Pronunciado: 25 de febrero de
1986 ante el XXVII Congreso del PCUS.
Fuente de la traducción: "Del Informe político
del Comité Central del PCUS
al XXVII Congreso
del Partido Comunista
de la Unión Soviética, 25 de febrero de 1986", en M. Gorbachov, Moratoria: Recopilación de discursos e intervenciones del Secretario General del CC del
PCUS sobre el cese de las pruebas nucleares (enero - septiembre 1986). Editorial de la Agencia de Prensa Novosti, Moscú, 1986, págs.
53-61.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de
2024.
El socialismo rechaza total mente las guerras como medio para dirimir las controversias políticas y económicas entre los Estados, los litigios ideológicos. Nuestro ideal es un mundo sin armas ni violencia, un mundo en el que cada pueblo elija libremente su camino de desarrollo, su modo de vida. Esto es expresión del humanismo de la ideología comunista, de sus valores morales. Por eso también en lo sucesivo la línea maestra de la actividad del Partido en el ámbito mundial será la lucha contra el peligro nuclear y la carrera de armamentos, por mantener y consolidar la paz universal.
Esta política no tiene alternativa. Esta verdad se hace más patente en los períodos en que se agravan los asuntos internacionales. Quizá jamás en las décadas postbélicas la situación en el mundo había sido tan explosiva y, por tanto, tan compleja y desfavorable como en el primer lustro de los años 80. El sector derechista que llegó al poder en EE.UU. y sus “compañeros de viaje’’ principales en la OTAN viraron bruscamente de la distensión a la política de fuerza militar. Se pertrecharon con doctrinas que rechazan la buena vecindad y la cooperación como premisas del desarrollo mundial, como filosofía política de las relaciones internacionales. La Administración de Washington no ha querido escuchar nuestros llamamientos de suspender la carrera armamentista y sanear la situación.
¿Quizá no valga la pena reavivar el pasado? Tanto más ahora, cuando en las relaciones soviético-norteamericanas parecen perfilarse síntomas de mejoría y en las acciones y el estado de ánimo de los líderes de ciertos países de la OTAN vuelven a notarse tendencias realistas. Nosotros estimamos que vale la pena, ya que el brusco enfriamiento del clima internacional en la primera mitad de los años 80 recordó una vez más que nada se hace de por sí: por la paz hay que luchar, luchar con tenacidad. Mientras tal posibilidad exista, hay que buscar, hallar y aprovechar las menores oportunidades para hacer virar la tendencia creciente del nuevo peligro de guerra. Al darse cuenta de ello, el CC del PCUS, en su Pleno de Abril (1985), volvió a analizar el carácter y las proporciones del peligro nuclear y determinó los pasos prácticos que pueden contribuir a sanear la situación. Nos basamos en los siguientes principios.
Primero. El carácter de las armas modernas no deja a ningún Estado esperanzas de defenderse sólo con ayuda de medios técnico-militares, digamos, mediante la creación de una defensa, aun la más poderosa. Cada vez más la seguridad se presenta como tarea política, y sólo es posible cumplirla con ayuda de medios políticos. Lo que hace falta es, en primer término, voluntad para emprender el desarme. La seguridad no puede apoyarse hasta lo infinito en el miedo ante la represalia, es decir, en las doctrinas de “disuasión” o “intimidación”. Sin hablar ya de lo absurdo y amoral que es convertir en rehén nuclear el mundo entero, estas doctrinas estimulan la carrera armamentista que, tarde o temprano, puede volverse incontrolable.
Segundo. La seguridad, de hablar de las relaciones entre la URSS y EE.UU., sólo puede ser recíproca y, de considerar el conjunto de las relaciones internacionales, sólo universal. La máxima sabiduría no radica en preocuparse exclusivamente por uno mismo, tanto menos en actuar en detrimento de la otra parte. Es preciso que todos se sientan en igual seguridad, puesto que los temores y las inquietudes de la era nuclear engendran lo imprevisible en política y en las acciones concretas. Adquiere mucha importancia tener en cuenta el significa do crítico del factor tiempo. La aparición de nuevos sistemas de armas de exterminio masivo reduce, sin cesar, el tiempo, . estrecha las posibilidades para adoptar, en casos de crisis, decisiones políticas sobre problemas de la guerra y la paz.
Tercero. La locomotora del militarismo siguen siendo EE.UU. y su complejo industrial-militar que, por el momento, no piensa ceder en su incremento. Por supuesto, hay que tenerlo en cuenta. Pero comprendemos perfectamente: los intereses y los objetivos del complejo industrial-militar no son lo mismo, ni mucho menos, que los intereses y los objetivos del pueblo norteamericano, los auténticos intereses nacionales de este gran país.
Como es natural, el mundo es mucho más extenso que EE.UU. y sus bases militares en el extranjero. Y en política mundial no cabe limitarse a las relaciones con uno u otro país, aun muy importante. Esto, como prueba la experiencia, no hace más que estimular la presunción de la fuerza. Sin embargo, es obvio que nosotros atribuimos mucha importancia al estado y al carácter de las relaciones entre la Unión Soviética y EE.UU. Nuestros países poseen muchos puntos de contacto, tenemos la necesidad objetiva de vivir en paz el uno con el otro, de colaborar con base en la igualdad y el provecho mutuo, pero sólo así.
Cuarto. El mundo vive un proceso de vertiginosos cambios, y nadie está en condiciones de mantener en él un statu quo eterno. El mundo consta de muchas decenas de Estados, cada uno de los cuales tiene sus intereses perfectamente legítimos. Ante ellos, ante todos sin excepción, se plantea una tarea de carácter fundamental: sin olvidar que se mantienen serias contradicciones sociales, políticas e ideológicas, dominar la ciencia y el arte de ser ponderado y comedido en el ámbito internacional, vivir de modo civilizado, es decir, en un ambiente de contactos internacionales honestos y de cooperación. Ahora bien, para dar campo libre a esta cooperación se requiere un sistema universal de seguridad económica internacional, capaz de proteger en igual medida a cualquier Estado contra las discriminaciones, las sanciones y otros atributos de la política imperialista, neocolonialista. Semejante sistema podría llegar a ser, igual que el desarme, un firme pilar de la seguridad internacional en general.
En una palabra, el mundo contemporáneo se ha hecho demasiado pequeño y frágil para las guerras y la política de fuerza. No se puede salvarlo ni conservarlo si no se rompe, decidida y definitivamente, con el modo de pensar y proceder basado durante siglos en la aceptabilidad y la tolerancia de las guerras y los conflictos armados.
Y esto significa tomar conciencia de que no se puede ganar la carrera de armamentos, al igual que la guerra nuclear misma. La continuación de semejante carrera en la Tierra, y tanto más su extensión al espacio, acelerará el ritmo, críticamente elevado ya de por sí, de acumulación y perfeccionamiento de las armas nucleares. La situación en el mundo puede cobrar un carácter que ya no dependerá de la razón o de la voluntad de los políticos. Será cautiva de la técnica, de la tecnócrata lógica militar. Por consiguiente, ya no sólo la propia guerra nuclear, sino igualmente la preparación para ella, esto es, la carrera de armamentos, el afán de lograr ¡a superioridad militar, objetivamente no pueden aportar ganancia política a nadie.
Esto significa, además, comprender que el nivel actual del equilibrio de los arsenales nucleares de las partes enfrentadas es excesivamente elevado. Por el momento le asegura a cada una un peligro igual, pero sólo por el momento. La continuación de la carrera de los armamentos nucleares aumentará ineludiblemente este igual peligro y puede llevarlo a tales proporciones que incluso la paridad dejaría de ser factor de disuasión política y militar. Por tanto, es preciso, antes que nada, bajar mucho el nivel de la confrontación militar. La auténtica seguridad igual en nuestro siglo no se garantiza mediante un nivel de un equilibrio estratégico extremadamente alto, sino mediante un nivel extremadamente bajo, del que hay que descartar por completo las nucleares y otras armas de exterminio masivo.
Esto significa, por fin, entender que en la situación con temporánea no hay alternativa a la cooperación y la interacción entre todos los Estados. Por consiguiente, se han creado condiciones objetivas, vuelvo a subrayar, objetivas en las que el enfrentamiento entre el capitalismo y el socialismo sólo es viable exclusivamente bajo las formas de emulación pacífica y rivalidad pacífica.
Para nosotros la coexistencia pacífica es una política que la URSS se propone seguir practicando indeclinablemente. Al asegurar la continuidad de la estrategia en política exterior, el PCUS aplicará, a la vez, una activa política internacional que se desprende de las realidades del mundo contemporáneo. Desde luego, no se puede resolver con una o dos ofensivas pacíficas, incluso intensas, el problema de la seguridad inter nacional. Sólo puede llevarnos al éxito un trabajo consecuente, planificado y tenaz.
La continuidad en política exterior nada tiene que ver con la simple repetición de lo ya hecho, sobre todo en los enfoques de los problemas acumulados. Se requieren especial ''precisión en la evaluación de las posibilidades propias, entereza y la más alta responsabilidad al adoptar las decisiones. Se necesitan firmeza en la defensa de los principios y las posturas, flexibilidad táctica y disposición a lograr acuerdos mutuamente aceptables con vistas al diálogo y el entendimiento, y no a la confrontación.
Como saben ustedes, hemos emprendido una serie de pasos unilaterales, hemos proclamado una moratoria en el despliegue de los cohetes de alcance medio en Europa, hemos reducido su número, hemos suspendido todas las explosiones nucleares. En Moscú y en el extranjero se han celebrado entrevistas con líderes o funcionarios gubernamentales de muchos Estados. Necesarios y útiles pasos han sido los encuentros cumbre soviético-indio, soviético-francés y soviético-norteamericano.
La Unión Soviética ha realizado activos esfuerzos para dar un nuevo impulso a las negociaciones de Ginebra, Estocolmo y Viena, cuyo objetivo es reducir la carrera armamentista y consolidar la confianza entre los Estados. Las negociaciones son siempre un asunto delicado, difícil. Lo principal en ellas es llevar las cosas al equilibrio mutuamente aceptable de intereses. Convertir las armas de exterminio masivo en objeto de maquinaciones políticas es, por lo menos, amoral, y en política, irresponsable.
Finalmente, nuestra Declaración del 15 de enero del año en curso. Considerado en conjunto, nuestro Programa es, en realidad, la aleación de una filosofía de construcción de paz segura en la era cósmica nuclear con una plataforma de acciones concretas. La Unión Soviética propone que se enfoquen los problemas del desarme en toda su integridad, puesto que en lo concerniente a la seguridad no hay nada por separado. No se trata de coordinaciones rígidas o tentativas de “ceder” en una vertiente para levantar barricadas en otra. Trátase precisamente de un plan de acciones concretas rigurosamente calculado en el tiempo. La URSS se propone lograr tenazmente su realización, viendo en ello la orientación central de su política exterior para los próximos años.
En plena consonancia con la letra y el espíritu de las iniciativas adelantadas se estructura también la doctrina militar soviética. Su objetivo es puramente defensivo. En la esfera militar procedemos de modo que nadie tenga motivos para sentir temores, ni siquiera imaginarios, por su seguridad. Ahora bien, tanto nosotros como nuestros aliados queremos en igual medida vernos libres de la sensación de una amenaza que nos preocupa. La URSS ha asumido el compromiso de no ser la primera en recurrir a las armas nucleares, y nos atendremos rigurosamente a este compromiso. Pero no es secreto que existen guiones de agresión nuclear contra nosotros. No podemos olvidarlo. La Unión Soviética es un enemigo convencido de la guerra nuclear bajo la forma que sea. Nuestro país propugna que se excluyan del uso las armas de exterminio masivo y que se reduzca el poderío militar a proporciones de suficiencia razonable. Pero el carácter y el nivel de estos límites siguen dependiendo de la postura y las acciones de EE.UU. y sus socios de bloques. Así las cosas, volvemos a repetir una y otra vez: la Unión Soviética no aspira a una seguridad mayor y no aceptará una seguridad menor.
Quisiera centrar la atención en el problema del control, al que atribuimos especial significado. Hemos declarado reitera das veces: la URSS está abierta para el control, estamos interesados en él no menos que otros. Un control omnímodo y riguroso es, quizá, el elemento más importante del proceso de desarme. La esencia del problema, a nuestro juicio, radica en lo siguiente: el desarme sin control es imposible, pero tampoco tiene sentido el control sin desarme.
Otro elemento de importancia capital. Hemos expuesto en forma bastante circunstanciada nuestra actitud hacia la “guerra de las galaxias”. EE.UU. ha arrastrado ya a este programaba muchos aliados. Las cosas amenazan con adquirir un carácter irreversible. Es muy necesario, mientras no sea tarde, buscar una solución real capaz de impedir la extensión de la carrera armamentista al espacio. No se puede admitir que el proyecto de “guerra de las galaxias” se utilice también como estímulo para continuar la carrera armamentista, al igual que como obstáculo en el camino del desarme drástico. Puede ayudar mucho a superar este obstáculo un sensible avance en lo que se refiere a reducir en flecha los arsenales nucleares. Por eso, la Unión Soviética está dispuesta a dar un paso real en este sentido y resolver el problema de los cohetes de alcance medio en la zona europea por separado, al margen de su relación directa con los problemas de los armamentos estratégicos y del espacio.
El Programa soviético ha tocado en lo más vivo a millones de personas, el interés de los políticos y personalidades públicas por él sigue creciendo. Los tiempos presentes son de tal índole que resulta difícil desentenderse de él. Las tentativas de poner en tela de juicio el interés real de la Unión Soviética por acelerar y llevar a una vía práctica la solución del impostergable problema de nuestros días —la destrucción de las armas nucleares— se vuelven cada vez menos convincentes. El desarme nuclear no puede seguir siendo monopolio de los políticos. Así lo cree hoy el mundo entero, ya que se trata de la vida misma.
Ahora bien, hay que tener en cuenta igualmente la reacción de los centros de poder, que tienen en sus manos la clave del éxito o del fracaso de las negociaciones sobre desarme. Por supuesto que la clase gobernante de EE.UU., mejor dicho los grupos más egoístas de la misma, relacionados con el complejo industrial-militar, poseen objetivos evidentemente opuestos a los nuestros. Para ellos el desarme supone perder las ganancias, supone un riesgo político, y para nosotros es un bien en todos los sentidos: económico, político y moral.