Fuente del Texto: Alberto Flores Galindo, “Mariátegui y el PC”, en El debate sobre la izquierda nacional, Ediciones Guillermo Lobatón, Lima, 1980, págs. 24-25.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, agosto de
2014.
Transcripción y HTML: Juan R. Fajardo, agosto 2014.
En un artículo anterior, publicado en AMAUTA, sostuvimos que en 1928 José Carlos Mariátegui había fundado el Partido Socialista. Este hecho ha sido negado muchas veces en las historias "oficiales" del partido Comunista, violentando los documentos históricos y tergiversando los hecho.
Sin embargo en la respuesta que nos dedica Unidad, al no poder negarlo se trata de restarle valor, presentando "socialismo" y "comunismo" como sinónimos y queriendo reafirmar —sin ningún argumento— una supuesta continuidad en la historia del partido desde Mariátegui hasta Jorge del Prado y Gustavo Espinoza.
Conviene realizar algunas precisiones, porque los críticos de Unidad pretenden confundir nuestros argumentos con los que en su momento dieron los apristas. El partido de Mariátegui no se entiende sin la revolución de octubre. Antes de su viaje a Europa ya Mariátegui asumía orgulloso la denominación de "bolchevique". La obra y la figura de Lenin —como lo precisaremos en un próximo artículo— tuvieron un impacto decisivo en su pensamiento, sin olvidar los elogios de Mariátegui a otros dirigentes de la revolución soviética como Trotski o Lunacharski.
Siendo la revolución en el Perú socialista y como tal parte de la revolución mundial, era ineludible que Mariátegui no podía dejar de pensar en su dimensión internacional. Por eso el partido buscó vincularse con la III Internacional y, en su condición de Partido Socialista, intervino en la Conferencia de Buenos Aires (junio, 1929).
Pero el partido de Mariátegui no aspiraba a ser una aplicación mecánica de los dictados de la Internacional en el Perú: quería, deseaba y debía mantener su independencia por cuanto la razón de ser de la organización radicaba en sus posibilidades de unir ese marxismo gestado en Europa y triunfante en Rusia, con la tradición peruana, para así poder insertado en la historia del país. Es por eso que una tarea necesaria para su construcción era el estudio de la realidad nacional.
Y ese análisis llevó a Mariátegui —utilizando creadoramente el marxismo— a conclusiones que no fueron del agrado de Codovila, Humberto Droz o Eudocio Ravines (funcionarios de la Internacional) Mariátegui negaba la existencia de nacionalidades quechua y aymara en el Perú, pensaba que el imperialismo podía desarrollar el capitalismo en el país y que por eso, la única respuesta sólida a su dominación era el socialismo.
Este socialismo era factible mediante un partido que articulara los intereses de la clase obrera, las amplias masas campesinas y los intelectuales progresistas; este partido, finalmente, debía construirse a partir de un democrático debate interno, donde se admitían las facciones y donde se buscaba incorporar a dirigentes de verdadera extracción popular.[1]
Por todo esto Mariátegui —no obstante que ya había señalado con claridad sus profundas diferencias con Haya— fue acusado de neoaprismo, considerado cuando más un precursor del partido y combatido por sus desviaciones pequeño-burguesas: nada de esto ha podido ser negado en la respuesta de Unidad.
Mariátegui no quería separarse de la Internacional pero ésta lo colocó en una disyuntiva: cambiaba de pensamiento o se iba.
De manera tal que cuando después de muerto Mariátegui, Ravines establece el Partido Comunista del Perú, lo hace en franca ruptura con el espíritu que había animado a Mariátegui: al cambiar el nombre se cambió también la orientación y el programa.
El interés de esta discusión no es un interés “arqueológico”: la obsesión por precisar un nombre o una fecha. El verdadero por qué de ella radica en contraponer el proyecto de Mariátegui —autónomo de cualquier centro de decisión externa— a una concepción del marxismo para la cual existe una teoría ya desarrollada que sólo hace falta aplicar al país y que de esta manera subordina el porvenir de la clase obrera al supuesto socialismo triunfante en la Unión Soviética.
Entre afirmar que no puede haber un marxismo nacional y aplaudir el ingreso de los tanques soviéticos en Afganistán, existe una perfecta correspondencia. Por eso negar la vinculación entre el marxismo y la nación lleva a abdicar del pensamiento crítico y convertir al marxismo en un dogma. Se explica así la esterilidad intelectual del P.C. (Unidad), esa rigidez burocrática, carente de imaginación y de cualquier creatividad desde los tiempos de Ravines.
La muerte de Mariátegui coincidió con el creciente interés de la Internacional por Latinoamérica y el abandono de la crítica o las discrepancias al interior del movimiento comunista. En los años 20 bajo el impacto de la revolución soviética y de las ideas leninistas (“gris es la teoría y verde el árbol de la vida”), personajes heterodoxos como Mariátegui fueron la regla (basta recordar a Gramsci, Lukacs, Korsh); en la década del 30, con las purgas de Stalin, los campos de concentración y la anulación de cualquier discrepancia, un hombre como Mariátegui hubiera sido demasiado incómodo: era el tiempo de los “hombres-aparatos”, los revolucionarios terminaron siendo sustituidos por los “funcionarios de la revolución”, lo que en otras palabras significó, Mariátegui por Ravines.
Sería absurdo emplear supuestamente el marxismo para mitificar la historia del comunismo en el Perú, ocultando sus crisis y sus rupturas, porque sería hacer con el materialismo histórico lo mismo que hacen los historiadores burgueses con el pasado: distorsionarlo y manipularlo.
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[1] Estos planteamientos están fundamentados en el libro Apogeo y crisis de la República Aristocrática, escrito en colaboración con Manuel Burga, y de próxima aparición. [Ver: Burga, Manuel & Alberto Flores Galindo. Apogeo y crisis de la República Aristocrática, Ediciones Rikchay Perú, Lima, 1979. - N. de marxists.org]