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Publicado por vez primera: Jorge del Prado, Cuatro
factas de la historia del PCP. Lima: Ediciones Unidad, octubre 1987.
Fuente para la presente edición: Documento
proporcionado por el Partido Comunista Peruano, agosto de 2015.
Esta edición: Marxists Internet Archive, agosto 2015.
Amigos y Camaradas:
Queremos reiterar que este ciclo de conferencias, sobre aspectos esenciales de la historia del Partido Comunista Peruano, tiene fundamentalmente un sentido polémico. Nos hemos propuesto, por eso, dar respuestas a las principales calumnias que los enemigos lanzan contra nuestra organización.
En la presente charla vamos a refutar, también, en forma categórica, los cargos malintencionados que apristas y ultraizquierdistas achacan al Partido, pretendiendo hacerlo responsable de los actos repudiables -inclusive de casos de inmoralidad política y personal- cometidos por gentes que alguna vez fueron comunistas, a sabiendas de que ellos han sido expulsados, precisamente, por sus actividades condenables. Tal es el caso, por ejemplo, de Eudocio Ravines. Últimamente, el constituyente aprista Townsend Ezcurra con todo desparpajo, le sigue asignando calidad de comunista a ese traidor, para referirse a las posiciones contrarrevolucionarias, asumidas justamente cuando se apartó de la línea y de la moral marxistas-leninistas. Otro tanto ocurre con Juan P. Luna, frecuentemente citado por sus traiciones políticas y sindicales.
Una segunda calumnia que hoy vamos a pulverizar se refiere a que el, PCP no tiene consistencia ideológica, política y orgánica, puesto que a lo largo de su historia ha sufrido frecuentes crisis internas y se ha visto forzado a expulsar a numerosos militantes. Los reajustes en la Dirección del Partido son considerados por esos detractores como síntoma de debilidad política y no, lo contrario; corno lo demostraremos con suma facilidad.
A partir de los dos aspectos reseñados, en especial de la lucha interna, demostraremos:
a.- Que estas crisis orgánicas y los reajustes son producto de la lucha general del Partido, de la lucha contra sus principales enemigos: el imperialismo, la oligarquía y sus agentes Políticos de todos los matices y también de la lucha de clases que alguna vez se filtró en el seno del Partido.
b.- Que las crisis internas, fuego de las depuraciones necesarias, han fortalecido al Partido; han significado medidas de Profiláctica política.
Es pertinente aclarar previamente que, en el terreno de las depuraciones o expulsiones, hay que distinguir dos tipos de medidas. El primero tiene que ver con dirigentes nacionales o cuadros Importantes, de cierto prestigio. La separación de estos elementos obligó a reajustes internos y a la expulsi6n de un grupo de sus seguidores. Estas sanciones, por lo general, han tenido un fondo ideológico y político. El segundo tipo está más ligado a casos individuales. Se trata, por lo común, de personas que se acobardaron y traicionaron ante la policía; o gentes que se pasaron al otro lado por oportunismo, pero sin hacer fracción, sin provocar crisis internas.
En la exposición de hoy vamos a centrar nuestra atención en las desviaciones ideológico-políticas y en los movimientos fraccionales.
Ya en los prolegómenos de la fundación del PCP encontramos mera acción fraccional, en vida de Mariátegui. Nos referimos al pequeño sector que se opuso al planteamiento del Amauta de afiliar al Partido la III Internacional y a definirlo como organización marxista-leninista. Este grupo, dirigido por Luciano Castillo, amparado en el nombre de Partido Socialista, trataba de darle una orientación socialdem6crata afín a la II Internacional. Esta oposición la mantuvo intransigente en la sesión del 4 de marzo de 1930. También se negó a condenar al Apra y estuvo en contra de las resoluciones del Congreso Antimperialista de Francfort (1929). La discrepancia llevó a la ruptura, una semana después. Castillo y su grupo, en carta remitida a Mariátegui, renunciaron al Partido. Se excluyeron en buena hora.
Con esta primera depuración, el PCP consolidó su orientación marxista-leninista. Es decir, la propia fundación del Partido se realizó en el marco de una intensa lucha ideológica y política, interna y externa; porque, además de la pugna señalada, el PCP combatía contra la represión leguiísta y contra el reformismo aprista. Mariátegui tuvo el extraordinario mérito de haber educado a la primera generación de cuadros comunistas en la lucha dentro del Partido y también fuera del él.
Haríamos muy mal, nos desarmaríamos ideológicamente, si pensáramos que la lucha debiera librarse sólo desde afuera. Desde que se fundó el primer Partido Comunista en el mundo, la experiencia demuestra que la educación revolucionaria no se circunscribe a la asimilación de la teoría, sino que abarca también la lucha en los tres frentes: ideológico, político y económico. Pero la lucha ideológica tiene que librarse permanentemente en el seno del Partido, contra las influencias extrañas que, de modo abierto, operan en el mundo capitalista. Los enemigos de clase difunden abiertamente, o en forma disfrazada, la ideología burguesa y logran muchas veces infiltrarla en las filas revolucionadas. De ahí que la lucha interna resulte inevitable.
En general, podemos decir que la historia del Partido ha confrontado cinco crisis importantes, producto de la lucha por depurar la línea y por consolidar la unidad orgánica e ideológica:
a.- La expulsión de Ravines y su grupo.
b.- Juan P. Luna: remanente del ravinismo.
c.- El operativo fraccional de Virgilio Roel.
d.- La acción divisionista del grupo maoísta.
e.- La expulsión del grupo de Ventura Zegarra
Intentaremos, ahora, hacer una exposición breve en tomo a estas crisis internas con el objeto de sacar las correspondientes conclusiones políticas.
El caso más flagrante, que ha dejado una huella muy profunda y que, por eso, el enemigo lo toma como punto principal de su campaña, fue la expulsión de Ravines. Como es sabido, camaradas, Eudocio Ravines sucedió a Mariátegui en la Secretaría General del PCP. En el año 1930 la enfermedad de Mariátegui se agravó. En la última reunión del Comité Central, con participación del Amauta, se definió el rumbo marxista-leninista del Partido. Al excluirse de la organización el grupo reformista de Luciano Castillo, quedaron aglutinados en el Comité Central los cuadros realmente comunistas. Después de la muerte de Mariátegui, la tarea prioritaria consistió en estructurar el Partido recogiendo la herencia de su fundador, tarea que desgraciadamente encabezó Ravines.
Es importante que digamos en qué circunstancias Ravines llegó a la Secretaría General. Este individuo arrastraba antecedentes meritorios por su participación en las jornadas de 1918-19. Era un comerciante y, al mismo tiempo, estudiante universitario; dictó clases en las Universidades Populares "González Prada”, participó en los sucesos del 23 de mayo de 1923 por cuyo motivo fue apresado y luego deportado. En Francia mantuvo contacto permanente con Haya y otros desterrados, vinculaciones que le permitieron participar en la formación del Apra como frente amplio, correspondiéndole dirigir la célula de París. Al producirse la polémica Mariategui-Haya esta célula decidió afiliarse al Partido Comunista y en representación de ella tomó parte en la Conferencia Antimperialista de Francfort, dirigiendo visiblemente, desde entonces, la lucha contra el Apra. Antes de retornar al Perú, Ravines viajó a la Unión Soviética y se relacionó con la Internacional Comunista.
Tales antecedentes -sumados al conocimiento de la teoría marxista y a sus calidades de expositor- hicieron que Ravines fuera recibido en Lima con simpatía. Aparecía como cabeza del movimiento antiaprista en el extranjero. Pero, muy en particular, Mariátegui apreció las vinculaciones establecidas con la Internacional Comunista, debido al profundo espíritu internacionalista del Amauta y a su vivo deseo de ensamblar nuestra lucha liberadora con el movimiento revolucionario mundial. Por eso, le asignó a Ravines la delicada tarea de incrementar las relaciones con la COMINTERN.
Estas son las motivaciones prácticas que indujeron al Comité Central a designar a Ravines como Secretario General del Partido, ante el pedido de Mariátegui para ser relevado del cargo en razón de encontrarse con la salud muy quebrantada y su deseo de viajara la Argentina.
Estando ya en la Secretaria General, Ravines presidió la reunión de Santa Eulalia en la que se cambió el nombre del Partido (de Socialista a Comunista), dando cumplimiento así a una decisión ya madurada por el Amauta y a las resoluciones de la Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina (Buenos Aires 1929). Existe una fotografía de los camaradas que participaron en esta cita histórica. Pienso que hasta aquí la actuación política de Ravines fue positiva.
Pero a partir de este acontecimiento, inició gradualmente un viraje, en lo tocante a la conducción interna Y. externa del Partido. Sus primeras desviaciones -aunque muy disimuladas- se expresaron en actitudes contra el mariateguismo.
¿Qué era el mariateguismo? Era fundamentalmente los métodos de Mariátegui para la construcción del Partido, la acumulación de fuerzas, la organización y conducción de las luchas populares; la defensa intransigente de los principios marxistas-leninistas y la lucha sin cuartel contra los enemigos de clase.
Mariátegui aplicaba, sin embargo, una metodología flexible frente a los jóvenes impacientes, a los dirigentes obreros que Provenían del anarco-sindicalismo y a los intelectuales ganados, sentimentalmente, pero que no tenían Posiciones ideológicas definidas. Con todos ellos era persuasivo, trataba de hacerles comprender los fenómenos sociales en sus causas y efectos. Les dejaba amplio margen para que expusieran sus puntos de vista y sus dudas, ¡Os mismos que discutía con franqueza y sencillez. Mariátegui tenía especial predilección por señalar las perspectivas del desarrollo revolucionario. Les decía que el camino iba a ser largo y difícil, pero que conduciría con seguridad al objetivo histórico deseado por el pueblo. Trataba de inculcarles confianza en la ideología, en la ciencia del marxismo-leninismo, en el advenimiento inevitable del socialismo, por encima de las dificultades y peligros de la lucha revolucionaria.
A nivel del movimiento sindical, el mariateguismo se expresó en el cultivo de la ideología propia del proletariado, concretada principalmente en el sindicalismo clasista. Mariátegui sostenía que -dentro del movimiento sindical- los comunistas debían ser la vanguardia en cuanto a educar y a dar el ejemplo de entereza en la lucha de clases. Aconsejaba no actuar sectariamente en el movimiento sindical porque el sindicato es un frente único donde deben estar los obreros de todas las tendencias, que sólo así sería posible impulsar la lucha cotidiana contra« los enemigos. Reiteraba que, a partir de la lucha concreta-reivindicativa, se iba formando la conciencia de clase y que, sobre ella, resultaría más fácil inculcar la ideología y el programa revolucionario. De este modo, Mariátegui forjó los cuadros sindicales del Partido.
En cuanto a los intelectuales, Mariátegui trató de ganarlos para el movimiento revolucionario y el Partido, o, por lo menos, para que asumieran posiciones progresistas. Valoró la importancia de ellos como aliados ideológicos del Partido, como reserva importante de la revolución. Sólo así se explica cómo pudo atraer a la revista "Amauta" a los más destacados intelectuales de la época, a lo más representativo en el campo de la filosofía de la historia, de la economía política, de la literatura, de la poesía, de la pintura, etc. de su época.
Esto es esencialmente el mariateguismo. El método y las enseñanzas del Amauta para la construcción del Partido y para el trabajo de este en los frentes de masas y con los aliados.
Ravines hizo todo cuanto pudo para destruir éste hermoso legado mariateguista. Comenzó por querer inculcar, por la fuerza, la ideología marxista-leninista a todos los que de algún modo se acercaban al Partido, exigiéndoles una definición comunista antes que nada. Abandonó, abruptamente, el paciente trabajo que hizo el Amauta entre la juventud universitaria, a través del grupo "Rojo Vanguardia", con el "argumento" de que con esos jovenzuelos se perdía el tiempo.
El esfuerzo de Mariátegui por construir la central obrera -la CGTP- que, a la vuelta de un año había alcanzado una fuerza extraordinaria, también fue ravinescamente desarticulado mediante poses aventureras. Abjurando del sindicalismo clasista, con su revolucionarismo pequeño burgués, Ravines dio la consigna de transformar toda la lucha sindical reivindicativa en una acción insurreccional, proponiendo la inmediata constitución de soviets de obreros, soldados y campesinos. En cada huelga trataba de imponer esta directiva. Los trabajadores, en su inmensa mayoría sin experiencia política ni revolucionaria, no comprendían semejante consigna y se alejaban de nuestros camaradas, atemorizados, además, porque presentían que esas medidas atraerían, inevitablemente, violentas represiones.
En cuanto a la política de formación de cuadros, Ravines también cambió el rumbo propuesto por Mariátegui. Decía que se perdía el tiempo con la teoría porque la revolución -que estaba muy próxima a llegar- necesitaba de camaradas para la acción insurreccional y la formación de soviets, y no para exposiciones teóricas sobre el materialismo dialéctico.
Ravines tenía una concepción totalmente extraña a la ideología marxista-leninista, concordante, sin duda alguna, con el subjetivismo pequeño burgués, propio de su origen. El nunca fue obrero, ni se identificó realmente con el proletariado. En cambio, sí se desempeñó en Lima como un desorientado empleado pequeño burgués. En el fondo conservó la mentalidad aprista, pese a su alejamiento de ese partido, alejamiento oportunista porque no le vio mayores perspectivas después de la derrota ideológica de Haya en la polémica sostenida con Mariátegui. Trataba, entonces, de acomodar el desarrollo de los problemas políticos a su propios deseos y a sus posiciones ventajistas, sin tomar en cuenta la realidad objetiva.
Las charlas de capacitación dictadas por Ravines dicen mucho del subjetivismo con que analizó la situación política de la época, y lo que es más grave aún, las tareas que impuso, derivadas de dicho equívoco análisis. En repetidas ocasiones, sostuvo que la crisis del sistema capitalista mundial del año 29 había llegado a un punto culminante del cual no podía escapar el régimen de Leguía, y que se crearían., ipso-facto y condiciones favorables para el triunfo de la revolución socialista en Europa y América.
Fundaba esta falsa conclusión en las premisas siguientes: en Inglaterra, Alemania, Francia y otros países capitalistas, los obreros se mueren de hambre y frío, pese a que producen trigo y carbón, productos que, debido a la crisis, muchas veces son arrojados al mar por los monopolios para mantener los precios. Existiendo en esos lugares una clase obrera numerosa y organizada -sobre todo en Alemania- está descontado el triunfo de la revolución. Extendida ésta por toda Europa, automáticamente, tiene que llegar a los Estados Unidos. Luego, concluía, con increíble audacia, la revolución socialista va a tocar también las puertas de los países dependientes, va a estar al alcance de la mano de los peruanos.
Lo que nos corresponde hacer, de inmediato, es tener comunistas en todos los centros de trabajo, en todas partes, aguardando el momento en que llegue la revolución, importada de los Estados Unidos y de Europa. Tenemos que estar preparados para la toma del poder y para ' ello es menester avanzar en la creación de los soviets. Como se ve, Ravines no se quedaba corto en sus especulaciones.
Insinuaba -claro que mediante bromas- que tal o cual camarada pronto sería presidente o ministro. Esta prédica caló, principalmente, en camaradas de origen pequeño burgués. Con la idea de que la revolución estaba "a la vuelta de la esquina" muchos acompañaron a Ravines; estando los más honestos y bien intencionados, resueltos a luchar sacrificadamente por alcanzar pronto el ideal revolucionario.
Las inflamadas proclamas de Ravines muy pronto se estrellaron contra los hechos. No sólo no se produjo la revolución socialista en Alemania, sino -que el fascismo con Hitler a la cabeza -en 1933- capturó el poder e inició desde allí un régimen de sangre y terror contra. los comunistas y sectores progresistas.
Ravines dio un vuelco en sus concepciones, pero no para rectificarse de sus desviaciones ultraizquierdistas y aventureras, sino para deslizarse oportunistamente hacía posiciones derechistas, al verificar la real expansión del nazifascismo por el mundo.
La represión desencadenada dentro del país, contra el movimiento sindical y los comunistas, sumada al ascenso del fascismo en Europa y la relativa estabilización del sistema capitalista luego de remontar la crisis del 29, hicieron ver a Ravines que el proceso revolucionario peruano sería -algo muy difícil como lo había previsto Mariátegui. Optó entonces por la deserción más desvergonzada.
Uno de los seguidores del desertor de origen pequeño burgués también, que no había recibido las enseñanzas del Amauta, abandonó las filas del Partido encabezando a un grupo de camaradas casi a escasos meses de la subida del fascismo en Alemania. Este personaje que aún vive, y que no queremos nombrar porque ahora está en posiciones más o menos progresistas, mandó una carta desde el exilio afirmando que el marxismo había fracasado, que las concepciones sobre la revolución -las que lo había inculcado Ravines, sin duda- eran totalmente erróneas. Y esta decepción llevó El vacilante personaje a abandonar nuestras filas. Pues bien, así se gestó la Primera crisis interna con las correspondientes deserciones.
Volviendo a Ravines, tenemos que señalar que 1933 es año clave para ubicar cronológicamente las primeras pruebas de su cobardía política y de su traición al Partido.
En ese año, en julio, fue sacado de prisión, pues se encontraba detenido en el Hospital Guadalupe del Callao, a través de un operativo que prepararnos un núcleo de camaradas, por orden de la Dirección . del Partido; Ravines ya en libertad, asustado por las consecuencias que se derivaría de su fuga, se escondió y no asumió su responsabilidad de dirigente.
En octubre fue nuevamente apresado por varios días y puesto en libertad dentro de los marcos del la política de "paz y concordia" del Gabinete de Jorge Prado.
Al iniciarse 1934, Ravines se embarcó rumbo a Chile, sin permiso del Comité Central, atemorizado por el peligro de represión anticomunista que significa la presencia del gabinete fascistoide de Riva Agüero (Dic. 33-Mayo 34).
El desertor pretendió seguir dirigiendo el Partido desde Santiago de Chile, lugar cómodo y seguro, muy lejos de los peligros que acechaban a los comunistas en el Perú. Pronto entró en conflicto con los comunistas chilenos, sin llegarse a ningún desenlace porque Ravines viajó a la URSS al VII Congreso de la. I.C., evento que se postergó realizándose en Moscú una Conferencia con los delegados de los Partidos Comunistas de América latina (1935). Al año siguiente retornó a Europa, a España, como corresponsal de un periódico del país vecino. En Madrid se abría la esperanza de una victoria de los republicanos sobre las huestes franquistas, Ravines soñó con ser espectador de un triunfo histórico y se integró a las Brigadas Internacionales, no como combatiente, sino como consejero y periodista. Cuando cambió la situación y se anunció el triunfo de Franco, mientras sus tropas apoyadas por el nazfascismo avanzaban sobre Madrid, Ravines huyó por su cuenta y riesgo a Francia. Se las ingenió, después, para Viajar a la Unión Soviética (1938) haciendo ostentación de su condición de Secretario General del PCP, Los camaradas soviéticos le aconsejaron retomar al Perú y asumir sus responsabilidades políticas.
Ravines prefirió establecerse en Santiago de Chile. Fundó allí una agencia periodística vinculada a una oficina informativa alemana. Se ligó con los masones y con los elementos pro-nazis. En lo político se dedicó a conspirar contra la dirección del PC Chileno, razón por la cual fue separado del partido hermano (no expulsado por tratarse del Secretado General del PCP, cargo que aún exhibía).
Lamentablemente, gran parte de esa actuación era desconocida en Lima. La Dirección del Partido estaba totalmente sometida a la voluntad de Ravines, a pesar de la distancia. Sin embargo, afloraron algunas dudas cuando se trató de enviar a un delegado del PCP al VII Congreso de la Internacional Comunista, Congreso que debía discutir la línea del frente único, en base al informe del c. Jorge Dimitrov. Ravines impidió el viaje de nuestro delegado para llevar él, personalmente, la representación del Partido a fin de confirmarse como Secretario General, de presentar un informe distorsionado sobre la situación política en el Perú y de dificultar un contacto directo entro la Internacional y nosotros.
De regreso a Chile, siguió con sus prácticas liquidacionistas antipartido, amparado en la incondicionalidad de los principales cuadros en la Dirección del PCP. Pudo así maniobrar con relativa facilidad para lograr un acercamiento al gobierno de Benavides a fin de apoyar la postulación de Manuel Prado, candidato del dictador, sin consultar con las bases del Partido, ni con el Comité Central, que prácticamente no funcionaba.
En esta coyuntura se produjo una crisis interna muy profunda. Un grupo de camaradas que estábamos presos, los comités de provincias y el Comité Provincial de Lima expresaron su oposición rotunda a esa desviación derechista y electorera. Se procesó una lucha interna que culminaría en el Primer Congreso Nacional del Partido.
La Dirección ravinista decidió, antes, dar la batalla en el seno del Comité Central, muchos de cuyos cuadros habían sido liquidados arbitrariamente y "reemplazados" a dedo. Entre los ravinistas incondicionales figuraban: Nicolás Terreros, Julio Portocarrero y Navarro Madrid.
El primero estuvo preso cinco años. Al salir de la prisión abandonó el Partido, retornó a sus estudios de medicina y se entregó al gobierno de Prado. Los otros dos también terminaron en las redes pradistas.
Navarro Madrid llegó al extremo de oponerse a que el Partido promoviese activa solidaridad a favor de la Unión Soviética, con el “argumento” de que se trataba de una gran potencia que de todos modos vencería al fascismo. No se esforzó por ocultar su temor. al señalar que las simpatías por el país de los soviets desencadenaría ' no sólo un fuerte campana contra el Partido,' sino también una intensa represión policial. Oportunistamente alegaba la necesidad de conservar fuerzas a ¡a' espera del triunfo de la URSS.
Tan cobarde actitud amplió la ya vigorosa reacción de las bases contra los seguidores de Ravines, facilitando más aún la convocatoria que hiciéramos por nuestra cuenta del Comité Central, de los principales dirigentes de todo el país, con la finalidad expresa de abrir juicio a los miembros del Secretariado y contra el propio Ravines. Después de las discusiones que duraron más de un mes, Ravines y sus acólitos -fueron expulsados, se reestructuró la Dirección del Partido y se designó un Comité Organizador del Primer Congreso Nacional.
Fue un paso histórico, trascendental. El Partido había vivido más de 12 años sin estatutos, sin Comité Central elegido democráticamente. El Partido desarrolló su actividad al margen del centralismo leninista, dándose por eso mismo -de parte de la Dirección- bandazos de ultraizquierda a ultraderecha.
El Primer Congreso, realizado en Setiembre de 1942, ratificó la expulsión de Ravines y de su grupo, trazó directrices para garantizar el ejercicio del centralismo democrático y dotó al Partido de una adecuada línea política.
El caso de Ravines corresponde al de un pequeño burgués, arribista, que empleó toda su energía pensando que la revolución se iba a producir pronto y espontáneamente. Como no ocurrió así se decepcionó, se dejó impresionar y acobardar por la victoria del fascismo y se pasó al otro lado, al campo de los enemigos de la clase obrera, después de un, proceso por corrupción, que terminó convirtiéndolo en un Judas, en un desvergonzado traidor. Este sujeto entonces se dedicó a escribir inmundicias contra nuestro Partido y el movimiento comunista. internacional. Terminó uniéndose con Pedro Beltrán Espantoso, Director de "La Prensa" de Lima y personero de la más negra reacción derechista. Murió en México en un vulgar accidente de tránsito. Hoy el Perú verdadero le ha puesto una lápida de ignominia a lo que queda de su memoria.
Expulsado Ravines quedaron aún algunos remanentes, dentro de la organización, que si bien no tuvieron fuerza para impedir esta sanción en el Primer Congreso, siguieron aplicando concepciones extrañas.
Uno de los cabecillas de los remanentes ravinistas fue Juan P. Luna, beneficiado. con una diputación por el contubernio entre la Dirección anterior y Manuel Prado. Luna, por no comprometerse, se hizo el enfermo para no poner en evidencia su voto, frente a las sanciones de expulsión, a pesar de que la sesión correspondiente se realizó en su casa.
Juan P. Luna no fue tocado en las expulsiones decretadas por el Partido en 1943 y 1944 Por tener una importante representación sindical en el gremio de choferes. Se ubicó oportunistamente en el Comité Regional de Lima, no obstante sus desviaciones derechistas y la evidente influencia que Ravines seguía ejerciendo sobre él.
Llegamos a 1945, año de singular importancia. Se efectuaron las elecciones generales en el marco del ascenso del movimiento democrático mundial, a consecuencia de la derrota del nazifascismo y de la influencia de la Unión Soviética. Triunfó el candidato del Frente Democrático Nacional, Dr. José Luis Bustamante. El Apra trató de imponer su hegemonía en el Frente y de convertir al Presidente de la República en instrumento de la mayoría parlamentaria. El imperialismo, que no veía con mucha simpatía a este gobierno, exigía la firma del contrato petrolero de Sechura y la entrega de otras riquezas naturales mientras que las fuerzas oligárquicas -que se sentían desplazadas del poder conspiraban abiertamente, tratando de presentarse ante el Pueblo con un nuevo rostro, con posiciones antiapristas, e incluso, oponiéndose demagógicamente a la entrega de Sechura a la IPC y a los excesos antidemocráticos protagonizados por el Apra.
Maquiavélicamente, el dúo Ravínes- Luna desde la revista “VANGUARDIA”, el primero; y desde el Partido y el movimiento sindical, el segundo- propagó la tesis de que el enemigo principal era el Apra, partido que aspiraba a capturar el poder para implantar un régimen fascistoide y proimperialista. Por tanto era urgente y necesario concluían- aliarse con otras fuerzas antiapristas, incluyendo a los grupos reaccionarios.
Paralelamente, Ravines, aliado con Pedro Beltrán (uno de los representates más retrógados de la oligarquía criolla" creaba la Alianza Nacional, partido político de derecha que pretendía capitalizar la oposición al Apra con fines golpistas. Juan P. Luna hizo grandes esfuerzos para concretar un acercamiento del Partido y el movimiento sindical a dicha Alianza. Hay que considerar que en el seno del Partido había un fuerte sentimiento antiaprista, derivado de las maniobras dolosas empleadas por el Apra para desplazar a los comunistas de la directiva de la CTP; del repudio que generaba su entreguismo a los monopolios yanquis; y, en particular, de la violencia desatada por la "bufalería" contra nuestros militantes. Luna se apoyó en este estado de ánimo para ganar a sus posiciones a algunos sectores del Partido, especialmente del Comité Regional de Lima, donde militaban apreciables porcentajes de elementos pequeños, burgueses, estudiantes y abogados.
Desenmascarado y derrotado políticamente, luego de la expulsión decretada por la Comisión de Control,, Luna convocó el XIV Congreso del C.R. de Lima, en mayo de 1948 con el deliberado propósito de oponerse a las resoluciones y, a la línea del Partido. El evento regional acordó considerar al Apra como el enemigo principal y como aliado a todas las fuerzas antiapristas, extendiendo este criterio a los sectores oligárquicos, para concretar un pacto político que sirviera de base a un futuro golpe reaccionado.
En el III Congreso Nacional, celebrado en 1948, se clarificó el problema del enemigo principal. Se concluyó que existían dos enemigos distintos: el Apra, representante del imperialismo norteamericano, en plena ofensiva y la ultrarreacción que trabajaba por el derrocamiento de Bustamante y Rivero. El Partido analizó el punto en profundidad, partiendo del hecho de que el Perú seguía siendo un país dependiente del imperialismo y dominado por los grupos oligárquicos; en consecuencia, no podía concentrarse la atención sólo en el Apra, dejando en un segundo plano al imperialismo, ni mucho menos pensarse que podía proyectarse una coalición con la oligarquía. Era preciso, por el contrario, luchar a fondo contra la derecha económica y. política. Definitivamente, estableció el Congreso que no cabía un entendimiento con los grupos oligárquicos, por mucho que aparentasen combatir al Apra, y menos con la Alianza Nacional.
Juan P. Luna -allí se pudo confinar- seguía trabajando con Manuel Prado, preparando con mucha anticipación el retorno de éste a la Presidencia de la República. Al ganar cada vez mayor fuerza los planes golpistas de la derecha, implementó aceleradamente sus proyectos fiquidacionistas: desarticulación del PCP, pérdida de su influencia en el movimiento sindical, desafiliación de Importantes sindicatos de la CTP, en abierta rebeldía contra la línea del Partido. Cuando dio su trancazo fraccionalista desde el C.R. de Lima, culminaba el operativo reaccionario, inspirado y financiado por la oligarquía. No fue, pues, ajeno a las maniobras conspirativas de Manuel A. Odría ni al cuartelazo del 27 de octubre de 1948, que puso fin al gobierno de Bustamante y Rivero.
La expulsión definitiva de Luna, ratificada por el Congreso, significó bajas muy notorias en nuestra organización, particularmente en las células obreras (choferes, textiles, etc.) y en los círculos universitarios, afectando por primera vez a nuestra juventud.
La adhesión a Luna de muchos camaradas equivocados duró poco tiempo. La mayoría de ellos quedó decepcionada cuando el dictador Odría impuso a este disidente como senador por Lima. No quedaba, entonces, ningún resquicio de duda sobre la colaboración brindada a la reacción, a través del operativo fraccional. Sin embargo, el núcleo principal, muy comprometido negativamente. contra el Partido, siguió actuando como fracción después de separar a Luna.
El III Congreso del PCP (agosto de 1948) eligió una nueva Dirección. Ella tuvo que encarar una de las más brutales arremetidas policiales que se manifestó en la ilegalización del PCP, en la clausura de nuestra imprenta, en la intervención de los locales del Partido, en el apresamiento, persecución, tortura y deportación de numerosos camaradas.
Al promediar 1953 cayó toda la Dirección de] Partido. El Secretario General de esa época no tuvo suficiente madurez para proyectar un mejor trabajo clandestino. La dictadura se ensañó particularmente contra los camaradas Raúl Acosta e Isidoro Gamarra, a quienes torturó. Desde ese momento se produjo una grave crisis de dirección. La militancia estaba prácticamente desorientada, abriéndose paso la acción del oportunismo por la reestructuración del Partido, tendencia que coincidía con el apartamiento de un grupo de apristas de su partido, desencantado por el . fracasado putch del 3 de octubre de 1948. Unos capitularon frente a Odría; otros se adhirieron al trotzkismo; un tercer núcleo se aproximó al PCP conformando para el efecto el Movimiento Obrero Marxista-Leninista (MOML).
Los integrantes MOML habían sido ganados por los camaradas en las prisiones, asimilándose a las concepciones revolucionarias, pero sin superar sus taras anticomunistas inculcadas en largos años de militancia aprista. Pronto comprobaron dos hechos: las dificultades para impulsar un movimiento revolucionado propio y las debilidades existentes en la Dirección Nacional de nuestro Partido. Disolvieron el MOML, e ingresaron al PCP con la seguridad de poder capturar la Dirección, apoyándose en algunos dirigentes desviados. Se comenzó a incubar así un nuevo brote fraccional, esta vez dirigido por Virgilio Roe¡ (economista, autor de numerosas publicaciones), elemento políticamente veleidoso que, al igual que sus acompañantes, tenía una fuerte influencia pequeño burguesa, subjetivista, espontaneista y trotzkista.
Alcanzaron pronto cierta influencia en las bases por el enfrentamiento que libraban frente al Apra, lo que les permitió persuadir demagógicamente a algunos camaradas antiguos para la convocatoria de la Segunda Conferencia Nacional del Partido, Conferencia organizada al estilo aprista, sin respetar el centralismo democrático ni la estructura partidaria, con delegados indirectos, es decir, con representantes de los Cómites Regionales residentes en Lima. Por esta vía, Virgilio Roe¡, domiciliado en la capital, se convirtió en el representante del C.R. del Cusco Fabricaron inescrupulosamente una mayoría adicta, que les consintió realizar un enjuiciamiento distorsionado de la Historia del Partido, para concluir doctoralmente que en el Perú jamás existió un auténtico Partido Comunista, y que a partir de esta Conferencia se iniciaba realmente la tarea histórica por la construcción del verdadero partido marxista-leninista. La Conferencia terminó eligiendo un nuevo Comité Central.
Las bases, conocedoras de la usurpación consumada por Roe¡ y los infiltrados apro-trotskistas, desarrollaron una lucha frontal, acción que se vio potenciada con el concurso de camaradas probados que retomaron de¡ exilio y que salieron de prisión. Cobró, pues, gran fuerza el movimiento de recuperación del Partido para liberarlo de ese grupúsculo que, con poses de autosuficiencia, quería "reconstruirlo" desde Lima, y a espaldas de los comités existentes a lo largo del país.
El proceso de recuperación avanzó con paso firme, como quedó evidenciado en el XV Pleno del Comité Central, en el que se emprendió la nueva depuración partidaria que culminó exitosamente más adelante en la III Conferencia Nacional de 1960. Se restableció la vida orgánica del Partido con el normal funcionamiento de todas sus instancias y con la elección de las correspondientes estructuras de Dirección.
El grupo fraccionalista de Roel se rebeló no sólo contra el pasado del Partido, sino también contra la autoridad de la organización, pretendiendo encubrir su metodología antipartidaria con llamamientos a formar la vanguardia marxista-leninista, a sabiendas de que por ese camino no llegaría muy lejos. Mas el problema de fondo no era la defensa de los principios ni una determinada línea política, por más profesión de fe que vocingleramente hiciera en tomo a ellos, sino la búsqueda de una salida "decorosa" para escapar de las trincheras revolucionarias. Los hechos acreditan inobjetablemente esta afirmación. El punto de partida es que los "leninistas exagerando las posibilidades electorales de Belaunde en 1956, e imaginando un rápido desarrollo de las fuerzas de izquierda, sufrieron un rudo golpe con el, triunfo de Manuel Prado, lo que implicaba tanto el afianzamiento de la oligarquía tradicional como el desencadenamiento de medidas represivas contra el PCP y el movimiento popular. Por eso, barruntando el peligro, sé apresuraron a separarse del Partido.
En la historia de nuestra organización se han dado otros casos de gentes que pierden las perspectivas, exageran el peligro y lejos de retirarse silenciosamente tratan de justificar su cobardía recurriendo a exhibir "discrepancias" políticas e ideológicas, desde posiciones izquierdizantes. Salen por la puerta de escape, impotentes de afrontar los peligros que conlleva la militancia comunista, sobre todo en períodos de duros enfrentamientos con los regímenes oligárquicos. Esta fue, sin duda, una de las características más acusadas de los "marxistas-leninistas” capitaneados por Roel.
Superado este escollo en la III Conferencia y descartado definitivamente, dos años más tarde, en el IV Congreso Nacional (agosto 1962), el Partido ingresó a un camino más afirmado, con grandes posibilidades de desarrollo orgánico y de penetración entre las masas obreras y campesinas. Justamente, cuando trabajábamos con marcado éxito, en este sentido, el PCP fue seriamente sacudido por la redada masiva, ejecutada por la Junta Militar de Pérez Godoy, y meses después, por otro movimiento escisionista que estalló a fines de 1963, pero que fue gestado por su cabecilla el abogado Saturnino Paredes Macedo, aprovechando ventajosamente la prolongada prisión de varios miembros del Comité Central y de la Comisión Política.
Fue, esta vez, una crisis provocada por el maoísmo, reflejo de la línea divisionista aplicada por el Partido Comunista Chino dentro del Movimiento Comunista Internacional, impregnada de planteamientos erróneos, contrarrevolucionarios y antisoviétícos.
Aún cuando no es nuestra intención ahondar en las desviaciones maoístas, corresponde señalar, de pasada, que las divergencias entre el MCI y el PCCH quedaron al desnudo con motivo del señalamiento de la contradicción fundamental de nuestra época, aprobada en las Conferencias de los PP.CC. y obreros de 1957 y 1960, contradicción existente entre el campo socialista y el campo capitalista. En ellas se concluyó, además, que con el triunfo de las revoluciones socialistas y la ampliación del sistema socialista mundial, el movimiento antimperialista y de liberación nacional adquieren una fuerza cada vez mayor, todo lo cual determina un cambio en la situación mundial a favor de la revolución, la paz y el socialismo. Los dirigentes chinos consideraban, por su lado, que la principal contradicción de la época es la que se da entre los países atrasados y los países desarrollados, incluyendo entre éstos últimos a la Unión Soviética, aunque en un comienzo no la nombraban abiertamente.
Otras de las divergencias de fondo estuvo referida al planteamiento maoista de que la revolución mundial no puede triunfar sino a través de la guerra. Partían mecánicamente de la Revolución Rusa, que surgió en plena I Guerra Mundial, y de las revoluciones europeas, que siguieron a la derrota bélica del nazifascismo. Olvidaban o subestimaban el poder de la fuerza del movimiento revolucionario mundial, a cuya vanguardia se encuentra la URSS, y que representa un contrapeso eficaz contra los planes agresivos y neocolonizadores del imperialismo, garantizando -como en el caso de Cuba- el triunfo y desarrollo de una revolución socialista sin necesidad de una guerra como las dos anteriores. Los dirigentes chinos, contra las evidencias históricas, se aferraron a sus esquemas iniciales y llegaron a sostener que incluso una guerra en la que se usase la bomba atómica podía ser beneficiosa para la causa revolucionaria, pensando en lo dilatado de su territorio y en los 800 millones de habitantes que tienen y aducían, además, que quienes sobrevivirían a la hecatombe nuclear, por lo menos un tercio, constituirían una cantidad suficiente para edificar la nueva sociedad.
Con semejantes planteamientos, radicaloides y aventureros, le fue relativamente fácil atraer a determinados sectores. de la pequeña burguesía de diversos países. Y en el Perú, un grupo de abogados y estudiantes que habían viajado a China, se levantaron contra la línea de nuestro Partido y contra las posiciones del Movimiento Comunista Internacional. En un primer momento, estos elementos disfrazaron su oposición a los miembros de la Comisión Política identificados con el campo socialista y su vanguardia, la URSS, acusándolos de malos manejos económicos y de inmoralidad personal. Todo esto con la aviesa intención de removerlos de sus, cargos, capturar totalmente la Dirección y reorientar al Partido hacia el maoísmo.
La Junta Militar de Pérez Godoy, como dijimos antes, trató de facilitarles la traición reteniendo en prisión a camaradas consecuentes, mientras que los pro-maoístas y “moralizadores” salieron libres meses antes, tiempo suficiente para ganar una mayoría precaria en la Comisión Política, fuego de excluírsenos de este organismo. Sólo el camarada Raúl Acosta se salvó de la separación por el cargo de Secretario General que tenía entonces, no obstante su actitud resuelta contra los fraccionalistas.
En todos los niveles partidarios y de la Juventud se libró intensa lucha contra la campaña liquidadora y las desviaciones, alentadas desde Pekín, optando los fraccionalistas, cuando quedaron al descubierto, por salir de¡ Partido para formar su propia organización usurpando el nombre de nuestro Partido. La militancia templó una vez más su espíritu comunista y su lealtad a la dirigencia, que mantenía una línea correcta a través de¡ XVIII Pleno de¡ Comité Central que sancionó con la expulsión a quienes dieron el zarpazo divisionista.
Este movimiento atrajo en sus inicios a significativos sectores de la Juventud Comunista que tenía la hegemonía entre el estudiantado universitario. Situación semejante ocurrió entre el campesinado. Sin embargo, no pudieron mantener esta ventaja porque, a poco de constituirse en partido, se fraccionó en tres tendencias, las mismas que en años sucesivos se han vuelto a subdividir, para dar nacimiento a numerosos minipartidos prochinos.
La extracción social pequeño burguesa de los maoístas criollos los indujo al tremendismo y a la impaciencia, de modo semejante a lo ocurrido con Ravines, décadas atrás. Algunos pensaron que después de la Revolución Cubana, los Andes se convertirían por acción de la guerrillas en la Sierra Maestra de América Latina y se inclinaron por los reparativos para la insurrección armada inmediata. Otros hicieron la apología de la vía armada para la toma del poder, pero a través de una guerra popular prolongada de campo a la ciudad, permaneciendo dentro de su organización política afincada, principalmente, en la ciudad y sin pasar a preparar en forma seria sus tesis Insurreccionales. No han falta do grupos que se han rectificado y que incluso han abjurado de los planteamientos maoístas, fuego de verificar las inconsecuencias del PCCH en el campo internacional y, sobre todo, su colusión -con el imperialismo y la sistemática traición a los movimientos revolucionarios de los países del llamado Tercer Mundo. Ahora el PCCH centra el grueso de sus baterías contra la Unión Soviética acusándola de socialimperialismo y de ser una potencia mucho más peligrosa que la norteamericana. Y es frente a esta degeneración que alguna gente con cierto grado de pudor político ha tenido que abandonar, asqueada, las tiendas maoístas.
El fenómeno fraccional que acabamos de referir tiene, pues, dos factores determinantes: la influencia del revisionismo chino y la pérdida de la perspectiva sobre e! curso de la revolución peruana y latinoamericana.
Muchos maoístas al percatarse que la Revolución Cubana no se extendería automáticamente por todo el continente, prefirieron hacer verborrea "revolucionaria" para excluirse de la lucha real.
Más recientemente, en diciembre de 1977, saltó un nuevo grupo que también, de hecho, se ha convertido en partido tomando nuestro glorioso nombre, encabezado oficialmente por el abogado Ventura Zegarra quien es, a su vez, instrumento de tránsfugas de otras épocas, Félix Arias Schreiber y César Lévano.
Esta facción, cuya influencia es bastante limitada, apenas pudo comprometer a sólo un miembro de la Comisión Política, a unos pocos del Comité Central y a pequeños grupos en algunos Regionales, que se autotitulan "Mayoría". Tomó como pretexto la existencia de algunos errores y debilidades, magnificándolos tendenciosamente. En un primer momento, ellos dijeron no estar en desacuerdo con la línea del Partido que la consideraban correcta en su apoyo al gobierno del General Velasco Alvarado, pero después sacaron a relucir sus poses ultraizquierdistas alegando que nuestra política habla sido reformista y conciliadora con el régimen militar de la Primera Fase, porque a pesar de las transformaciones antimperialistas, fue básicamente represivo contra el movimiento obrero y responsable de numerosas masacres contra el pueblo; que a lo más ese gobierno había tenido un orientación modernizante, enmarcada en los planes del imperialismo. Así, después de muchos años de haber respaldado y defendido la línea correcta, dentro y fuera del Partido, rodaron hacia el extremo ultraizquierdista, condenando lo que antes juzgaron positivo y revolucionario en el período del Presidente Velasco Alvarado.
Pero, ¿por qué escogieron el 18 de diciembre de 1977 para sacar a flote su maniobra escisionista? No fue tanto por las discrepancias, abultadas a última hora, si no porque en esa fecha el Comité Central debía definir los términos de participación del Partido en el proceso electoral y las medidas de fuerza que debían aplicarse en el campo sindical para la reposición de los despedidos, como consecuencia del Paro del 19 de julio.
Naturalmente, el gobierno de Morales Bermúdez y la reacción estaban interesados en sabotear las soluciones que el Partido diera a estos dos asuntos medulares. Por eso no descartamos -de ninguna manera- que en la escisión hayan metido sus manos los servicios policiales y de inteligencia, del mismo modo que lo hicieron en otras organizaciones populares, valiéndose de infiltrados y de elementos degenerados y mercenarios.
Si los fraccionalistas hubieran creído realmente en la validez de sus objeciones, en tomo a la línea o a los errores y debilidades en su aplicación, habrían recurrido honestamente a las diversas instancias partidarias o al Congreso Nacional próximo a realizarse, para procesar una discusión a fondo. En cambio, sin empeñarse seriamente en dilucidar sus "discrepancias" decidieron salirse del Partido, anulando de este modo toda posibilidad de ser escuchados para corregir las debilidades que decían denunciar. Ventura Zegarra y Cía. tomaron el camino de la división para impedir la inscripción del Partido Comunista en el registro electoral y la participación directa como Partido en las elecciones, metas que nos propusimos sin descartar, desde luego, la constitución de alianzas con otras fuerzas de izquierda, pero, repetimos, afirmando previamente la ledalidad del PCP.
La coincidencia de propósitos con la reacción quedó en evidencia cuando algunos dirigentes del C.R. de Lima -que se pasaron al fraccionalismo- retuvieron en su poder planillones del PCIP con miles de firmas, para entregarlos a la UDP junto con otras 15,000 rúbricas recogidas en planillones de la CGTP.
Por otro lado, resultaba totalmente negativo que, en víspera de una contienda electoral, el Partido apareciera dividido ante el pueblo y el electorado. La reacción jamás habría logrado una propaganda antipartido más eficaz, sin el concurso de esos traidores. Esto se les dijo en el Comité Central cuando nos enteramos que se habían, apoderado de los locales del C.R. de Lima y de la Juventud. Quedó en claro que estaban haciendo grandes servicios a los enemigos conscientemente y, por tanto, no teníamos otra alternativa que expulsarlos del Partido, medida que adoptamos con pleno respaldo del Comité Central y de las bases de la República.
La responsabilidad de ellos es tanto mayor porque sabían que el Comité Central debía convocar, a pedido de la Comisión Política, el VII Congreso Nacional para 1978, año del Cincuentenario de la fundación del Partido, y que con tal motivo se abría la discusión más amplia y franca desde las células hasta los organismos de mayor jerarquía, en tomo a la línea, a los aspectos orgánicos y a la conducta de los dirigentes. Pero aún así prefirieron clavar su puna¡ artero contra nuestro Partido, en momentos cruciales para la vida del país. Objetivamente, entonces, el movimiento fraccional del abogado Ventura Zegarra aparece manejado y financiado desde afuera por los enemigos tradicionales de la clase obrera y del PCP.
Uno de los objetivos de este operativo era eliminar la intervención del PCP en las elecciones, o, en última instancia, restarle votos al máximo. La reacción necesitaba manos libres en la Asamblea Constituyente para imponer una Constitución burguesa y retrógrada, en tanto que a las fuerzas progresistas -y en primer lugar al Partido- les interesaba alcanzar una elevada representación parlamentaria para afirmar el desarrollo independiente de nuestro país, mediante la Inclusión en la Nueva Carta de las transformaciones antimperialistas y antioligárquicas procesadas en la Primera Fase, así como otras nuevas exigidas por el pueblo para su liberación nacional y social.
Las fuerzas reaccionarias necesitaban el dominio de la Constituyente, además, para asegurar a favor de ellos y de sus aliados políticos, el Apra y el PPC, la transferencia del poder. De ahí que a la lucha en el terreno electoral y, más adelante, en la Constituyente, se le asignara un carácter trascendental, de vital importancia para la supervivencia de las transformaciones estructurales y el futuro curso político del Perú.
A esa maniobra se prestaron gentes inescrupulosas que nos sustrajeron 20,000 firmas desde el C.R. de Lima en vísperas de nuestra inscripción; individuos que han perdido la fe en la clase obrera porque, seguramente, piensan que el porvenir está en el otro lado.
Nosotros hemos respondido resueltamente a la traición fraccionalista con la absoluta confianza de que, defendiendo los principios marxistas-leninistas y la integridad de nuestro Partido, defendemos también el desarrollo de la lucha antimperialista y por el socialismo tanto en nuestro país como en el Continente, contribuyendo así al fortalecimiento del campo socialista. Por eso, el deber de todo revolucionario es combatir por defender al sistema socialista mundial, sin hacer concesiones de ninguna especie a quienes -como los maoístas y trotzkistas- pretenden dividirlo a partir de sus desaforados ataques a la Unión Soviética, achacándole condición de socialimperialismo. Es más, los maoístas con el cuento de que la URSS es el principal enemigo de la humanidad, han hecho una gira por Europa para propiciar una Alianza antisoviética.
Contra las manifestaciones de adhesión al Movimiento Comunista Internacional, reiteradas por los neofraccionalistas, está el hecho macizo y contundente de su incondicional Subordinación a los maoístas incorporados a la Unidad Democrática Popular (UDP). El veleidoso Arias Schreiber, expulsado del Partido hace. seis años, y que ahora funge de ideólogo del llamado grupo “Mayoría" tuvo que tragarse su carta antimaoísta que remitiera, meses atrás, a “Caretas”, para que sus nuevos socios les dieran unos lugarcitos en las listas electorales de la UDP. Los fraccionalistas en este campo también han renunciado a los principios revolucionarios intemacionalistas.
Debemos aclarar que nuestro Partido no está contra la UDP. Sabemos que allí hay más de una decena de organizaciones, algunas de ellas respetables por su conducta unitaria y progresista, y un conjunto de personalidades democráticas y avanzadas. Con estos elementos de izquierda es que hemos realizado acciones conjuntas con la clase obrera y en. la Constituyente, sin que tales acciones impliquen aval ni concesiones a otros grupos ultraizquierdistas integrados en la UDP.
Hoy más que nunca es imperativo procesar la unidad de la fuerzas de izquierda para luchar contra el Imperialismo norteamericano y sus agentes del Apra, el PPC y AP, contra el Gobierno Militar y contra la agresión patronal. Pero este bloque antimperialista no podrá consolidarse jamás con la inclusión de maoístas y trotskistas, debido a sus viejas prácticas antiunitarias, antisoviéticas, anticomunistas y contrarrevolucionarias, como lo acaban de demostrar Hugo Blanco, Ricardo Napurí, Hernán Cuentas, etc. tanto en el movimiento, sindical y. específicamente en los Paros Nacionales, comen las tareas de la Constituyente.
Los del grupo "Mayoría" carentes de apoyo real de bases y de apoyo popular arrastrados por su odio al Partido Comunista, se han tenido que sumar al coro trotskomaoísta en forma pública a través del mitin convocado el 20 de setiembre de 1978 en la Plaza 2 de Mayo, con la intenci6n de atacar a nuestro Partido y de montar una provocación contra el local de la CGTP, en vísperas de su V Congreso Nacional.
Les faltó, sin embargo coraje para dar cima a sus criminales propósitos, y no sólo se estrellaron contra la viril resistencia de la Guardia Obrera que custodió el local de la Central, sino que cancelaron el mitin y huyeron cobardemente de la Plaza. Esa "mayoría", actualmente en proceso de descomposición, se hunde día a día en la charca ultraizquierdista y contrarrevolucionada.
PRIMERO:
En todo movimiento fraccionalista han operado factores objetivos, referentes a las circunstancias históricas en que se gestó este fenómeno. En el caso de Ravines, la crisis del sistema capitalista (1929-1933) y el ascenso de las luchas populares le hizo imaginar que la revolución socialista estaba a la vuelta de la esquina. Al producirse la ofensiva reaccionaria y la expansión nazifascista, Ravines y los oportunistas que le acompañaban se acobardaron y se fueron. Luna tomó un camino similar ante el temor de la hegemonía aprista. Roel hizo otro tanto ante la posición oligárquica de Manuel Prado en 1956. Ventura y Cía. no escapan a esta constante; desertaron frente a la derechización del gobierno militar y a los peligros de la escalada represiva. Todos ellos perdieron la perspectiva de una confianza en el movimiento obrero y optaron por irse del Partido. Otros maoístas por su parte, decepcionados porque la Revolución cubana no se expandía aceleradamente por América Latina, bajo la presión del reformismo chino, también prefirieron dejar las filas revolucionadas.
SEGUNDO:
Que estas crisis internas se explican también por la presencia de factores subjetivos, derivados de la extracción pequeño burguesa de sus promotores. A ello debemos los bandazos ultraizquierdistas y derechistas por la impaciencia revolucionaria o por el pesimismo. Sobre este factor subjetivo, sobre las debilidades de los principales cabecillas del fraccionalismo ha actuado persuasiva o chantajistamente la reacción a través de la CIA y de los servicios de inteligencia. Es sabido que los servicios policiales infiltran agentes para obtener información de la vida interna de los Partidos, principalmente en las organizaciones revolucionarías y muchas veces logran detectar los puntos débiles, escudriñan diversos aspectos de la vida de los dirigentes, siguen su trayectoria política, conocen sus inclinaciones. y defectos. El enemigo puede entonces actuar sobre las debilidades y desviaciones de los cuadros y, militantes, más aún si estos se encuentran en proceso de descomposición política y moral, para inducirlos -directa o indirectamente- a levantar la mano traidora contra el Partido. En Juan P. Luna se da probablemente uno de los casos más crudos, cuando preparó el terreno para el advenimiento de la dictadura odriísta; y también en el caso de Ventura Zegarra, que favoreció objetivamente al Apra y al PPC para el logro de una mayoría en la Constituyente.
TERCERO:
El destino final de los fraccionalistas ha sido su muerte política, quedando los cabecillas, casi siempre, reducidos a vulgares soplones de servicio de la policía y de la CIA, como furgones de cola de los diversos grupúsculos u¡traizquierdístas o como simples mercenarios de la reacción. Jamás pudieron construir' un Partido como el nuestro, con estructura orgánica, Programa y Línea Política definida.
Ravines terminó como el más sucio y cavernarioo propagandista del anticomunismo, a órdenes del imperialismo; Luna, como un obsecuente servidor de la dictadura de Odría; Ventura Zegarra, por ahora como el sumiso seguidor de las zigzageantes posiciones del trotzkomaoísmo.
A estas alturas de la exposición podemos preguntar con toda autoridad: ¿qué habría ocurrido si el Partido no se depura de esta gente a tiempo?, ¿podríamos haber mantenido la estructura partidaria leninista para continuar el trabajo revolucionado, si hubiéramos conciliado con estos traidores? Las respuestas son obvias. Las expulsiones en todo los casos, han sido necesarias, tanto para defender la pureza de los principios marxistas-leninistas y la línea Política trazada creadoramente por los organismos pertinentes, como para canalizar correctamente las luchas populares hacia el logro de los objetivos liberadores.
¿Por qué el enemigo trabaja con tanta persistencia para debilitar y dividir el PCP? La respuesta es también simple y sencilla. La experiencia demuestra que los Partidos Comunistas son los que conducen a los pueblos a la victoria socialista, dentro de la orientación del Movimiento Comunista Internacional y de las praxis del marxismo-leninismo. Por eso, no existe un sólo país socialista en el mundo que no esté dirigido por un partido comunista. El imperialismo no pierde de vista este hecho y acumula con todas sus fuerzas actividades muy diversas para destruir, desde afuera y desde adentro, al Partido. Desde afuera usan la represión; desde adentro, recurre a la corrupción y a la conocida táctica de la quinta columna o del "Caballo de Troya".
Si el enemigo a lo largo de cincuenta años se ha obstinado en dividimos a través de su quinta columna fraccionalista, lo revolucionario tenía que ser inevitablemente cortar de raíz ese mal expulsando a los traidores. Y esa tarea la hemos cumplido sin vacilaciones y victoriosamente, respetando siempre el legado de nuestro Amauta José Carlos Mariátegui.