Redactado: 25 de
septiembre de
1986
Fuente de la traducción: "Al lector", en M. Gorbachov, Moratoria: Recopilación de discursos e intervenciones del Secretario General del CC del
PCUS sobre el cese de las pruebas nucleares (enero - septiembre 1986). Editorial de la Agencia de Prensa Novosti, Moscú, 1986, págs.
3 a 8.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de
2024.
Algún día no lejano, usted, lector, arrancará la última página del calendario de 1986 y, lo mismo que la mayoría de las personas, se preguntará: ¿Cómo transcurrió aquel año?. ¿Qué esperanzas ha justificado y en qué ha decep-cionado? Debo decir que esta no es una pregunta retórica, en absoluto, ya que el tiempo lleva la cuenta no sólo de las horas y los minutos, sino, en primer lugar, de las realizaciones. De lo hecho y de lo que ha quedado por hacer.
Recordemos cómo empezó el año. Guardaban silen-cio los polígonos, nucleares soviéticos. Crecieron las esperanzas de que proseguiría el diálogo fructífero para un saneamiento general de la situación internacional. La reunión que tuve con el Presidente R. Reagan en Ginebra prometía esfuerzos comunes, o paralelos, de las dos potencias, para el cese de la carrera de los armamentos en la Tierra, impedirla en el espacio cósmico. La URSS y EE.UU. declararon conjuntamente que en una guerra nuclear no podría haber vencedores, que las guerras en general deben relegarse al pasado. La declaración conjunta obliga. La renuncia a la guerra presupone, lógica mente, renunciar a las armas, al menos, a las más destructoras y pérfidas.
Eso es lo que considera la Unión Soviética.
Así es como ha obrado la Unión Soviética.
El 15 de enero de 1986 nosotros expusimos un plan para destruir por etapas, hasta finales del siglo, las armas nucleares. Huelga demostrar que entre los problemas internacionales éste es el más candente, el más apremian te. Si se deja pendiente, el mundo estará condenado a vivir atemorizado, siempre que no suceda lo peor.
En febrero, en su XXVII Congreso, el PCUS formuló las bases sobre las que, en nuestra opinión, podría ser edificado el sistema omnímodo de seguridad internacio-nal. Hemos prolongado cuatro veces la moratoria de todos los ensayos nucleares.
Nuestro país se ha pronunciado por liquidar total mente las armas químicas, las bases de producción de las mismas.
Junto con sus aliados del Tratado de Varsovia, la Unión Soviética ha propuesto reducir a fondo los armamentos convencionales y las fuerzas armadas. A ello hay que agregar el plan soviético de organización de la colaboración internacional para la conquista pacífica del espacio cósmico, que excluye la militarización del mismo, las iniciativas para solucionar parcialmente el problema de los misiles de alcance medio en Europa, para fortalecer la paz en la región asiática y del Pacífico, para encontrar solución a los conflictos regionales; sumemos todo eso, y se llegará a la conclusión de que la URSS procura aprovechar cualquier oportunidad para llevar la evolución de las relaciones internacionales hacia un cauce tranquilo y pacífico. En las negociaciones de Ginebra y de Viena, en las conferencias de Estocolmo y de Berna, hemos procurado insistentemente encontrar soluciones equilibradas para todos los problemas planteados, tender la vía hacia la confianza y la concordia.
¿Por qué, entonces, no se ha producido el cambio? ¿Por qué se mantiene la tensión y se multiplican los peligros? Las adversidades políticas y militares no caen del cielo sobre los pueblos. Son producto de la actividad de alguien. Hay quienes necesitan de la tensión y los peligros. Si como respuesta a la moratoria soviética, EE.UU. no ha encontrado nada más original que intensificar sus experimentos nucleares, tampoco es casual.
No voy a repetir las valoraciones y los argumentos que usted, lector, encontrará en este folleto. Me limitaré a reiterar: la actitud respecto a las explosiones nucleares es un examen de madurez histórica para los gobiernos. Es una prueba de correspondencia de palabras y hechos, de intenciones proclamadas y actos.
Es inconcebible que uno abogue a la vez contra la guerra nuclear y por el perfeccionamiento de las armas nucleares, para lo cual, hablando propiamente, se efectúan las explosiones.
Para toda persona sensata resulta incomprensible abogar por el desarme nuclear y, a la vez, contra la moratoria, llamada a evitar la aparición de nuevas y sofisticadas variedades de bombas nucleares.
Si uno procede con seriedad, no puede procurar al mismo tiempo reforzar el régimen de no proliferación de las armas nucleares, engordar los arsenales nucleares y trasladar la carrera de los armamentos a nuevas esferas.
Lo acordado en el encuentro soviético-norteamericano de Ginebra es cesar la carrera de los armamentos en la Tierra y evitarla en el cosmos. Ya he mencionado los principales esfuerzos que ha adoptado la URSS para traducir a hechos concretos esta fórmula política.
¿Y cuál ha sido la actitud de EE.UU.? De hecho, echó más leña a sus fraguas militares. Y no sólo eso. Después, de bloquear el progreso en las negociaciones con nosotros, eludiendo las soluciones parciales, completamente asequibles y factibles, Washington procedió a desmontar totalmente los tratados concertados y suscritos por administraciones norteamericanas anteriores.
El Presidente R. Reagan anunció la intención de EE.UU. de dejar de tener en cuenta el acuerdo provisional SALT-1 y el tratado SALT-2. Con su visto bueno se realizan acciones encauzadas a quitar fuerza y sentido al importantísimo tratado de la Defensa Antimisil. A nivel del jefe de la Administración se proclama que EE.UU. no se considera limitado por nada al definir los parámetros cuantitativos y cualitativos de “modernización” y de incremento de los armamentos.
En el curso de los últimos meses hemos sido testigos de toda una sucesión de acciones provocadoras de EE.UU. Apenas se vislumbraba una mejora en las relaciones soviético-norteamericanas o se perfilaba la activación del diálogo, en Washington apretaban los frenos, creaban intencionadamente una situación de nervios. Hubo de todo: el ataque pirata a Libia, el alboroto organizado a conciencia en torno al llamado “caso Daniloff’, y la expulsión arbitraria de funcionarios soviéticos que traba-jaban en la ONU. Es una relación, aun incompleta, de acciones provocadoras con las que tuvimos que tropezar.
Comprendemos por qué fue adoptada esa línea. La razón principal es que temen a la distensión, temen a la emulación pacífica. Siguen alimentando las esperanzas ilusorias de abrirse camino hacia la superioridad militar. Máxime que la aceleración de las revoluciones de la industria militar enriquece sin fin al complejo militar- industrial. Y persiguen un anhelo vicioso: extenuar económicamente a la Unión Soviética obligándole a emprender pasos adicionales para mantener la paridad estratégica militar.
No lograrán detener nuestro avance hacia los objeti-vos creadores que nos hemos planteado. Pero qué se puede decir de la moral de quienes, evocando hipó-critamente a Dios, idolatran a Mammón y, pisoteando las normas más elementales de la moral, hacen del mal una virtud.
Claro, pese a los deseos, una parte no está en condiciones de detener la carrera armamentista cuando la otra trata de aprovechar incluso la moratoria de la primera para romper la paridad. Esa es la situación. Compare, lector, las posiciones, compare los actos reales de la URSS y de EE.UU. y no quedará duda de por qué, por culpa de quién el 1986, un año que tanto prometía inicialmente se acabará dejando para el siguiente tantas inquietudes y tareas pendientes.
Todavía hay tiempo hasta el 1 de enero de 1987. Tiempo para meditar sobre el pasado y sobre el futuro, pero asesorándose no por computadoras, que carecen de alma, sino por elemental amor al ser humano y por moral. Para que mediten todos. Y las meditaciones deben mover a la acción. Lo dicho no concierne sólo a la URSS y EE.UU. Concierne a toda la comunidad mundial. Las relaciones internacionales razonables y armoniosas pue den ser construidas —y construidas sólidamente— si todos los países del planeta participan activa y directa mente en esta obra.
Objetivamente el mundo se ha visto en una encrucijada. Si la moratoria unilateral soviética se convierte en bilateral e ilimitada en el tiempo, primero soviético-norteamericana y, posteriormente, en el amplio acuerdo internacional sobre la renuncia a las explosiones nuclea res, acompañada de un control riguroso, la humanidad respirará con alivio. Si Washington hace fracasar la moratoria, se impondrá la cruenta lógica de la confrontación.
Cualquiera que sea el resultado, de parte de nuestro país puedo afirmar con la mano en el corazón: la URSS ha hecho y está haciendo todo lo que de ella depende para que de los horizontes del mundo desaparezca el temor. Hemos hecho incluso tal vez más de lo que se podía esperar de nosotros. La Unión Soviética lo hace en aras de la paz. En aras del ser humano. En aras del futuro.
M. GORBACHOV
25 de septiembre de 1986