cielo. Ya lo hemos demostrado más arriba, y podríamos acumular citas. Cuando las masas obreras alemanas se movilizaron por la cuestión del sistema electoral prusiano en 1910, Rosa reclamó de la dirección del partido un plan para la prosecución de la acción formulando ella misma proposiciones. Condenó “la espera de acontecimientos elementales” y reclamó la continuidad de la acción en el sentido de una potencia ofensiva. Durante la guerra, indicó en su folleto Junius qué importancia podía tener la imnica tribuna existente, el parlamento, para el desencadenamiento de acciones de masas, si hombres como Liebknecht se apoderasen de ella sistemática y resueltamente. La esperanza que ella depositaba en las masas no oscurecía el papel y la misión del partido.
[...] Seguramente Rosa Luxemburg subestimó el efecto paralizante que puede ejercer sobre las masas una dirección hostil a la lucha, y quizás haya sobrestimado la actividad elemental, contando con ella mucho antes de que interviniera efectivamente. Hizo todo lo que estuvo a su alcance para aguijonear a la dirección de la socialdemocracia alemana. La sobrestimación de las masas es el “error” inevitable de todo verdadero revolucionario. Este “error” nace de una ardiente necesidad de avanzar y del reconocimiento de la profunda verdad de que sólo las masas cumplen las grandes transformaciones de la historia. Sin embargo, su confianza en las masas no tenía nada de mística. Conocía sus debilidades y pudo ver suficientemente sus defectos en los movimientos contrarrevolucionarios.
[...] El pretendido mito de la espontaneidad en Rosa Luxemburg no se mantiene en pie.
[...] Lo que ha conducido a gente de buena fe a confusiones, respecto de este punto, es la incapacidad para reconocer la esencia dialéctica de la necesidad histórica. Para Rosa Luxemburg había “leyes de bronce de la revolución”. Pero los ejecutores de esas leyes eran para ella los hombres, las masas de millones de hombres, su actividad y sus debilidades.
Rosa Luxemburg, Ed. Maspero, 1965.
Se pueden adelantar varias definiciones de la expresión “espontaneidad”, pues el fenómeno al que se refiere es, en sí mismo, complejo. Es necesario, en todo caso, señalar que no existe en la historia “espontaneidad” pura. Ésta coincidiría con el puro “automatismo” (meccanicità). En el movimiento “más espontáneo” los elementos de dirección “consciente” son simplemente incontrolables, no han dejado documentos verificables. Se podría decir, por tanto, que el elemento espontaneidad es característico de “la historia de las clases populares”, aimn de sus elementos más marginales, las más periféricas de esas clases, que no han llegado a la conciencia de clase “para sí” y, por ese hecho, no sospechan siquiera que su historia pueda tener alguna importancia ni que haya cualquier razón para dejar de ella rastros probatorios.
Existen en esos movimientos una “multiplicidad” de elementos de “dirección consciente”, pero ninguno de ellos es predominante, ni sobrepasa el nivel de la “sabiduría popular” de un estrato social determinado, del “sentido comimn” o incluso de la concepción tradicional del mundo de ese estrato dado.
[...] El movimiento turinés (el “Ordine Nuovo”) fue acusado de “espontaneísmo” y, al mismo tiempo, de “voluntarismo”, hasta de bergsonismo (!). Esta acusación contradictoria, una vez analizada, muestra la fecundidad y el buen fundamento de la dirección impresa al movimiento. Esta dirección no era “abstracta”, no consistía en la repetición mecánica de las fórmulas científicas o teóricas; no confundía la política, la acción real, con la investigación doctrinaria; se aplicaba a hombres reales, formados dentro de relaciones históricas determinadas, de maneras de ver, de fragmentos de concepciones del mundo, etc., resultantes de combinaciones “espontáneas” de un medio dado de la producción material, conteniendo la aglomeración “fortuita” de elementos sociales dispares. Ese elemento de “espontaneidad” no fue olvidado, ni menos despreciado, fue, al contrario, educado, dirigido, purificado de todo lo que podría corromperlo desde el exterior, para hacer de él un todo homogéneo con la teoría moderna, pero de una manera viviente, históricamente eficaz. Entre los dirigentes se hablaba de la “espontaneidad” del movimiento; era bueno que se hablara así, esa afirmación tenía un efecto estimulante, energético, era un elemento de unificación en profundidad, demostraba sobre todo que no se trataba de algo arbitrario, aventurero y artificial, de algo no necesario históricamente. La “espontaneidad” daba una conciencia “teórica” a una masa creadora de valores históricos e institucionales, fundadora de estados. Esta unidad de la “espontaneidad” y la “dirección consciente”, es decir de la disciplina, representa en efecto la acción política real de las clases populares, porque aquí se trata de una política de masas y no ya simplemente de la aventura de grupos que buscan el apoyo de las masas.
Respecto de esto, se plantea un problema teórico fundamental: ¿puede la teoría moderna encontrarse en contradicción con los sentimientos “espontáneos” de las masas? (“Espontáneos” en el sentido de que no deben nada a una actividad educativa sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino que se forman a través de la experiencia cotidiana esclarecida por el “sentido comimn”, es decir la concepción tradicional popular del mundo, lo que de manera muy pedestre se designa como “instinto”, y que no es otra cosa que una adquisición histórica primitiva y elemental.) Teoría y espontaneidad no pueden oponerse entre sí. Puede haber entre ellas alguna diferencia “cuantitativa”, de grado, pero no cualitativa, puede haber, por así decirlo, una mutación recíproca, un pasaje de la una a la otra y viceversa.
[...] Descuidar, o peor aimn despreciar, los movimientos llamados “espontáneos”, es decir renunciar a darles una dirección consciente, a llevarlos a un nivel superior al insertarlos en la política, puede tener muchas veces serias y graves consecuencias. Ocurre casi siempre que, al mismo tiempo que un movi miento “espontáneo” de las clases populares, se produce un movimiento reaccionario de la derecha de la clase dominante, por razones que son concomitantes. Una crisis económica, por ejemplo, determina, por una parte, descontento entre las clases populares y movimientos espontáneos de masas, por la otra parte, determina complots de grupos reaccionarios que aprovechan el debilitamiento objetivo del gobierno para intentar golpes de Estado. Entre las causas dinámicas de esos golpes de Estado es necesario contar la renuncia de los grupos responsables a dar una dirección consciente a los motivos espontáneos y a tratar de convertir a éstos en un factor político positivo.
[...] Es una concepción histórico-política escolástica al mismo tiempo que académica aquella según la cual carecen de realidad y no son dignos de tal nombre sino los movimientos que son conscientes en un ciento por ciento y que están determinados solamente a partir de un plan minuciosamente trazado de antemano o (lo que viene a ser lo mismo) se conforman enteramente a la teoría abstracta. Pero la realidad es rica en las combinaciones más extrañas, y es el teórico quien debe extraer de esas rarezas la confirmación de su teoría, “traducir” al lenguaje teórico los elementos de la vida histórica, no a la inversa hacer presentar a la realidad según el esquema abstracto [...].
En Passato e Presente, Einaudi, TurIn, 1954, (Este texto, escrito en la prisión a principios de la década del 30 está, sin duda, influido por la lectura de Rosa Luxemburg, pero, por razones de seguridad, el detenido evitaba mencionar los nombres de los teóricos revolucionarios.)
La famosa frase de Marx: “La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos” no es una mera fórmula destinada a la agitación. Encierra la quintaesencia de lo que distingue al socialismo científico del socialismo utópico: nadie, ningún filántropo ni ningún dictador, por buenas que puedan ser sus intenciones, les puede dar a los trabaj adores el socialismo servido en una bandeja.
[...] A partir de tales consideraciones, que son el abc del marxismo, Rosa Luxemburg extrae sus conclusiones para lo que debería ser la organización socialista. Esta organización debe ser apta para desarrollar al máximo la conciencia socialista de los trabajadores y permitirles que se instruyan mediante la experiencia de sus luchas. Ello implica en el seno del partido (y todo esto vale, evidentemente, también para el movimiento sindical), un máximo de democracia. Por otra parte, el movimiento socialista tiene la necesidad de combatiç de manera que la democracia debe coexistir con una centralización de la acción y una disciplina sin las que no sería posible ninguna acción concertada. Pero la centralización y la disciplina no pueden ser concebidas sino sobre la base de la más amplia democracia. Sin esa democracia el primer imbécil llegado podría autoconsagrarse “jefe histórico de la revolución mundial”, nombrar y remover a “jefes”, igualmente “históricos”, del proletariado de los distintos países, y esos jefes nacionales a su turno los subjefes regionales y locales sin preocuparse en lo más mínimo de lo que piensen acerca de todo eso los primeros interesados: los trabaj adores.
Vemos que la democracia preconizada por Rosa Luxemburg reposa sobre un fundamento mucho más sólido que las famosas “grullas metafísicas” de las que se burlaba Paul Lafargue. La democracia es una condición sine qua non de la eficacia en la lucha de clases proletaria y de la orientación socialista de esa lucha. Dado que esa lucha no puede hacerse más eficaz y adquirir una orientación socialista de mayor conciencia sino proporcionalmente al desarrollo intelectual de los trabajadores, y que ese desarrollo intelectual tiene por condición la más amplia libertad de crítica y de discusión, la democracia resulta ser la base indispensable de la organización socialista.
Rosa Luxemburg defiende esas ideas contra Lenin al mismo tiempo que contra el ala reformista de la socialdemocracia. Por diametralmente opuesta que parezcan las concepciones de Lenin y las del reformismo, unas y otras están todavía impregnadas de esa idea del socialismo utópico de querer sustituir la acción propia de los trabajadores con la omnipotencia de una elite que maneje y modele a su criterio a la masa de los trabaj adores como si fuese “la arcilla del alfarero”.
Prefacio a la primera edición de Marxisme contre Dictature, 1934.
[...] No es debido al azar si Rosa Luxemburg, que reconoció antes y con mayor claridad que muchos otros el carácter esencialmente espontáneo de las acciones de masas revolucionarias (subrayando así otro aspecto de la comprobación anterior, según la cual tales acciones son el producto necesario de un proceso económico necesario), haya visto con igual claridad, también antes que muchos otros, cuál es el papel del partido en la revolución. Para las vulgarizaciones mecanicistas, el partido era una simple forma de organización, y el movimiento de masas, y también la revolución, no eran más que un problema de organización. Rosa Luxemburg comprendió tempranamente que la organización es mucho más una consecuencia que una condición previa del proceso revolucionario, de la misma manera que el mismo proletariado no puede constituirse en clase sino en y por ese proceso. En tal proceso, que el partido no puede provocar ni evitar, le corresponde entonces el elevado papel de ser el portador de la conciencia de clase del proletariado, la conciencia de su misión histórica. Mientras que para un observador superficial la actitud aparentemente más activa o en todo caso más “realista”, que atribuye al partido ante todo o exclusivamente tareas organizativas, frente al hecho de la revolución queda reducida a una posición de fatalismo inconsistente; la concepción de Rosa Luxemburg es la fuente de la verdadera actividad revolucionaria.
[Enero de 1921]
Observaciones críticas
[...] Sin embargo, en cuanto a la apreciación correcta de la táctica política de los bolcheviques, y aunque refiere su reproche a su manera de actuar en el plano económico y social, ya vemos aparecer aquí la esencia de su apreciación de la revolución rusa, de la revolución proletaria: la sobrestimación de su carácter puramente proletario, y por tanto la sobrestimación del poder externo y de la madurez interna que la clase proletaria puede tener y que efectivamente ha tenido en la primera fase de la revolución. Vemos aparecer al mismo tiempo, como si fuera su reverso, la subestimación de los elementos no proletarios de fuera de la clase y el poder de tales ideologías en el interior del mismo proletariado. Esa falta de apreciación de las verdaderas fuerzas motrices conduce al aspecto decisivo de su falsa posición: la subestimación del papel del partido en la revolución, la subestimación de la acción política consciente por oposición al movimiento elemental bajo la presión de la necesidad de la evolución económica.
[...] Rosa Luxemburg [...] percibe una exageración en el papel central que los bolcheviques asignan a las cuestiones de organización del partido en tanto que coautor del espíritu revolucionario dentro del movimiento obrero. Ella opina que el principio realmente revolucionario debe ser buscado exclusivamente en la espontaneidad elemental de las masas, en relación con las cuales las organizaciones centrales del partido desempeñan siempre un papel conservador e inhibitorio.
[...] De ello resulta, de una manera evidente, el rechazo de la concepción bolchevique del partido.
[Enero de 1922]
Observaciones metodológicas
[...] En la lucha contra la doctrina oportunista de la evolución “orgánica” según la cual el proletariado se convertirá en la mayoría de la población mediante un lento crecimiento y se apoderará así del poder por medios puramente legales, se for- mó la teoría “orgánica” y revolucionaria de las luchas de clases espontáneas. A pesar de todas las juiciosas reservas de sus mej ores representantes, esta teoría llegaba sin embargo y en último análisis a la afirmación de que la constante agravación de la situación económica, la inevitable guerra mundial imperialista y la consecutiva aproximación del período de luchas de masas revolucionarias, producirían, con una necesidad histórica y social, acciones espontáneas de masas mediante las cuales será puesta a prueba la claridad de fines y medios en la revolución por parte de la dirección. Esta teoría hizo, asimismo, del carácter puramente proletario de la revolución un supuesto tácito.
La manera como Rosa Luxemburg concibe la extensión del concepto de “proletariado” es evidentemente muy distinta de la de los oportunistas. ¿No muestra, acaso, con gran insistencia, cómo la situación revolucionaria moviliza grandes masas de un proletariado hasta entonces desorganizado y fuera del alcance del trabajo organizativo (obreros agrícolas, etc.), y cómo esas masas manifiestan en sus acciones un nivel de conciencia de clase incomparablemente más elevado que el partido y los mismos sindicatos que pretendían tratarlos en forma condescendiente, en tanto que faltos de madurez, como “arreados”? El carácter puramente proletario de la revolución está, por tanto, en el fundamento de esta concepción. Por una parte, el proletariado interviene en la batalla formando una unidad, por otra parte, las masas cuyas acciones son estudiadas son masas puramente proletarias. Es preciso que así sea.
Sólo en la conciencia de clase del proletariado puede estar tan profundamente anclada la actitud correcta en relación con la acción revolucionaria, tener raíces tan profundas e instintivas como para que baste una toma de conciencia y una dirección clara para que la acción se inicie y continúe orientada en el buen camino. Si, mientras, otros estratos toman una parte decisiva en la revolución, en determinadas circunstancias, su movimiento puede hacer avanzar la revolución, pero, con la misma facilidad, puede tomar una orientación contrarrevolucionaria, pues, en la situación de clase de esos estratos (pequeñoburgueses, campesinos, naciones oprimidas, etc.) no está ni puede estar de ninguna manera prefigurada una orientación necesaria hacia la revolución proletaria. En relación con esos estratos, para hacer avanzar sus movimientos en provecho de la revolución proletaria e impedir que su acción pueda servir a la contrarrevolución, un partido revolucionario así concebido no puede sino terminar en un fracaso.
Septiembre de 1922. Los tres textos en Histoire et conscience de classe, Ed. de Minuit, 1960.
[...] Nuestra defensa de Rosa Luxemburg no carece, sin embargo, de restricciones. Los aspectos débiles de las teorías de Rosa Luxemburg han sido teórica y prácticamente demostrados. La gente del S.A.P. y los elementos que les están emparentados (cf. por ejemplo, el Spartacus francés, dilettante e intelectual, haciendo “cultura proletaria”; o la revista de los estudiantes socialistas que aparece en Bélgica; a veces también la Action Socialiste belga, etc.) no se valen sino de los aspectos débiles y de las insuficiencias que en Rosa no eran para nada preponderantes. Ellos generalizan y exageran esas debilidades hasta el infinito y construyen sobre eso un sistema completamente absurdo.
[...] El bueno de Paul Frölich puede, naturalmente, utilizar sus reminiscencias marxistas para poner término a los asaltos de la barbarie teórica de la espontaneidad. Pero sus medidas de protección, puramente literarias, no impiden a los discípulos de un Miles, los Oskar Wassermann y los Boris Goldemberg, introducir en las filas del S.A.P. las más vergonzosas pamplinas sobre la espontaneidad. Lo mismo que toda la política práctica de Jakob Walcher (la astucia de “no expresar lo que es”, así como el eterno reenvío a las futuras acciones de las masas y al “proceso histórico” espontáneo) no significa otra cosa que la exploración táctica de un luxemburgismo totalmente deformado y desarticulado. Y, en la medida que Paul Frölich no ataca abiertamente esa teoría y esa práctica de su propio partido, sus artículos contra Miles adquieren el carácter de la búsqueda de un pretexto teórico. Cosa que, precisamente, no se hace necesaria sino cuando se toma parte en un crimen conscientemente.
[...] Los confusionistas de la espontaneidad del más reciente modelo tienen tan poco derecho a recurrir a Rosa como los miserables burócratas del Komintern a Lenin.
“Rosa Luxemburg et la IVe. Internationale”, 24 de junio de 1935, en Nos tâches politiques.
[...] Debemos ahora explicarnos las críticas provenientes sobre todo de los bolcheviques, pero también de otros orígenes: el reproche (a Rosa Luxemburg) de la “mística de la espontaneidad”, la subestimación del papel dirigente del partido, de la dirección consciente de la lucha revolucionaria.
[...] Según la tesis de Kautsky y Lenin, existe, por así decirlo, una oposición mecánica entre espontaneidad y conciencia en la cual la segunda es considerada un elemento proveniente de afuera. En esos casos existe el peligro de una alienación perdurable, de una ruptura entre el elemento consciente y la masa, que puede ser una ruptura entre partido y clase, entre dirección y base.
[...] Por lo contrario, en el pensamiento marxista, representado en este punto por Rosa Luxemburg, la relación espontaneidad-conciencia no encierra ninguna contradicción, sino una transición dialéctica: la conciencia surge de la espontaneidad a la que supera mediante un proceso ininterrumpido de educación. Así se evita una ruptura, de manera que entre la masa y el elemento político activo, entre clase y partido, base y dirección, tiene lugar una circulación permanente, no en una dirección (transmisión de la conciencia de arriba hacia abajo), sino en ambos sentidos, pues la misma conciencia nace de la experiencia de las luchas espontáneas y se nutre de ellas.
Cuando hablamos de un “proceso ininterrumpido” de formación de la conciencia, no entendemos por ello que tal proceso fluya de alguna manera automáticamente, como la secreción de una glándula [...]. De hecho, el pasaje de la espontaneidad a la conciencia significa siempre un cambio cualitativo, una superación dialéctica, mediante la autocrítica de los errores cometidos, como Rosa Luxemburg lo señala expresamente, superación del estadio de mera contigüidad por el estadio de la reflexión. Basta recordar la opinión de Rosa Luxemburg sobre la naturaleza contradictoria del movimiento obrero, en el que están presentes al mismo tiempo el estadio de la lucha cotidiana por las mejoras dentro del cuadro de la sociedad actual y el estadio del objetivo final, es decir de la supe ración revolucionaria de esta sociedad, para reconocer con toda seguridad en la relación espontaneidad-conciencia la misma tensión interna y la misma dialéctica. Una dialéctica semejante es visible en la relación clase-partido.
[...] Si el partido está separado de las masas y lanza consignas que las masas no escuchan, que no despiertan ningimn eco en el corazón del pueblo, su acción está destinada al fracaso. Pero si el partido ha interpretado correctamente el curso de la historia y si toma una posición adecuada para la progresión de la evolución, si está en permanente contacto con las amplias masas, si hace avanzar y canaliza su potencial espontáneo de lucha, más aimn, si produce dicho contacto, si no deja producirse jamás una ruptura entre él y las masas populares, entonces la acción de las masas se convierte efectivamente en un movimiento real del pueblo, y la revolución toma su impulso victorioso.
[...] Que Rosa Luxemburg comprende claramente el valor de una dirección revolucionaria está demostrado por el hecho de que en la socialdemocracia polaca, de cuya dirección ella formaba parte, nunca fue subestimado el papel de la dirección revolucionaria, y también por el hecho de que, en la elaboración de las tesis para una nueva internacional revolucionaria de posguerra, ella puso el acento sobre la necesidad de una dirección centralizada, lo que le valió la crítica de Liebknecht, quien se hizo el defensor de la espontaneidad de las masas contra Rosa Luxemburg[14].
Prefacio italiano a los Scritti politici de Rosa Luxemburg, 1967.
La posición de Rosa Luxemburg no es clara, su vocabulario y su sintaxis trasuntan frecuentemente un hegelianismo.
[...] En la historia, el concepto de proletariado, en un principio alienado, se realiza progresivamente. La revolución, por tanto, está propuesta como un sujeto oculto, del que las peripecias de la lucha de clases son sólo sus manifestaciones. Cada derrota, cada error, cada revés, son pensados como momentos necesarios en el progreso de la realización del concepto. De ello resulta con toda evidencia un papel particularmente borroso para la organización de vanguardia.
[...] De hecho, ésta es la dimensión política que le falta a Rosa Luxemburg. Ella cree en “el reforzamiento creciente de la conciencia de clase del proletariado”. Habría una marcha evolutiva de la conciencia de clase en el curso de la cual la autonomía organizacional del partido no es necesaria sino como momento (el tiempo para que el proletariado comprenda su rol histórico inminente) dentro del proceso de desalienación del proletariado.
Debido a esta confusión de niveles, Rosa Luxemburg subestima los factores políticos e ideológicos y sus funciones. No basta con que las clases estén polarizadas al extremo para que se manifiesten espontáneamente sus intereses revolucionarios. Las clases populares pueden permanecer todavía por mucho tiempo bajo el influjo de la ideología burguesa, cuya función es precisamente la de enmascarar las relaciones de producción. Solamente la crisis revolucionaria disuelve esa ideología y pone a la vista sus mecanismos. En la crisis, la ideología burguesa revela su desnudez, las escuelas autojustificativas de la burguesía, las tentativas de hipostasiar la historia, quedan en bancarrota. En mayo, la burguesía francesa no tenía como taparrabo nada más que las mediocridades de las aronerías académicas y la prosa grisácea, estúpidamente reaccionaria, de un Papillón. Pero más allá de la crisis, si la burguesía continúa dueña del poder, ésta se rehace una fachada, relanza sus mecanismos de seducción ideológica, los que actúan como un disolvente de la cohesión de clases.
Aquellos que hacen ahora de Mayo un acto de nacimiento (el de la espontaneidad revolucionaria del proletariado sucediendo a su espontaneidad avasallada) no hacen más que extra- polar un momento político preciso: el de la crisis revolucionaria. Teorizan su propia sorpresa y su propio deslumbramiento, tanto mayores cuanto no preveían la posibilidad de tal crisis. De esta manera abandonan el terreno de la política para entrar en el de la metapolítica. En esto, también, no dejan de emparentarse con Rosa Luxemburg.
Los relentes de hegelianismo, la confusión de lo teórico con lo político, tienen como consecuencia la teoría luxemburgista de la organización-proceso. Rosa se obstina con toda lógica en pensar la organización como un producto histórico.
[...] Al contar con la agravación de las contradicciones del capitalismo, y confiar en el proletariado y en su espontaneidad revolucionaria, ella piensa la organización como la sanción del estado de desarrollo de la clase y como el foco capaz de precipitar (en el sentido químico) su condensación. Dentro de esta perspectiva la dimensión organizativa carece de peso específico. Definir la socialdemocracia como el movimiento propio de la clase revela, más que una concepción política, una concepción mecanicista. Si los bolcheviques se hubiesen atenido a semej ante concepción, habrían esperado la luz verde del congreso de los soviets para desencadenar la insurrección. Sin embargo, sólo la vanguardia organizada podía comprender que la fecha de la insurrección debía preceder a la del congreso, y provocarla efectivamente.
“A propos de la question de l’organisation”, Partisans, Nº 45, Rosa Luxemburg vivante.
Por “espontaneidad en las masas” no entendemos “caos” ni “hervidero informe” [...]. Siendo un movimiento, la revolución tenía necesariamente una dirección. Pero no es de esa autodirección de la que habla Trotsky. Para él la dirección supone una separación entre dirigentes y dirigidos.
[...] Trotsky concluye: “Esos anónimos, rudos políticos de la fábrica y de la calle, no habían llovido del cielo, debieron ser educados” [...]. Él cree que basta, para que su hipótesis sea aceptada, con ponernos en el trance de elegir entre dos proposiciones absurdas. “Los rudos políticos”, rudos, en efecto, puesto que hacían la revolución al margen, y aun en contra, de la opinión de los jefes. “No habían llovido del cielo”, por lo tanto habían sido educados. Un dilema es obligatorio sólo si no hay una tercera salida. Pero estos hombres podrían haberse forma- do al contacto de las realidades de su propio medio, o por maes tros llovidos del cielo, o venidos de la emigración y la deportación.
[...] Todo grupo humano está estructurado, los individuos no se agregan unos a otros como manzanas en una caja: 1 + 1 + 1. Es cierto que algunos son “aislados”, pero entre la mayoría se produce una atracción (o repulsión) [...]. Aun dentro de una multitud “momentánea” los jefes surgen espontáneamente.
[...] Ocurre muchas veces que el “dirigente espontáneo”, surgido en el momento de peligro, retoma luego su posición anónima [...]. El dirigente de una ocasión no es necesariamente el dirigente de cualquier otra ocasión, ni, sobre todo, es un dirigente separado del grupo. No es indispensable morir para permanecer desconocido.
Communisme et marxisme, Editorial Michel Brient. 1963.
[...] Cuando (Lukacs) dice que por más adelantada que estuviere la concentración del capital, siempre quedará por realizar un salto cualitativo para pasar al socialismo, el contenido de ese salto cualitativo permanece totalmente indeterminado. El contexto, y el hecho de que todo eso apunta a la defensa de la política bolchevique, permiten entender que se trata de llevar esa concentración hasta el extremo (por la nacionalización o estatización) y de eliminar a los burgueses como propietarios privados de los medios de producción.
La maduración del proletariado como clase revolucionaria, condición evidente de toda revolución que no sea un mero golpe militar, toma entonces un nuevo sentido. No cabe duda que esa maduración no siempre puede ser considerada como el producto “espontáneo” y simplemente “orgánico” de la evolución del capitalismo, separada de la actividad de los elementos más conscientes y de una organización revolucionaria; pero no se trata de una maduración con vistas a la simple rebelión, sino a la gestión de la producción, de la economía, de la sociedad en su conj unto, sin lo cual hablar de revolución socialista carece totalmente de sentido. El papel del partido, entonces, no consis te de ninguna manera en el de partera de la nueva sociedad mediante la violencia, sino el de ayudar a esa maduración sin la cual su violencia no puede conducir sino a resultados opuestos a los buscados. Es necesario recordar a ese respecto que el partido bolchevique no sólo no ha ayudado, sino que casi siempre se ha opuesto a los intentos de los comités de fábrica rusos de 1917-1918 por apoderarse de la gestión de las industrias.
“Remarques critiques sur la critique de la révolution russe de Rosa Luxemburg”, Socialisme ou Barbarie, N° 26, nov.-dic., 1958.
Esa afirmación de que la conciencia política sólo le puede ser aportada a la clase obrera desde afuera es la que impugnamos teóricamente, puesto que la misma clase obrera la ha anulado prácticamente. El sindicalismo francés anterior a 1914 prueba por sí solo que los obreros pueden superar dentro del propio sindicato lo que Lenin llamó la conciencia tradeunionista. La “Carta de Amiens” adoptada en 1906 lo estipula explícitamente.
[...] Toda la ideología leninista está fundada sobre el postulado de la incapacidad de la clase obrera, incapacidad para hacer la revolución, incapacidad de regir la producción [...]. Que de tal manera la conciencia socialdemócrata le sea ajena al proletariado es quizás una condenación parcial de la socialdemocracia [...]. Por otra parte, el modelo de organización del tipo bolchevique se originó en el atraso de Rusia [...]. La teoría leninista que sostiene que la espontaneidad obrera no puede sobrepasar la conciencia tradeunionista equivale a decapitar al proletariado para permitirle al partido ponerse a la cabeza de la revolución.
[...] El leninismo fue violentamente combatido por Rosa Luxemburg [...]. Ella se lanzó a la pelea contra el centralismo democrático de Lenin y sus concepciones sobre la disciplina [...]. En realidad, es la conciencia de Lenin la que no alcanza a superar, en el terreno de la organización, a la de la burguesía.
[...] Durante mucho tiempo, el movimiento 22 de marzo exis tió sólo en base al contenido radical de sus objetivos políticos, a sus métodos de lucha efectivos y a menudo espontáneos, y al carácter no burocrático de su organización.
“El izquierdismo...”, 1968.
[...] Tan pronto como salió de la prisión polaca, en el otoño de 1906, Rosa Luxemburg publicó Huelga de masas, partido y sindicatos, donde resume la experiencia revolucionaria, todavía quemante, que estuvo a punto de costarle la vida. Ella relaciona en esa obra el problema de la huelga general con el de la espontaneidad de las masas, principal escollo teórico del luxemburgismo, posición deformada constantemente por tres generaciones de comunistas ortodoxos. En la época cuando para el movimiento comunista internacional el “luxemburgismo” se había convertido en una injuria, a veces hasta en motivo de expulsión y pretexto para arrestos y deportaciones mortales, bajo el stalinismo, las posiciones de Rosa sobre la famosa “espontaneidad de las masas” dieron lugar a las más extremas deformaciones.
[...] La mentada espontaneidad se reduce a la confianza que tenía Rosa en la capacidad de inventiva de aquellos que luchan.
[...] Por una parte, en el momento de la crisis las masas descubren la forma de su lucha, la que no puede ser preestablecida ni congelada. No puede haber un manual de recetas de la revolución. (Observemos en cuanto a esto que los escritos de Mao Tse Tung trazan con precisión el cuadro de la guerrilla, sus condiciones, pero dejan un margen muy grande de invención a los revolucionarios en cada momento.) Para Rosa existe un contrapunto dialéctico, una complementación constante y necesaria, una condición para las invenciones espontáneas del gran combate. Es la educación permanente.
Introducción a “Lettres a Karl et Luise Kautsky”, P.U.F., 1970.
Una adecuada comprensión de la naturaleza de la lucha de clases y de la acción revolucionaria, que incluye el rechazo de toda dirección especializada que pretenda desde afuera una conciencia política y teórica, condujo a muchos militantes revolucionarios a apoyar la tesis llamada “de la espontaneidad de las masas”.
Según esa idea, la iniciativa normal y natural de las masas en un momento dado sería suficiente para cualquier realización revolucionaria. La actividad militante y, sobre todo, la organización revolucionaria serían superfluas y peligrosas, pues inevitablemente dan origen a una nueva burocracia, retardataria, teóricamente, en relación con la acción de las masas, y contrarrevolucionaria, por su voluntad de regir al movimiento y encuadrar las realizaciones dentro de sus esquemas ideológicos.
Pueden admitir, a lo máximo, que se formen espontáneamente grupos en la lucha y que establezcan entre ellos contactos personales y episódicos, sin estructuras precisas y sin programas establecidos.
Más allá de eso, el destino de una organización revolucionaria está trazado de antemano: es el conocido de todos los pretendidos partidos obreros.
Esta tesis se apoya sobre cierto número de hechos no sólo indiscutibles, sino históricamente fundamentales, que manifiestan la capacidad popular para organizar sus luchas y la gestión de la sociedad, después de haber despoj ado del poder a los grupos privilegiados. Pero, al mismo tiempo, deja de lado completamente los mecanismos profundos de esos hechos, lo que la lleva, entre otras cosas, a identificar la capacidad creativa de las masas con una pretendida espontaneidad.
El proletariado no constituye un bloque homogéneo, llegado globalmente al mismo nivel de conciencia en un momento dado y en condiciones de sustentar una opción política uniforme, anulando las maniobras y desplazando los obstáculos que pudieran desviar su acción. El proletariado no desarrolla su experiencia histórica munido de la ciencia infusa universal en un mundo inmaculado de la creación.
Tampoco es el proletariado una materia bruta y virgen, que reaccione uniforme y mecánicamente, siempre de la misma manera por las mismas causas. Por lo tanto, rechazar la organización en nombre del “espontaneísmo”, equivale a caer en una visión abstracta e idealista de las masas y sancionar la expectativa pasiva o un aventurerismo sin principios y una noción demagógicamente populista de la acción revolucionaria; o caer en una concepción seudocientífica, estrechamente economicista y mecánica, de la sociedad de clases y sus contradicciones internas, un fatalismo inhumano que deja el campo libre a cualquier cosa. Tales ideas no dejan de dar lugar a su contrario, el que se origina en los mismos errores: una concepción golpista, estrechamente voluntarista que, en general, bajo un barniz de “espontaneísmo”, reserva la iniciativa revolucionaria solamente a pequeños grupos dedicados a las llamadas “acciones ejemplares”, que proviene de una visión abstracta de la acción revolucionaria y de un pesimismo, casi siempre inconfesado, respecto de la capacidad real de las masas.
Entre esas dos tendencias se hallan los corporativistas apolíticos que rechazan toda dirección ideológica de la acción de las masas y caen en un empirismo ciego, y también aquellos que pretenden que los grupos ideológicos deben limitarse a la propaganda verbal o escrita de sus ideales, dejando a las masas en la libertad de aceptarlos o rechazarlos.
En realidad, la ausencia de una organización revolucionaria específica en el seno del movimiento de masas tiene una consecuencia inevitable; vaciar de contenido al movimiento, en provecho de aquellos que se arrogan el poder de hablar en su nombre. Desde luego, para quienes intentan apoderarse del control de la sociedad, la lucha de clases es un simple telón de fondo. Los organismos del poder obrero fueron siempre, infaliblemente, torpedeados por los grupos autoritarios y estatistas, cuando no habían sido anteriormente orientados hacia vías muertas por los estados mayores reformistas (junio de 1936, junio de 1968). Los ejemplos abundan, uno de los más importantes es sin duda la toma del poder por el partido bolchevique. Después de las fracasadas tentativas de los socialistas revolucionarios y los mencheviques, los bolcheviques obtuvieron su fuerza de la revolución rusa mediante el control y la coordinación política, a nivel nacional, de los soviets. Se puede citar también a la revo lución húngara de 1956, que prácticamente sólo logró suministrar la ocasión para que los elementos nacionalistas y reaccionarios intentaran recuperar el poder, aprovechando la vigorosa lucha obrera contra la burocracia y la ocupación stalinista. Finalmente, en mayo de 1968, el “Movimiento 22 de Marzo” fue liquidado en beneficio de las diversas fracciones que habían participado en él.
La organización de la minoría revolucionaria no responde a un principio cualquiera, es una necesidad, un producto de la vida social, de las desigualdades del nivel de conciencia de las masas y de la revolución de la lucha de clases. La formación de esa minoría no depende de la voluntad de un pequeño estado mayor de aportar a las masas una verdad que éstas no necesitan. La minoría revolucionaria no es otra cosa que la parte más consciente y activa dentro del movimiento de masas, del cual constituye la expresión política más avanzada. No puede ser cuestión, por tanto, de preconizarla o rechazarla. Parte integrante de las masas, la minoría consciente no representa la concepción revolucionaria realizada de una vez y para siempre. Aparece como el medio natural dentro del que se elabora la más elevada toma de conciencia proletaria: la teoría revolucionaria.
La profundización de sus tesis y el reforzamiento de su cohesión teórica se inscriben en la perspectiva dinámica concreta del máximo desarrollo de las luchas. Esa perspectiva debe permitir el análisis y la capitalización de las experiencias históricas, así como de la masa de los hechos presentes, extraer de ellas la teoría apta para integrarse en la realidad a través de la práctica cotidiana de la lucha. Capaz de manifestar los diversos niveles de la conciencia y la lucha de clases y de confrontarlos con la realidad de la explotación, su objetivo es extraer la estrategia revolucionaria de un vasto movimiento social que, más allá de la reivindicación elemental y parcial, interna al sistema, debe desembocar en la impugnación global de la sociedad y en la elaboración de un mundo nuevo. La organización es el elemento propio de las masas que les permite afirmar e imponer políticamente su solución.
Grupo Bakunin, Marsella (comunista libertario), 1970.
La polémica establecida dentro de la socialdemocracia, principalmente en Bélgica y Alemania, luego de las huelgas generales belgas de 1902 y 1913, no requiere una presentación histórica. Los textos que publicamos permiten percibir lo esencial del contexto histórico de la época y cualquier trabajador, aunque no tenga ningimn conocimiento de la historia de Bélgica, comprenderá de qué se trata, pues idénticos problemas se plantean hoy en día para el mundo obrero, especialmente en Francia, después de la experiencia de las huelgas generalizadas de mayo de 1968. Esto es igualmente lo que otorga a esos textos su valor actual. Poco nos interesa hacer obra de historiador, sólo esperamos contribuir a la clarificación de las ideas y la identificación de los enemigos pasados, presentes y futuros de la revolución proletaria.
En esta polémica, Mehring y, sobre todo, Rosa Luxemburg, critican la práctica y las concepciones del partido belga. Esos textos nos conciernen porque, contra el líder reformista Vandervelde, Rosa analiza lo que constituye el fundamento mismo de la teoría revolucionaria: la espontaneidad revolucionaria del proletariado. Pero este punto siempre fue y es aimn el nimcleo del enfrentamiento entre reformistas y revolucionarios dentro del movimiento obrero. Todos los elementos que caracterizan a ambas posiciones estaban ya presentes en aquella época, y se pueden resumir en pocas palabras: ¿Es el proletariado una masa bruta e inerte que los jefes socialistas formados en la teoría conducen al combate como un ejército disciplinado o, por lo contrario, el proletariado es empuj ado espontáneamente por su situación a una práctica “socialista”, siendo la teoría revolucionaria sólo la comprensión de su situación de clase y la inteligencia de la lógica de su práctica? En este imltimo caso, lejos de intentar el encuadramiento del proletariado, revolucionarios son aquellos que apuntan sólo a la sistematización de su actividad creativa espontánea.
Señalemos desde ya que Rosa Luxemburg no cae en ningimn momento en el falso dilema del pensamiento burocrático que constituye el plato fuerte de la literatura grupuscular actual, el dilema organización-eficiencia vs. desorganización-espontanei dad. Más bien que a demostrar la inconsistencia teórica de las concepciones que oponen lo espontáneo a lo organizado, limitémonos a comprobar que, en un período en que el ref ormismo domina dentro del movimiento obrero, los revolucionarios son llevados, justamente, a identificarse con las manifestaciones marginales de desbordamiento, por una minoría, de las organizaciones burocráticas. Puesto que la organización está en ma- nos del adversario, la lucha toma en sus comienzos la forma de indisciplina organizativa. Pero, desde el momento que la lucha alcanza determinado nivel, la clase obrera tiende espontánea y orgánicamente a unificarse, a centralizarse y a crear los adecuados organismos de dirección.
Eso es lo que demuestra Marx al estudiar la comuna de París, lo que prueba la creación en 1905 y 1917 de los soviets en Rusia, y en Alemania en 1918, etc. Pero esto es válido no sólo en los períodos de lucha revolucionaria abierta. La historia de la liga de los comunistas, de la primera internacional, la creación de Espartaco en Alemania, después el K.A.P.D., como la creación de la cuarta internacional (no la de Trotsky, sino la verdadera, de 1920) demuestran la tendencia espontánea a la organización del movimiento revolucionario. Sin embargo, es evidente que, en su época, Rosa sobrestimó las posibilidades de rectificación de las organizaciones reformistas, partidos o sindicatos. Mas las tesis que desarrolló están en la línea de las posiciones de Marx, tienden a la comprensión del movimiento real de la clase obrera, y nada tienen en común con la crítica “moral” de la burocracia y de la ideología espontaneísta.
Medio siglo más tarde, los términos de esta polémica se mantienen profundamente actuales, y se imponen dos conclusiones simétricas: los enemigos de la revolución proletaria en el interior del movimiento obrero tienen el pellejo mucho más duro de lo que los revolucionarios creían; pero lo mismo ocurre con los partidarios de la revolución, que han sobrevivido a todas las contrarrevoluciones, a todas las masacres, y que resurgen cada vez que la clase obrera se lanza a la lucha.
Prefacio a Grèves sauvages, spontanéité des masses, l’expérience belge de grève générale, Cahiers Spartacus, 1969.
Rosa Luxemburg, junto con Lukacs (que se refiere a ella constantemente en Historia y conciencia de clase), es uno de los autores más desconocidos, traicionados y deformados del marxismo. En relación con esos dos autores malditos, la historia (los dirigentes obreros, los comentaristas, los editores y otros “teóricos”) debió operar esa gigantesca obliteración de todo lo que fuera una tendencia consciente y organizada del movimiento obrero, hasta el punto de que por momentos logró hacerse hegemónica. Basta observar la ira con que Lenin la ve surgir por todas partes, cuando escribe con respecto a ello “un librito bastante maligno”. Esa tendencia, que se derrumbó tan rápidamente como había surgido, tenía entonces por nombre: el izquierdismo. Se vio ese fenómeno extraordinario en los años 20.
[...] Desde 1964, en una Francia gaullista que se aburre, no bastan ya las ideologías castristas, maoístas, trotskistas, etc. Maspero lanza una colección titulada Bibliothèque Socialiste que reedita algunos escritos de Rosa. Los stalinistas, para no ser menos, también se interesan.
A partir de mayo de 1968, no fue posible continuar ignorando la existencia del pensamiento luxemburgiano. Además de las reediciones, aumentadas pero incompletas, las de Maspero, en formato de bolsillo, Badia hizo aparecer Extractos de Rosa en las Ed. Sociales, “desgraciadamente incompletos, precedidos de una sólida introducción y encuadrados por útiles comentarios...” (P. Sorlin, Le Monde). Con la mayor buena fe, diversos propagandistas y militantes descubrieron esta profunda verdad: Rosa había sido la más mortal enemiga del reformismo y del “revisionismo”, ante todo el adversario encarnizado de Bernstein y luego de Kautsky, lo que permitía que la polémica con Lenin resultara secundaria.
Nuestra óptica es radicalmente otra, no solamente resulta fácil demostrar, por el número de páginas y por su lugar en el edificio conceptual, que la oposición de izquierda a los bolcheviques es una cuestión central, sino que, más aún, las críticas dirigidas a Bernstein y Kautsky podrían en realidad aplicarse a Lenin, a quien no se puede calificar, conforme los conceptos luxemburgistas, sino como un socialdemócrata de izquierda. Téngase en cuenta a este respecto la profunda identidad de Lenin con la concepción de Kautsky de la conciencia de clase. Esta tesis, la oposición Luxemburg-Lenin (con sus “causas” políticas, filosóficas y sociológicas), es central para cualquier comprensión de Rosa. Eso es lo que trataremos de demostrar, así como en qué medida esa oposición es actual (entre izquierdistas y el P.C.F.) aun cuando los primeros usen una forma “leninista”. Es la oposición entre el proletariado y la burocracia.
[...] El partido no es la conciencia de clase, ni se convierte en partido de la noche a la mañana, y su mandato como instrumento de la lucha de clases nunca es definitivo. Por eso, la constitución de un partido comunista no puede ser decretado por algunos intelectuales (sea esta constitución a priori, en base a un programa radical abstracto, o producida después de una división prematura); la constitución del P.C. no puede ser sino el resultado de un proceso de maduración de las masas y de sus organizaciones, con todas sus carencias.
“Le luxemburgisme aujourd’hui”, Cahiers Spartacus, 1970.
Sería otra utopía imaginar que el partido puede asegurar la rigurosa coordinación de las luchas y la centralización de las decisiones. Las luchas obreras, tal como se han producido en los últimos doce años [...] no padecieron por la ausencia de un órgano del tipo partido que podría haber logrado coordinar las huelgas; tampoco padecieron por la falta de politización –en el sentido que lo entendía Lenin–, las luchas obreras estuvieron dominadas por el problema de la organización autónoma. Ningún partido puede hacer que el proletariado resuelva este problema, al contrario, no será resuelto si no es en oposición a los partidos –sean éstos cuales fueren, quiero decir por antiburocráticos que fuesen sus programas–. La exigencia de una preparación concertada de las luchas dentro de la clase obrera y de una previsión revolucionaria ciertamente no puede ser ignorada (aunque no esté presente en todo momento, como algunos parecen creerlo). Pero esa necesidad es inseparable actualmente de aquella otra exigencia de que las luchas sean decididas y controladas por aquellos que las realizan. La función de coordinación y centralización no es la que justifica la existencia del partido, esa función pertenece a los grupos minoritarios de obreros o de empleados que, al tiempo que multiplican sus contactos mutuos, siguen formando parte de los medios productivos en los cuales actúan.
“Organisation et Parti”, Socialisme ou Barbarie, Nº 26, nov.-dic., 1958.
[...] Su crítica (de Rosa) de la dictadura bolchevique, así como, por otra parte, su teoría de la espontaneidad, proceden evidentemente de una dialéctica más hegeliana que marxista.
[...] Esa dialéctica [...] es, mucho más que la dialéctica marxista, la del idealismo objetivo, de Vico a Hegel, donde la mediación, la relación entre lo abstracto y lo concreto, de la praxis y la teoría, tienen una función subalterna con respecto a un vasto movimiento de la historia.
[...] El “espontaneísmo” luxemburgiano, hoy es necesario insistir en ello, tiene un contenido estrictamente histórico, diría aun historicista. Sería una extrapolación abusiva el pretender identificar la espontaneidad tal como la concibe Rosa Luxemburg con esa espontaneidad a la que dan nacimiento –y sobre la cual se fundan– tanto el psicoanálisis de Freud como el psicodrama de Moreno. Mientras que en este caso la espontaneidad pertenece más o menos a una “naturaleza humana”, que la historia o la cultura vienen a contrariar, en Rosa Luxemburg, por lo contrario, la espontaneidad proviene y no podría realizarse sino en y por la historia. Además, la espontaneidad descripta por Freud y Moreno se pretende un hecho genérico, propio del con- junto de la especie humana, mientras que la espontaneidad luxemburgiana se quiere y permanece esencialmente un fenómeno de clase. No existe en realidad para Rosa Luxemburg una verdadera espontaneidad, conforme ella se expresa, sino en el momento de la revolución. Si, para el marxismo, el proleta riado no existe como clase sino en tanto que revolucionario, ocurre lo mismo con la espontaneidad luxemburgiana: existe sólo como revolucionaria.
[...] En último término, la prueba de la espontaneidad le pertenece a la revolución.
[...] La historia, la espontaneidad histórica es, por tanto, la que confirma o desmiente los esquemas preestablecidos que se pretenden dictar desde arriba. Tenemos aquí, nuevamente, la concepción hegeliana de la historia, que prohíbe las previsiones y no autoriza las totalizaciones sino a posteriori, “a la caída de la noche”. Pero, al mismo tiempo, al menos la fórmula lo per- mite suponer, algunos, que deben “poseer el mandato” pueden erigirse en maestros de escuela, de otro tipo, quizá, pero en todo caso maestros de escuela. Evidentemente, aquí aparece la laguna que Lukacs ya ha denunciado en Rosa Luxemburg: la insuficiencia de la mediación entre la teoría y la acción, mediación que se halla en la organización.
En realidad, lo que no está explicitado es la relación entre el proletariado y sus intelectuales o, en este caso, el problema de la preparación de la huelga, de la liberación de la espontaneidad y de su dirección.
[...] Esa relación entre espontaneidad y dirección consciente, entre la voluntad de todos y la dirección de unos pocos, es lo que Rosa trató de definir, sin lograrlo totalmente.
[...] Ciertamente, la organización del proletariado, su vanguardia, se colocaría a la cabeza del movimiento, pero para eso sería necesario que el movimiento ya se hubiera iniciado, que la historia se haya puesto en movimiento.
[...] Todo ocurre como si el partido estuviera ahí sólo para recoger los frutos de una revolución que ya se ha producido.
[...] En el origen mismo de la huelga de masas, de la explosión espontánea de la revolución, el partido no desempeñaría ningún papel. La cosa se presenta como (... ) si se tratara siempre, para la acción política, de realizar una recuperación post facto y de dar su sentido a un fenómeno que se ha decidido en otra parte.
Prefacio a La Révolution russe, Maspero, año 1964.
Aunque no acepta la esencia del “centralismo” de Lenin, Luxemburg es llevada en su polémica a imponerle otra concepción de la formación de la conciencia política de clase y de la preparación de situaciones revolucionarias. Al hacer eso, ella pone en evidencia, de manera más punzante aimn, hasta qué punto estaba errada en el debate. La concepción de Luxemburg de que “el ejército proletario se forma y se hace consciente de sus objetivos en el curso mismo de la lucha” ha sido absolutamente ref utada por la historia. Por grandes, duraderas y vigorosas que hayan sido las luchas obreras, las masas obreras no han adquirido una clara comprensión de las tareas propias de la lucha o, al menos, no la adquirieron en un grado suficiente. Basta recordar aquí las huelgas generales francesas de 1936 y 1968, las luchas de los trabajadores alemanes de 1918 a 1923, las grandes luchas de los trabajadores italianos de 1920, 1948 y 1969, así como las prodigiosas luchas en España de 1931 a 1937, para no mencionar más que esos cuatro países europeos.
[...] Sería completamente ilusorio creer que, repentinamente, por así decirlo en una noche, un medio imnico de acción de las masas, una conciencia correspondiente a las exigencias de la situación histórica, pudiera nacer en el seno de las grandes masas.
[...] Lenin recibía con tanto entusiasmo como Rosa Luxemburg y Trotsky las explosiones potentes y espontáneas de huelgas de masas y manifestaciones populares.
Luxemburg tiene completa razón cuando dice que el inicio de una revolución proletaria no puede ser “predeterminada” por el calendario, y se buscaría en vano un punto de vista contrario en Lenin. Lenin, como Luxemburg, estaba convencido de que esas explosiones elementales de las masas, sin las que sería impensable una revolución, no pueden ser hechas por encargo ni “organizadas” conforme a reglas; [...] Lenin, como Luxemburg, estaba convencido de que una acción de masas verdaderamente extendida hace y hará siempre surgir una poderosa reserva de energía creadora, una plenitud de recursos y de iniciativas.
La diferencia entre la teoría leninista de la organización y la teoría llamada de la espontaneidad –la que, por otra parte, no puede ser atribuida a Luxemburg, sino con grandes reservas– reside, entonces, no en una subestimación de la iniciativa de las masas, sino en la percepción de sus límites. La iniciativa de las masas es capaz de una cantidad de magníficas proezas. Pero no es capaz por sí misma de producir, en el curso de la lucha, un programa claro y completo con vistas a una revolución socialista en la que están implicadas todas las cuestiones sociales (sin hablar de la posterior reconstrucción socialista). No es más capaz por sí misma de llevar a cabo una centralización de fuerzas suficiente como para provocar la caída de un poder del Estado fuertemente centralizado y que dispone de un aparato represivo [...]. En otros términos, los límites de la espontaneidad de las masas comienzan a hacerse perceptibles si se comprende que una revolución socialista victoriosa no puede ser improvisada. Mientras, la “pura” espontaneidad de las masas se reduce siempre a la improvisación.
Agreguemos: la “pura” espontaneidad no existe más que en los libros de cuentos de hadas sobre el movimiento obrero, no en la historia real. Lo que generalmente se entiende por “espontaneidad de las masas”, son movimientos que no han sido detalladamente preparados previamente por alguna autoridad central. Por lo contrario, lo que no debe entenderse por “espontaneidad de las masas” son los movimientos que se producirían sin ninguna “influencia política de afuera”.
[...] Lo que diferencia las acciones “espontáneas” de la “intervención de la vanguardia” no es para nada el hecho de que en las primeras todos y cada uno hayan accedido en el curso de la lucha al mismo nivel de conciencia, mientras que en la segunda la “vanguardia” sería distinta de “la masa”. Lo que diferencia entre sí a ambas formas de acción no consiste tampoco en que en las acciones “espontáneas” no habría ninguna solución aportada al proletariado desde “fuera”, mientras que una vanguardia organizada respondería a las exigencias elementales de la masa “a la manera de un elite”, “imponiéndole” un programa.
Nunca hubo acciones “espontáneas” sin alguna clase de influencia proveniente de elementos de vanguardia. La diferencia entre acciones “espontáneas” y aquellas donde “interviene la vanguardia revolucionaria” es esencialmente la siguiente: en las acciones “espontáneas” la naturaleza de la intervención de los elementos de vanguardia es inorgánica, improvisada, intermitente y no preparada (se manifiestan fortuitamente en tal empresa, en tal región o tal ciudad), mientras que la existencia de una organización revolucionaria permite coordinar, planificar, sincronizar conscientemente y regular en forma continuada la intervención de los elementos de vanguardia en la lucha “espontánea” de las masas. Tales son, y nada más, las exigencias del “supercentralismo” leninista.
International Socialist Review, diciembre 1970.
[...] Mucho se ha escrito acerca de la idea luxemburgiana de la espontaneidad y ha surgido cierto número de malentendidos. Rosa Luxemburg parte, es cierto, del postulado implícito de que las masas proletarias son espontáneamente revolucionarias y que basta un incidente menor para producir una acción revolucionaria de envergadura. Esta tesis es la que sustenta todo su libro. Pero ese optimismo no se acompaña con una desconfianza a priori respecto del papel del partido en la revolución. Al menos en este escrito y en esa fecha Rosa Luxemburg no opone la masa revolucionaria al partido, sus ataques no están dirigidos contra el partido alemán, sino contra los sindicatos, cuya influencia considera nefasta y su papel, lo más a menudo, desmovilizador.
En cuanto al partido, su función no debe consistir en el desencadenamiento de la acción revolucionaria, ésa, escribe, es una tesis común a Bernstein y a los anarquistas, así se presenten como los campeones o como los detractores de la huelga de masas. No se decide, por una resolución de un congreso, una huelga de masas para tal día a tal hora. De la misma manera no se puede decretar artificialmente que la huelga quede limitada a tal o cual objetivo, por ejemplo, la defensa de los derechos parlamentarios. Semejante concepción es ridí cula y ha sido desmentida incesantemente por los hechos. El partido debe, si se permite utilizar el término, pegarse al movimiento de masas. Una vez declarada la huelga espontánea, tiene por misión darle un contenido político y consignas adecuadas. Si el partido no posee la iniciativa en las huelgas de masas, debe llevar la orientación y la dirección política de las mismas. Sólo así se evitará que la acción se pierda o que refluya en el caos.
Introducción a Oeuvres I de Rosa Luxemburg, Maspero, 1969.
NOTAS
[1] August Thalheimer, Las obras teóricas de Rosa Luxemburg, Die Internationale, 1920, 11, Nos. 19 y 20, pp. 19-20.
[2] Lenin, Contribución a la cuestión de la dictadura, en Oeuvres, ed. 1935, XXV, p. 511.
[3] Lenin, escrito póstumo en Pravda del 16-4-24, Sochineniya, XXXIII, p. 184.
[4] Clara Zetkin, Um Rosa Luxemburgs Stellung zur russischen Revolution; Adolf Warski, Rosa Luxemburge Stellung zu den taktischen Problemen der Revolution, ambos en Hamburgo, 1922.
[5] Georg Lukacs, Rosa Luxemburg marxista, enero de 1921; Observaciones críticas sobre la crítica de la revolución rusa de Rosa Luxemburg, enero de 1922; Observaciones metodológicas sobre la cuestión de la organización, setiembre de 1922, en Historia y conciencia de clase.
[6] Ruth Fischer, Die Internationale, 1925, VIII, Nº 3, p. 107.
[7] Paul Frölich, Zum Streit über die Spontaneität, Aufklarung, 1953.
[8] N. Bukharin, El imperialismo y la acumulación del capital, 1925. (Hay edición castellana.)
[9] Stalin, Sobre ciertos problemas de la historia del bolchevismo, 1931, Sochineniya, XIII, pp. 84-102. L. Kaganovich, Correspondance Internationale, 15-12-31.
[10] Trotsky, ¡Bas les pattes devant Rosa Luxemburg!, 28-6-32, Ecrits, I, 1955, pp. 321-331. (Véase Documento Nº 10.)
[11] El mismo, Rosa Luxemburg et la IV Internationals, 1935. (Véase texto VII.)
[12] Hartmut Mehringer y Gottfried Merger, La gauche nouvelle allemande et Rosa Luxemburg, Partisans (Rosa Luxemburg vivante), Nº 45, 1969. Es de notar la publicación en 1970 en la colección de bolsillo Rowohlt de los Escritos sobre la teoría de la espontaneidad de Rosa Luxemburg.
[13] Pierre Guillaume, prefacio a Grèves sauvages et spontaneite des masses, Cahiers Spartacus, 21- serie, Nº 30, diciembre de 1969; Alain Guillerm, El luxemburgismo hoy, Cahiers Spartacus, 21 serie, Nº 32, marzo de 1970.
[14] “Demasiada ‘disciplina’ y demasiada poca espontaneidad” (Karl Liebknecht) en Ernst Meyer, Zur Entstehungsgeschichte der Junius-Thesen, Unter dem Banner des Marxismus, 1925, Nº 2, p. 420. [N. del E.] Se trata de la “tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional” de enero de 1916.