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Jorge del Prado

 

 

Nuestra tradición histórica

Capítulo primero de Cuatro facetas de la historia del PCP

 

 


Publicado por vez primera: Jorge del Prado, Cuatro factas de la historia del PCP. Lima: Ediciones Unidad, octubre 1987.
Fuente para la presente edición: Documento proporcionado por el Partido Comunista Peruano, agosto de 2015.
Esta edición: Marxists Internet Archive, agosto 2015.  


 

 

 

Queridos Camaradas, queridos amigos:

Coincidiendo con el 50 aniversario de la fundación del Partido Comunista Peruano y a propósito de la convocatoria a elecciones para una Asamblea Constituyente, que iniciará el retorno a la mal llamada democracia representativa, surgió la necesidad de prontuariar con exactitud a los diversos partidos actuantes en la vida política del país.

Esta necesaria ubicación, enmarcada dentro de un proceso de polarización de fuerzas y de vigoroso crecimiento de las corrientes revolucionarias y, en particular, del Partido Comunista Peruano, determinó el recrudecimiento de la campaña anticomunista por parte de los partidos reaccionarios; campaña que viene expresándose principalmente en dos aseveraciones groseramente distorcionadoras de la verdad histórica. La primera consiste en cuestionar el origen del Partido, sosteniendo que no surgió de nuestra realidad, sino que fue producto de una consigna foránea impartida por el "comunismo internacional". La segunda, sustentada en la anterior, consiste en un renovado y sincronizado esfuerzo, desde diversos frentes, por demostrar que José Carlos Mariátegui, a quien los comunistas consideramos nuestro fundador y guía, no dio vida al Partido Comunista, sino a un partido distinto que para algunos seria precursor o primer paso del aprismo, para otros una especie de partido socialdemócrata de izquierda o socialista marxista, pero solamente peruano, ajeno y -hasta cierto punto- contrapuesto al Movimiento Comunista Internacional.

La dilucidación de estos dos cuestionamientos resulta pues perentoria para contrarrestar y derrotar no sólo a una de las formas más sutiles y tramposas del neo-macartismo, hoy revivido, sino también a uno de los recursos más deshonestos de quienes pretenden mellar en cualquier forma el prestigio del Partido Comunista Peruano en sus raíces históricas.

De ahí que hubimos considerado conveniente iniciar con el esclarecimiento de estos dos temas la celebración de medio siglo de existencia del PCP, dándole de paso a dicha celebración un contenido más polémico y vivo. A ello obedeció, igualmente, que invitáramos a participar en el ciclo de charlas no sólo a los militantes y amigos del Partido, sino también a estudiosos sin partido, a reporteros y corresponsales de prensa, nacionales y extranjeros.

 

EL PARTIDO COMUNISTA PERUANO: GENUINO PRODUCTO DE NUESTRA REALIDAD Y DE NUESTRA EPOCA

En la presente conferencia, iniciadora del ciclo, procuraremos demostrar, en primer término, que nuestro Partido no nació de una consigna extranjera, ni tampoco fue obra solamente de José Carlos Mariátegui.

El surgimiento de cualquier partido, y más aún de un auténtico y sólido partido revolucionario de la clase obrera, no puede darse en ninguna parte del mundo por un simple afán de imitación foránea. Tampoco puede ser resultante del propósito y esfuerzo de una sola persona.

Se trata de un fenómeno social. Fenómeno, que, en el caso del PCP, consistió esencialmente en que el proletariado peruano había madurado en el camino proceso de sus luchas, hasta tal punto en que ya no le bastaba la organización sindical ni la lucha por reivindicaciones inmediatas, sino que debería pasar ya al terreno político, a emprender una política clasista independiente y a contar para ello con un Partido propio y revolucionario, que iniciara la larga y escabrosa marcha hacía la revolución socialista, a través de la conquista del poder político. Aunque, como es obvio, para que los trabajadores comprendieran esto tuvo que haber madurado en apreciable medida su conciencia política de clase y haber contado -al mismo tiempo- con determinadas condiciones objetivas favorables.

Nosotros, en repetidas ocasiones, hemos señalado tres factores fundamentales que posibilitaron la formación del Partido Comunista Peruano. El primero consistió en el desarrollo numérico, organizativo y político alcanzado por nuestra clase obrera. El segundo, en el avance cultural e ideológico operado en la sociedad peruana y en América Latina, desde fines del siglo pasado. Y, el tercero, en las repercusiones universales de la Revolución Rusa de Octubre de 1917, o sea, en el vigoroso remezón político internacional que significó el nacimiento de la Primera Gran Revolución Socialista.

 

EL PROLETARIADO PERUANO

En cuanto al primero de estos factores, precisa tener en cuenta que, cuando Mariátegui inició su tarea de construir en el Perú un partido marxista-leninista, el proletariado de nuestro país había adquirido un importante nivel de desarrollo tanto en el aspecto cuantitativo como en el cualitativo. Numéricamente su presencia era ya muy sensible en la actividad laboral de Lima, Callao y las principales ciudades. Y aunque las cifras alcanzadas entonces no fueron tan grandes como en otros países de América Latina, su peso intrínseco hizo que comenzara a convertirse en un factor de primera importancia. Sus principales contingentes estaban concentrados en sectores claves de la economía nacional, o sea en los centros productores de materias primas exportables, en las empresas de transporte masivo y de carga, en la comercialización y distribución de productos, en la agricultura industrial.

El Perú, a poco tiempo de haber proclamado su emancipación del yugo español volvió a ser, con nuevas formas, un país dependiente de las potencias imperialistas, subordinado ahora al sistema capitalista mundial como productor de materias primas, acaparadas por consorcios imperialistas, y como mercado de colocación de artículos procedentes principalmente de Inglaterra, en el siglo pasado, y de Estados Unidos de Norteamérica en la presente centuria. La Primera Guerra Mundial o Guerra del 14, acentuó esta condición de sometimiento al determinar una mayor demanda de las materias primas peruanas, lo que dinamizó, a su vez, el desarrollo del transporte marítimo y ferroviario. La industria manufacturera tuvo, asimismo, un desarrollo relativo, pero la mayor parte de ella también permanecía en manos extranjeras. Paralelamente, concluida la conflagración, declinó en nuestro país la hegemonía del imperialismo inglés y comenzó el apogeo del imperialismo norteamericano.

La deformación de nuestro desarrollo económico se tradujo en un crecimiento desproporcionado de la minería, el comercio y la banca, con relación a la industria básica y de transformación, ahondando el subdesarrollo. No obstante lo cual, el proletariado fue adquiriendo una importancia sustantiva y creciente. Mientras la burguesía nativa crecía en forma aritmética, el proletariado se desarrollaba en proporción geométrica. La economía del país se había insertado en el capitalismo mundial y nuestra clase obrera se había convertido rápidamente en una clase decisiva, respecto a nuestro porvenir socioeconómico.

Había llegado, pues, el momento histórico en que esta clase, a pesar de no ser muy numerosa, pasara a desempeñar un papel determinante en la vida de la sociedad peruana, hasta el punto que una paralización de sus labores podría remover, muy seriamente, los cimientos de la economía nacional y, por lo tanto, también generar acontecimientos muy importantes en la situación política.

Ya en la década del 20 los trabajadores asalariados alcanzaron un crecimiento numérico muy apreciable. Según las estadísticas recogidas por Martínez de la Torre, en vísperas de la fundación del Partido Comunista, dicho crecimiento presentaba las siguientes cifras: proletariado urbano, más de 53,000; mineros y petroleros 28,000; asalariados agrícolas, 18,000. Es decir, un total aproximado de cien mil personas. Porcentaje relativamente pequeño en una población global de seis millones de habitantes, pero que contaba con las ventajas de ser el factor más importante en el proceso de la producción de objetos de uso y consumo y el creador de nuestras principales riquezas. Además, era ya una clase relativamente evolucionada, había acumulado una importante experiencia combativa, estaba concentrada en los principales centros urbanos, en las minas y las haciendas; y su sector más avanzado se encontraba en contacto con los modernos medios de comunicación de masas, es decir, informado de los principales acontecimientos y corrientes ideológicas contemporáneas.

Se trataba, entonces, de un proletariado en aptitud de desarrollar con mayor facilidad su conciencia de clase. Circunstancia que pudo comprobarse en la segunda década del siglo, en las pujantes jornadas obreras y populares de 1918 y 1919, cuya combatividad estuvo dada en gran medida por el hecho de que, al final de la Primera Guerra Mundial, se produjo una disminución violenta de las exportaciones de nuestras materias primas -destinadas a la industria de guerra- y esto generó una desocupación masiva y un rápido encarecimiento de las subsistencias, con la consiguiente disminución del poder adquisitivo de los salarios reales.

En ese contexto nuestra clase obrera, unida a otras importantes capas populares, se vio impulsada a luchar casi simultáneamente por la rebaja en los precios de los artículos de primera necesidad y por la jornada laboral de 8 horas; lo cual hizo que la lucha reivindicativa, constreñida hasta entonces al terreno económico, pasara automáticamente al terreno político. Ampliando este punto, podemos decir que, cuando los trabajadores demandan una reivindicación directamente a los patrones en su centro de trabajo, su lucha que no deja de ser política, se desarrolla fundamentalmente en el terreno de lo económico; pero cuando se enfrenta al Estado, existiendo, como en este caso, una ley referida al horario de trabajo, entonces se vuelve eminentemente política. Y eso fue lo que en realidad ocurrió entonces, por primera vez, en nuestro país. Resulta muy significativo a este respecto que en aquellas memorables acciones los dirigentes sindicales que en su mayor parte eran anarquistas o anarcosindicalistas, evolucionaron políticamente en el fragor de la lucha hasta el punto de proclamar constantemente su simpatía por la Revolución Rusa, significando en ella la conquista del poder por la clase obrera en el antiguo imperio de los zares.

De este modo, se fueron creando en el Perú, condiciones objetivas propicias a la formación de un partido político de la clase obrera. El gran mérito de José Carlos Mariátegui a este respecto consistió no tanto en haber "ideado" tal partido, sino en haber comprendido cabalmente la necesidad histórica de su existencia y en haber asumido con máximo sentido de responsabilidad la tarea de hacerlo realidad.

 

LAS NUEVAS IDEAS

En cuanto al segundo factor, o sea el avance de la cultura y del pensamiento científico entre nosotros, ocurrió que, pronto con el relativo desenvolvimiento industrial y el desarrollo de la clase obrera, la Primera Guerra Mundial -no obstante sus tremendos efectos destructivos- no pudo detener, y en algunos aspectos aceleró más bien el perfeccionamiento de determinados medios de producción sustentados en nuevas conquistas científicas y tecnológicas, así como el logro de nuevas formas de comunicación universal. En ese periodo y a partir de él, junto al estallido y ahondamiento de la crisis estructural del sistema capitalista, se operó la más amplia difusión de nuevas ideas, de nuevas doctrinas filosóficas y corrientes sociológicas. En aquel contexto, se introdujeron a través de la radio, el telégrafo y las vías aéreas, muchos conocimientos que hasta entonces sólo habían sido difundidos en Europa y Estados Unidos y que ahora tramontaban también las fronteras del Perú para difundirse en nuestro medio. De ahí que el mismo Mariátegui, respondiendo a quienes le calificaban de "europeísta" por el hecho de haber iniciado la aplicación del método marxista al análisis de nuestra realidad, dijo: «Aquellos que dicen que el Perú, y América en general, viven muy distantes de la Revolución Europea, no tienen noción de la vida contemporánea ni tienen una comprensión, aproximada siquiera, de la historia. Esa gente se sorprende de que lleguen al Perú los ideales más avanzados de Europa; pero no se sorprenden en cambio de que lleguen el aeroplano, el tras atlántico, el telégrafo sin hilos, el radio; todas las expresiones más avanzadas, en fin, del progreso material de Europa La misma razón para ignorar el movimiento socialista habría para ignorar, por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein. Y estoy seguro de que al más reaccionario de nuestros intelectuales -casi todos son impermeablemente reaccionarios- no se le ocurrirá que debe ser proscrita del estudio y de la vulgarización aquí de la nueva física, de la cual Einstein es el más eminente y máximo representante ... " [1]

Bajo tales circunstancias el marxismo-leninismo, como cabal expresión científica en el campo de la sociología, comenzó a ganar entonces adeptos, tanto en los medios más avanzados de la intelectualidad como entre los exponentes más probados y lúcidos de nuestra clase obrera, debido sobre todo a la obra sistemática y perseverante de José Carlos Mariátegui. Y es así que entonces pudo hacerse realidad aquí también la afirmación de Carlos Marx referida al papel histórico de su doctrina: "el proletariado encontró en la filosofía del materialismo dialéctico su arma espiritual y la filosofía encontró en el proletariado su arma material".

 

LA REVOLUCION RUSA

En cuanto al tercer factor, o sea la Revolución Rusa, es preciso calibrar la trascendencia realmente epónima de este acontecimiento como uno de los más fecundos en la actividad creadora de las masas. Esa Revolución sin precedente influyó muy hondamente en el sentir y el pensar de quien, como Mariátegui, iba a ser el más cabal exponente de las aspiraciones e intereses de nuestra clase obrera y de nuestro pueblo.

La Revolución Rusa marcó un nuevo y promisorio rumbo en la historia de la humanidad. El proletariado universal comprendió con ella que el hundimiento de la sociedad capitalista y el triunfo del socialismo no era sólo una aspiración humana o un ideal remoto, sino que ese ideal de justicia se concretaba por primera vez en el antiguo imperio zarista, por acción heroica de la clase obrera y su vanguardia bolchevique, dirigida por el gran Lenin.

En ese período se dieron, pues, las objetivas más propicias para la creación del partido revolucionario de los trabajadores peruanos, que, bajo la luz del marxismo leninismo aplicado a las peculiaridades del país, José Carlos y sus más cercanos colaboradores fundaron con el nombre inicial de Partido Socialista del Perú, pero identificado con la Internacional Comunista que existía entonces, es decir, como un contingente inconfundible del movimiento comunista mundial.

 

EL PAPEL DE MARIATEGUI

Es innegable, sin embargo, que ningún fenómeno de esta naturaleza se genera sólo como efecto de los factores objetivos.

Tiene que existir una fuerza consciente que los encauce, que los transforme en ideología, en Programa y en organización política. Hace falta, por lo tanto, hombres que interpreten correctamente la situación que les rodea, que comprendan el significado de esa situación y sepan encauzarla hacia una acción revolucionaria correspondiente. Y ese fue justamente el papel histórico que desempeñó José Carlos Mariátegui.

Desde fines del siglo pasado venían ocurriendo en el Perú cambios socio-políticos muy significativos. En 1895 se produjo la primera huelga en Vitarte, la misma que fue disuelta a latigazos porque entonces a los obreros se les consideraba como siervos, vale decir, seres infrahumanos que deberían trabajar hasta 16 horas diarias. Pero en 1919 ya ningún trabajador industrial permitía que se le tratara así. En el lapso transcurrido, se había logrado a través de esforzadas y heroicas luchas el reconocimiento del derecho de huelga y se había conquistado también la jornada laboral de 8 horas. Pero, además, como hemos visto, los avances tecnológicos y científicos hicieron que, junto al desarrollo de la clase obrera, se operara un notable desarrollo cultural e ideológico. A comienzos del siglo, por ejemplo, don Pedro Zulen, sociólogo, a quien Mariátegui reconoció y admiró en su justo valor, asimiló algunas ideas del marxismo y esas ideas comenzaron a difundirse. La tarea de Mariátegui en tales circunstancias fue, en el Perú, similar a la de Lenin en la antigua Rusia, en tanto se propuso fundir las ideas socialistas con el movimiento obrero para llevar a cabo, en las condiciones concretas de ese país, la Revolución Socialista.

Debemos preguntamos entonces por qué, esta tarea tuvo que realizarla precisamente José Carlos Mariátegui y no otra persona. Una respuesta convincente podemos encontrarla en la concepción marxista sobre el papel de las personalidades en la historia. Marx, Engels y Lenin sostienen al respecto que las verdaderas personalidades, guías en el progreso de la humanidad, no son los llamados genios innatos o individuales, sino los que interpretan mejor el desarrollo social y, en ese contexto, principalmente las necesidades y anhelos de las masas populares, de los trabajadores que por ser los creadores de la riqueza- constituyen el factor más importante en las relaciones de producción y encarnan por ello las más hondas y básicas tendencias del desarrollo histórico, del progreso material y cultural de los pueblos. J. Plejanov sostiene también el mismo punto de vista, en su conocida obra "El papel del individuo en la historia".

Mariátegui, como se sabe, por sus limitaciones económicas y de salud, no pudo concluir sus estudios primarios. El se definió alguna vez "autodidacta». Desde los siete años de edad cargó -además- con una seria invalidez física, ocasionada por un accidente en la escuela donde aprendió las primeras letras. Y a esa desventaja material se sumó el hecho de ser el mayor de tres hermanos, en una familia que sufrió la ausencia del padre cuando todos ellos eran aún muy pequeños. José Carlos en aquellas circunstancias se vio obligado a ayudar desde entonces a la madre en el sostenimiento del hogar, primero auxiliándola en la entrega de sus labores de costura y más tarde, desde los 14 años, como aprendiz de linotipista y portapliegos (o "alcanzarrejones" como él dijo) en el diario "La Prensa". Al pasar al cuerpo de redactores fundó en ese diario el primer Círculo de Periodistas, piedra angular de toda la organización del gremio en el país y por tanto también de la actual Federación de Periodistas del Perú.

No es mi propósito ahondar en la vida de Mariátegui porque eso sería imposible en una sola charla. Voy a concretarme más bien a rebatir tanto las interpretaciones falsas de su personalidad y de su obra, en que incurren algunas personas no sólo por desconocimiento, como las mistificaciones groseras y conscientes realizadas por ciertos seudo-investigadores y seudo-sociólogos, empeñados algunos de ellos en negar el contenido peruanista (o la preocupación por nuestros propios problemas) que inspira esa obra, y dedicados otros chupatintas a desconocer la autenticidad marxista leninista tanto del pensamiento mariateguista como del partido que fundara.

 

MARIATEGUI Y HAYA DE LA TORRE VINCULACIONES Y CONTRAPOSICIONES

No son, sin embargo, nuevos los intentos de cuestionar aspectos sustantivos y definitorio s de la obra de José Carlos. Al poco tiempo de su muerte, e impresionados por el tremendo impacto que ella produjo, los fundadores del partido aprista que le combatieran en vida tildándole de extranjerizante y desubicado de nuestra realidad [2], emprendieron con deshonestidad la ímproba tarea de apropiarse de su enorme prestigio intelectual y revolucionario.

Con semejante propósito empezaron entonces por explotar en tal sentido la vinculación que, efectivamente, hubo en determinadas circunstancias, entre Mariátegui y Haya de la Torre.

Remontándose a esos contactos y prescindiendo de lo ocurrido después, sostuvieron que nuestro camarada había sido algo así como un precursor del Apra y hasta una especie de co-fundador. Sustentando esta falsa tesis escribió durante algunos años el propio Haya en el periódico aprista "La Tribuna» y en diversas revistas disfrazándose con el seudónimo de «Moisés Arroyo Lozada», recurso llamado a confundirse ante los lectores con el camarada Moisés Arroyo Posada, amigo y discípulo de José Carlos Mariátegui y activo colaborador de "Amauta". 

La misma campaña mistificadora fue realizada después por otros conocidos escritores apristas incluyendo a Luís Alberto Sánchez y a Cossío del Pomar, Chang Rodríguez, Alva, etc.

No debe por eso extrañamos que cuando el Partido Aprista se preparaba a participar en las elecciones generales de 1980, los miembros de su mayoría, en la Asamblea Constituyente revivieran tales intentos y utilizaran en ellos a "periodistas" y escritores venales como Juan José Vega, quien con la mayor desfachatez afirmó entonces que Mariátegui nunca fue comunista, que estuvo influido no sólo por el pensamiento de Haya de la Torre, sino también por la ideología conservadora del civilista Manuel Vicente Villarán.

Sin caer en el absurdo juego de sobrevalorar escritos de esa naturaleza, conviene sí establecer de modo fehaciente cuál fue el grado de amistad entre Mariátegui y Haya, informar de cómo se conocieron y en qué momento y en qué circunstancia colaboraron. Cualquier seria indagación al respecto demostrará que sólo hubo dos instantes de relativa coincidencia y acercamiento entre ambos. El primer contacto se produjo durante los años críticos de 1918 y 1919, cuando José Carlos dirigía el diario «La Razón", fundado por él. Este diario, como es sabido, fue órgano de prensa que pronto se convirtió en el mejor vocero y defensor de los movimientos confluentes de entonces: las luchas proletarias por la jornada de las 8 horas, los combates del pueblo de Lima y Callao por el abaratamiento del costo de vida, y las acciones estudiantiles en la primera reforma universitaria. En realidad Mariátegui había brindado decidido respaldo periodístico a estos movimientos desde que escribiera en las páginas de "El Tiempo".

El Presidente de la Federación de Estudiantes en aquella época fue Haya de la Torre. José Carlos tenía amistad con los dirigentes obreros: Barba, Gutarra y otros; y también con el estudiante Haya, quien frecuentaba las oficinas de "La Razón". Ambos coincidieron a partir de esos. Acontecimientos en el propósito, aún difuso, de cambiar la fisonomía tradicional del país.

Posteriormente, volvieron a vincularse cuando Haya, decidió, en el extranjero, formar la "Alianza Popular Revolucionaria Americana" (APRA), como un frente antiimperialista. Mariátegui estaba convencido que, para llegar al socialismo en nuestro país era necesario liquidar la dominación imperialista. Estaba convencido, además, que la clase obrera debería atraer a todas las clases y capas sociales enfrentadas en mayor o menor grado al imperialismo: unir a vastos sectores populares en un amplio frente antiimperialista y antioligárquico, destinado a librar una lucha victoriosa por nuestra independencia nacional y el progreso social. De ahí la concordancia inicial en tomo a este frente El Apra aparecía, entonces, como una Alianza antiimperialista latinoamericana y no como un partido político. Por eso adoptó, precisamente, como su nombre el acróstico de las palabras: “Alianza Popular Revolucionaria Americana” (APRA).

A consecuencia de su actividad periodística y sus vinculaciones con las luchas del movimiento obrero, José Carlos fue virtualmente deportado por el gobierno de Leguía, permaneciendo en Europa entre 1919 y 1923; años que le sirvieron para estudiar el fenómeno de la Revolución Rusa así como el significado de los otros acontecimientos universales ocurridos desde la I Guerra Mundial. Allá, como dijo más tarde, asimiló el marxismo, «desposó" las ideas marxistas pasando desde ese momento a combinar su labor periodística con la militancia revolucionaria comunista. Es así como concurrió al histórico Congreso de Livorno del Partido Socialista Italiano, en el cual la tendencia de izquierda identificada con la corriente revolucionaria que imprimiera Lenin al partido bolchevique en Rusia, se separó del ala derecha y fundó el Partido Comunista Italiano. Mariátegui se alineó en el Congreso con las posiciones revolucionarias. A propósito, cabe anotar que uno de los hijos de José Carlos, el doctor Javier Mariátegui, ha conseguido el carné de ingreso de su padre al Congreso de Livorno y al Partido Comunista Italiano, hecho que será evidenciado con la pronta publicación de una obra dedicada a difundir e interpretar principalmente la labor epistolar de nuestro Amauta.

Pues bien, en esos años no existió contacto entre Mariátegui y Haya de la Torre. Sin embargo, al regresar José Carlos al Perú en 1923, encontró al movimiento obrero y popular en una situación crítica. Por el prestigio ganado en las luchas de los años 1918-1919 fue incorporado a las Universidades Populares "González Prada", que hasta entonces dirigía haya de la Torre como Presidente de la Federación de Estudiantes. A pocas semanas de esa incorporación (Mayo de 1923) se produjo la conocida jornada obrero-estudiantil contra la entronización del Corazón de Jesús -acción de tipo liberal burguesa con algunos gérmenes de anarquismo gonzalespradista, auspiciada por Haya y sus compañeros- que fue reprimida violentamente por el gobierno leguiísta. Haya de la Torre salió deportado. Los trabajadores y profesores de las Universidades Populares, decidieron, entonces, llamar a Mariátegui para que lo reemplazara en la dirección de esa institución obrero-estudiantil. Mariátegui, como veremos luego, modificó sustantivamente la orientación docente del centro, dedicándolo sobre todo a impartir educación ideológica revolucionaria a los trabajadores peruanos.

En el lapso 1923-1926 no existió tampoco correspondencia regular entre Mariátegui y Haya de la Torre. Este último, radicado en México, propició la creación del Apra como movimiento antimperialista de Frente Único. Tal iniciativa fue saludada por José Carlos, quien publicó en «Amauta" informaciones y artículos referentes al nuevo movimiento, el cual, como hemos dicho, aparecía no como partido, sino como alianza antiimperialista. Una alianza, como es sabido, significa el acercamiento entre las fuerzas políticas distintas que coinciden en determinados objetivos, de contenido político y de naturaleza coyuntural, sin que para ello sea necesario coincidir en los aspectos ideológicos y programáticos más trascendentes.

En el caso que referimos cabía un frente único o alianza, como lo entendía Mariátegui, entre fuerzas procedentes de la clase obrera, la pequeña burguesía y otros sectores antiimperialistas y progresistas, cada cual manteniendo su propia independencia ideológica, política y organizativa. Posteriormente, Haya torció el rumbo inicial del Apra para transformarlo en un partido político nacionalista o nacional reformista bajo su dirección, pretendiendo, al mismo tiempo, anular la independencia política de la clase obrera. Proponía que se adhirieran individualmente todos los que querían participar en el Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales que para el significaba el Apra, negando por eso mismo la necesidad histórica de que nuestra clase obrera tuviera su propio partido político. Lo que a fin de cuentas siguió siendo también la cancelación de una meta socialista a la Revolución Peruana.

Esta idea fue rechazada por Mariátegui, iniciándose al respecto un intenso proceso de definición que se desarrolló en el espacio de cerca de dos años y que culminó con la ruptura y bifurcación de dos caminos diferentes en muchos aspectos contrapuestos: el de la revolución antiimperialista y socialista guiado por Mariátegui, y el del nacional reformismo y la conciliación de clases jefaturado por Haya de la Torre. La coincidencia en tomo al Apra había sido, pues, fugaz y quedó cancelada muy pronto, a través de la polémica postal entre el Comité Organizador del Partido, encabezado por Mariátegui, y los fundadores del Apra, dirigidos por Haya[3].

Resulta, en consecuencia, absurdo sostener como lo hace Juan José Vega, que Mariátegui no fue marxista y que se sintió «más aprista que comunista"; así como no es cierto que la amistad y colaboración entre él y Haya se desarrollaron, sin interrupción ni desavenencias, entre 1918-1927. Por consiguiente, tampoco es verdad que el distanciamiento entre ellos comprendiera sólo un breve lapso, de 1928 a 1930. Estas argucias y sofismas son totalmente deleznables y no deben quedar en pie.

 

MARIATEGUI ABRE EL CAMINO A LA REVOLUCION PERUANA

En primer lugar, la obra de Mariátegui abre el camino de una nueva época, y eso nadie intenta negarlo ahora. Con ella se afirma la conciencia de clase del proletariado en el Perú, toma su curso correcto el movimiento antiimperialista y se inicia la lucha por el socialismo en nuestro país. Sin embargo, dadas las circunstancias en aquellos tiempos, su militancia política revolucionaria alcanza apenas un poco más de 10 años. Pero, en ese lapso que va desde 1918, en que formula planteamientos socialistas incipientes y empíricos hasta su culminación en 1930, realizó una labor gigantesca equivalente a varias décadas, tanto en cuanto a formulaciones escritas como en el aspecto organizativo. Con absoluta seguridad, mucha gente que se precia de importante en el quehacer político peruano con largos años de vida, no ha alcanzado a dar por nuestro pueblo ni la milésima parte de lo hecho por él. Pero en este espacio, cronológicamente breve, los tres últimos años, 1927-1930, son los de maduración y culminación de su obra esencial y perdurable. En ese período, particularmente en 1928, edita el primer número de «LABOR»; publica los 7 Ensayos; funda el Partido Comunista Peruano; traza los lineamientos organizativos para la fundación de la CGTP, y prepara su libro Defensa del Marxismo. Precisamente, en setiembre de 1928, AMAUTA -en su editorial «Aniversario y balance»- traza el deslinde entre las ideas de Mariátegui y Haya.

Pero, además, las raíces de estas divergencias podemos encontrarlas ya en los años 1918 y 1919; es decir, cuando comenzaron sus circunstanciales vínculos. Si bien coincidieron en aquellos años, como hemos dicho, en la lucha por una renovación del ambiente político, por cancelar el predominio político del civilismo clásico y conservador exponente de la rancia oligarquía. Y, si de otra parte, es verdad también que volvieron a coincidir entre 1926 y 1928 en la lucha antiimperialista, debemos tener en cuenta que aun en sus contactos iniciales entre 1918 y 1919, Mariátegui ya se diferencia de Haya en un aspecto históricamente básico y definitivo, es decir, en su compromiso directo, claro y sin reservas, con la clase obrera, compromiso intelectual y anímico inclinado al socialismo. Compromiso que le induce desde entonces a intentar la formación de un partido socialista, al margen de que dicho partido no fuera concebido todavía con una óptica marxista. Empresa que emprendiera al lado de los jóvenes periodistas con inquietud social: Luis Ulloa, Carlos Barzo, César Falcón y otros, contando con el respaldo de varios dirigentes obreros de aquellos años, algunos de los cuales se desorientaron mas tarde para deslizarse por la pendiente de la politiquería criolla y enrolarse en el leguiísmo como ocurrió con Luís Ulloa, y es que, como dijéramos, la naciente organización no era todavía un partido marxista, circunstancia que felizmente columbraron muy pronto Mariátegui y Falcón, al darse cuenta que a ese partido le hacía falta una base, una fundamentación científica e ideológica y una estructura social mas definida y concordante con el objetivo socialista. Por eso, cuando en 1919 ambos fueron virtualmente deportados a Europa, su primera preocupación fue vincularse con el movimiento revolucionario de esos países, analizar a fondo los alcances de la Revolución Rusa y estudiar el marxismo-leninismo, Mariátegui expresó así su visión política y su preocupación fundamental, comprendiendo con claridad que el socialismo no podría alcanzarse en nuestra patria si no se vinculaba indisolublemente al movimiento obrero, a la ideología y ciencia del marxismo-leninismo. Y fue así que, mientras Haya de la Torre se dedicaba principalmente a dirigir el movimiento estudiantil universitario y al funcionamiento de las Universidades Populares «González Prada» dictando allí cursos de extensión universitaria, Mariátegui emprendió la tarea de organizar a los trabajadores, a desarrollar en ellos una ideología de clase y un programa científico de lucha por la revolución en el Perú.

Desde luego, que más clara fue la diferencia a partir de 1923, cuando Mariátegui asume la dirección de las Universidades Populares. En ese centro venía cultivándose hasta entonces el pensamiento de González Prada, cuyo nombre llevaba precisamente la Universidad. Pero, ¿qué significaba esto? González Prada, como es sabido; fue un liberal burgués de avanzada que al final se asimiló al anarquismo. Para él, el problema social no era un problema de clases sino un problema generacional, que caracterizó con su célebre frase: «Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra». Es decir, que la revolución social no significaría la transformación del sistema capitalista en un sistema socialista y la sustitución de una clase por otra en el poder político, sino sólo el producto de un relevo total, de los viejos valores humanos por nuevos jóvenes valores. Enfrentándose a esa simple y demagógica concepción, Mariátegui sostuvo, con diáfana posición marxista, que tanto en el campo de la revolución como en el campo de la reacción, hay jóvenes y viejos, puesto que los intereses contrapuestos de uno y otro campo involucran a todos los que forman una clase y otra clase[4].

El ciclo de conferencias dictado por José Carlos Mariátegui, en las Universidades Populares «González Prada», impresionó hondamente la conciencia de los dirigentes y activistas obreros que asistieron a ellas. Más tarde, fueron recogidas en un torno de sus obras completas con el título de Historia de la Crisis Mundial. En la explicación inicial de estas Conferencias señaló la necesidad de superar el modesto plano de la labor docente, realizado hasta entonces por las Universidades Populares, para asumir -en cambio- la tarea de «contagiar al pueblo de la fecunda inquietud que agita actualmente a los demás pueblos civilizados de Europa».

«En la crisis europea -dijo- se están jugando los destinos de todos los trabajadores del mundo. El desarrollo de la crisis debe interesar, pues, por igual, a los trabajadores del Perú que a los trabajadores del Extremo Oriente». Y continuó: «Una parte del proletariado cree que el momento no es revolucionario, que la burguesía no agota aún su función histórica, que, por el contrario, la burguesía es todavía bastante fuerte para conservar el poder político, que no ha llegado, en suma, la hora de la revolución social. La otra parte del proletariado cree que el actual momento histórico es revolucionario, que la burguesía es incapaz de solucionar los problemas de la paz, que la guerra ha originado una crisis cuya solución no puede ser sino una solución proletaria, una solución socialista, y que, con la Revolución Rusa, es el comienzo de la revolución mundial».

Y luego, definiendo su propia posición frente, al dilema histórico, expresó: «Yo participo de la opinión de los que sostienen que la humanidad vive un periodo revolucionario. Y estoy convencido del próximo ocaso de todas las tesis socialdemócratas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas».[5]

Desde esa época, Mariátegui se ubicó, pues, con meridiana claridad en el campo revolucionario. Todo su empeño en las Universidades Populares se dirigió, en consecuencia, a inculcar esta conciencia revolucionaria a los trabajadores peruanos y, paralelamente, comenzó a organizar los primeros núcleos comunistas entre la clase obrera, núcleos que deberían contribuir, en primer término, a imprimir y desarrollar una clara orientación clasista en el movimiento sindical. En esta labor fueron ganados por nuestro Amauta una cantidad apreciable de dirigentes sindicales a quienes él había contribuido a formarse o a reincorporarse a la lucha, en particular a quienes conoció durante las jornadas de 1918 y 1919, emprendiendo -con la colaboración de ellos- la centralización departamental y nacional del movimiento sindical peruano.

Es en estas circunstancias que dirige su celebre mensaje «El 1º de Mayo y el Frente Único», en el que desarrolló magistralmente su concepción del frente único de clase y urgió a construirlo. Simultáneamente, hizo comprender a los dirigentes sindicales la necesidad perentoria de asimilar la teoría del marxismo como ideología del proletariado y ciencia de la revolución, que contribuiría también a orientar y a encabezar certeramente las luchas reivindicativas en el camino de la liberación social completa. Siguiendo esta línea elaboró «El Mensaje al Congreso Obrero» (1927), y en 1929 instaló el Primer Núcleo Organizador de la primera central clasista, dando vida poco después a la gloriosa Confederación General de Trabajadores del Perú (C.G.T.P.). Entre tanto, Haya transformó en el extranjero al Apra en un partido político nacionalista.

 

EL PRIMER «COMPLOT COMUNISTA» MONTADO POR LA CONTRARREVOLUCION

A partir de 1927, Mariátegui se vio obligado a librar una lucha ideológica y política frontal principalmente contra dos enemigos; la represión del gobierno de Leguía, sirviente del imperialismo norteamericano y sus aliados; y el reformismo aprista, opuesto a la independencia de clase del proletariado y a la Revolución Socialista en el Perú.

Ese año nuestro Amauta sufrió su primera prisión, que el gobierno leguiísta trata de justificar valiéndose de una reunión de trabajo de la Editorial Obrera «Claridad». Se acusó burdamente a los participantes de esa reunión de estar organizando un «complot comunista». Fue, pues, la primera vez que se utilizó semejante treta en el Perú. Con el mismo absurdo pretexto «Amauta» fue clausurada.

Históricamente ese hecho da inicio al choque frontal entre el Estado burgués, sometido al imperialismo, y las fuerzas de avanzada de la Revolución Peruana, encarnadas en un contingente de nuestra clase obrera, que lucha ya por el socialismo. ¿Qué hizo Mariátegui en esa circunstancia crucial? ¿Se amilanó? ¿Retrocedió? ¡No!.. Dio una respuesta ejemplar. Fue en ese momento que se definió públicamente marxista convicto y confeso y proclamó con aquello la validez histórica de sus ideas. Mariátegui estaba enfermo y por eso tuvieron que llevarlo al hospital de San Bartolomé. A pesar de su limitación física, dio, sin embargo, muestras contundentes de su tremendo vigor moral sustentado en su ideología, en su inconfundible filiación marxista. Los diarios y revistas burguesas de la época se hicieron eco de la patraña inventada por el Ministro de Gobierno, Manchego Muñoz, personaje anacrónico y corrupto que tuvo el triste «privilegio» de ser pionero de los Ministros de Gobierno que, siguiendo su huella, repitieron esa misma patraña, con pequeñas variantes, durante más de medio siglo de gobiernos oligárquicos y pro imperialistas, posteriores a este hecho.

Pero, Mariátegui también sentó un ejemplo imperecedero en sentido inverso. Con dignidad y gran valor pasó al contraataque. Desde el Hospital de San Bartolomé escribió ello de junio de 1927, una memorable carta al diario «La Prensa» en los términos siguientes:

«No es, absolutamente, mi intención polemizar con las autoridades de policía respecto al llamado «complot comunista» que aseveran haber descubierto. Pero sí quiero rectificar sin tardanza las alusiones que me conciernen de la versión policial acogida por el diario que usted dirige».

«En respuesta a los cargos que tan imprecisamente se me hacen me limitaré a las siguientes, concretas y precisas declaraciones»:

1º «Acepto íntegramente la responsabilidad de mis ideas, expresadas claramente en mis artículos de las revistas nacionales o extranjeras en que colaboro o de la revista «Amauta», fundada por mi en setiembre último, con fines categóricamente declarados en su presentación; pero rechazo de modo absoluto las acusaciones que me atribuyen participación en un plan o complot folletinesco de subversión».

2º «Remito a mis acusadores a mis propios escritos públicos o privados, de ninguno de los cuales resulta que yo marxista convicto y confeso -y como tal, lejano a los utopismos en la teoría y en la práctica- me entretenga en confabulaciones absurdas, como aquella que la policía pretende haber sorprendido y que tampoco aparece probada por ninguno de los documentos publicados».[6]

La represión contra Mariátegui originó enérgicas protestas de numerosos intelectuales a nivel mundial. «La Correspondencia Sudamericana», órgano de la III Internacional para esta parte del Continente, hizo pública de inmediato su solidaridad con Mariátegui, dando a conocer -poco después- una carta dirigida a la opinión latinoamericana.[7]

 

«AMAUTA» RUMBO AL SOCIALISMO

«Amauta» tomó un nuevo rumbo después de su clausura. Reapareció, a fines de 1927, como una revista socialista. Excluyó de sus páginas a toda colaboración confusionista, procedente del núcleo fundador del Apra.

Al cumplir «Amauta» su segundo aniversario, Mariátegui declaró que la revista no había nacido para quedarse en episodio sino para ser historia y para hacerla. «Si la historia es creación de los hombres y las ideas, podemos encarar con esperanza el porvenir. De hombres y de ideas, es nuestra fuerza».

«La primera obligación de toda obra, del género de la que «Amauta» se ha impuesto es ésta: durar. La historia es duración. No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica operante, rica en potencia y capaz de movimiento. «Amauta» no es una diversión ni un juego de intelectuales puros; profesa una idea histórica, confiesa una fe activa y multitudinaria, obedece a un movimiento social contemporáneo. En la lucha entre dos sistemas, entre dos ideas, no se nos ocurre sentimos espectadores ni inventar un tercer término[8]. La originalidad a ultranza es una preocupación literaria y anárquica. En nuestra bandera escribimos esta sola, sencilla y grande palabra: «SOCIALISMO». Con este lema afirmamos nuestra absoluta independencia frente a la idea de un partido nacionalista, pequeño burgués y demagógico».[9]

«El trabajo de definición ideológica nos parece cumplido. En todo caso, hemos oído ya las opiniones categóricas y solícitas en expresarse. Todo debate se abre para los que opinan, no para los que callan. La primera jornada de «Amauta» ha concluido. En la segunda jornada, no necesita ya llamarse revista de la «nueva generación», de la «vanguardia», de las «izquierdas». Para ser fiel a la revolución le basta ser una revista socialista.

«Nueva generación», «nuevo espíritu», «nueva sensibilidad», todos estos términos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros rótulos: «vanguardia», «izquierda», «renovación». Fueron nuevos y buenos en su hora. Nos hemos servido de ellos para establecer demarcaciones provisionales, por razones contingentes de topografía y renovación. Hoy resultan ya demasiado genéricos y anfibológicos. Bajo este rótulo, empiezan a pasar gruesos contrabandos. La nueva generación no será efectivamente sino en la medida en que se sepa ser adulta, en fin, creadora».

«La misma palabra revolución, en esta América de pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicaría rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revolución latinoamericana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial».[10]

Como es de suponer, ninguna de estas rotundas definiciones podía agradar a los dirigentes apristas. Mariátegui les lanzó un reto, hacía trizas las posiciones dubitativas e intermedias, terceristas o anfibológicas, como el decía.

 

LA POLEMICA MARIATEGUI - HAYA

En 1928 se dio un intercambio de comunicaciones entre Haya y Mariátegui. De acuerdo con la Constitución vigente entonces, el Gobierno de Leguía debería haber convocado para ese año a elecciones presidenciales. Haya decidió debutar en la vida política burguesa lanzando desde Apurimac un pronunciamiento del Apra, con el disfraz de «Partido Nacionalista del Perú». Posteriormente anunció la candidatura de Haya de la Torre a la Presidencia de la República. Mariátegui, Informado de tan burda patraña, envió una carta a los dirigentes de la célula aprista de México (16 de abril de 1928), célula encabezada por Magda Portal, entonces afiliada al Apra.[11]

«Compañeros -escribió el Amauta- no había contestado hasta hoy la carta de la célula, suscrita por Magda Portal, en espera de una carta de Haya de la Torre que me precise mejor el sentido de la discrepancia: Alianza o Partido».

«La carta de la célula me supone simplemente influida por el Secretariado de Buenos Aires, la UCSAYA, etc. o, por lo menos, pretende que mis observaciones son en esencia las mismas. Hasta la reaparición de «Amauta» he permanecido sistemáticamente privado por la censura de mis canjes y correspondencias, de modo que no he conocido en su oportunidad ni el número de la «Correspondencia Sudamericana» en que -según he sabido después sin obtener ejemplar- aparecieron las observaciones del Secretariado de Buenos Aires, ni la tesis de la UCSAYA, ni nada por el estilo. Sólo recientemente he vuelto a recibir «El libertador ( ... ) Por otra parte, creo haber dado buenas pruebas de mi actitud para pensar por cuenta propia. De suerte que no me preocuparé de defenderme del reproche de obedecer sugestiones ajenas».

«Pero como no tengo hasta hoy ninguna aclaración de Haya, a quien escribí extensamente, planteándole cuestiones concretas ( ... ) y llegan en cambio noticias de que ustedes están entregados a una actividad con la cual me encuentro en abierto desacuerdo, y para la cual ninguno de los elementos responsables de aquí ha sido consultado, quiero hacerles conocer sin tardanza mis puntos de vista sobre este nuevo aspecto de nuestra discrepancia» .

«La cuestión: «alianza o partido» que ustedes declaran sumariamente resuelta, -y que en verdad no debiera existir siquiera, puesto que el Apra se titula alianza y se subtitula frente único, pasa a segundo término, desde el instante en que aparece en escena el partido nacionalista peruano que ustedes han decidido iniciar en México, sin el consenso de los elementos de vanguardia que trabajan en Lima y Provincias». «Recibo correspondencia constante de provincias, de intelectuales, profesionales, estudiantes, maestros, etc., y jamás en ninguna carta he encontrado hasta ahora mención del propósito que ustedes dan por evidente e incontrastable. Si de lo que se trata, como sostiene Haya en una magnífica conferencia, es de descubrir la realidad y no de inventarla, me parece que ustedes están siguiendo un método distinto y contrario».

«He leído un «segundo manifiesto del Comité Central del Partido Nacionalista Peruano, residente en Abancay». Y su lectura me ha contristado profundamente: 1° porque, como pieza política, pertenece a la más detestable literatura eleccionaria del viejo régimen; y 2° porque acusa la tendencia a cimentar un movimiento -cuya mayor fuerza era hasta ahora su verdad- en el bluff y la mentira. Si ese papel fuese atribuido a un grupo irresponsable, no me importaría su demagogia. Pero, al pie de este documento está la firma de un Comité Central que no existe, pero que el pueblo ingenuo creerá existente y verdadero. ¿Y es en esos términos, de grosera y ramplona demagogia criolla, como debemos dirigimos al país? No hay allí una sola vez la palabra socialismo. Todo es declamación estrepitosa y hueca de liberaloides de antiguo estilo. Como prosa y como idea, está esta pieza por debajo de la literatura política posterior a Billinghurst».

«Por mi parte, siento el deber urgente de declarar que no adhiero de ningún modo a este Partido Nacionalista Peruano que, a mi juicio, nace descalificado para asumir la obra histórica en cuya preparación hasta ayer hemos coincidido. Creo que nuestro movimiento no debe cifrar su éxito en engaños ni señuelos. La verdad es su fuerza, su única fuerza, su mejor fuerza. No creo, como ustedes, que para triunfar hay que valerse de todos los medios criollos. La táctica, la praxis, en si mismas son algo más que forma o sistema. Los medios, aun cuando se trata de movimientos bien adoctrinados, acaban de sustituir a los fines. He visto formarse el fascismo. ¿Quiénes eran al principio, los fascistas? Casi todos elementos de más vieja impregnación e historia revolucionarias que cualquiera de nosotros» ( ... ) «Toda esa gente era o se sentía revolucionaria, anticlerical, republicana, «más allá del comunismo», según la frase de Marinetti. Y ustedes saben cómo el curso mismo de la acción los convirtió en una fuerza diversa de la que a sí misma se suponía».

Mariátegui se declaró, pues, abiertamente opuesto al famoso Partido Nacionalista de Haya de la Torre, es decir, contrario al Apra en la forma y contenido que adoptó desde entonces, y opuesto también a las tácticas y métodos burgueses de politiquería criolla que comenzó a aplicar desde aquella fecha. Su propósito, ya inalterable, fue precisamente formar un Partido revolucionario que luchara por el socialismo y adherido a la Internacional Comunista.

 

EL VALOR MORAL DE MARIATEGUI

Cuatro años antes -1924- Mariátegui había sufrido un grave contratiempo en su salud: su dolencia física contraída desde niño hizo crisis y tuvo que ser operado de la pierna izquierda. En tales circunstancias, su entereza de ánimo empleada en la lucha contra el gobierno de la época, contra la reacción criolla y contra el aprismo en gestación, fue puesta a prueba también enfrentándose esta vez a la muerte. Fue en semejante trance, que dirigió una carta a la revista «Claridad» muy hermosa en el estilo, pletórica de conciencia histórica y revolucionaria en su contenido, concebida en los siguientes términos: «Queridos compañeros. No; quisiera estar ausente de este número de «Claridad». Mi mayor deseo en estos instantes de prueba es que la enfermedad que ha interrumpido mi vida no sea lo bastante fuerte para desviarla ni debilitarla».

«Que no deje en mi pensamiento ni en mi corazón ningún germen de amargura ni de desesperanza. Es indispensable para mí que mis palabras conserven el mismo acento optimista de antes. Quiero defenderme de toda influencia triste, de toda la necesidad de nuestra fe común».

«Estas líneas, escritas en la estancia donde pasé mis largos días de convalecencia, aspiran, pues, a ser al mismo tiempo que un saludo cordial a mis compañeros de «Claridad», una reafirmación de mi fervor y de mis esperanzas. Os felicito por el notable ardimiento con que os dais a la empresa de reorganizarla».

«A despecho de los espíritus escépticos, y negativos, aliados inconscientes o impotentes de los intereses y de los privilegios burgueses, un nuevo orden social en formación. La perspectiva mundial es hoy más confortante que ayer: La reacción retrocede vencida en los mayores países del mundo, a cuya irradiación están sujetos los pueblos menores».

( ... ) «El método reaccionario ha fracasado en todas partes. El régimen capitalista se ha visto constreñido a aceptar la convivencia pacífica con un régimen comunista. Los Soviets han sido reconocidos como una forma de gobierno legítimo. Se constata que el mundo marcha hacia el socialismo. Signos inequívocos anuncian que el porvenir pertenece a la revolución. Nuestra burguesía no comprende ni admite nada de esto. Tanto peor para ella. Según todas las probabilidades, el destino de la generación que lo representa actualmente es ahogarse en su estupidez, y en su obscenidad. Dejemos que este destino se cumpla. Obedezcamos la voz de nuestro tiempo y preparémonos a ocupar nuestro puesto en la historia».[12]

Mariátegui se recuperó de la enfermedad con gran valor y optimismo. Hubo un detalle en este suceso que refleja con claridad meridiana tanto el temple revolucionario de José Carlos como la indisoluble unidad entre su vida y su obra. Integridad que él calificara como «un único proceso», como «un mismo fenómeno». Cuando la gravedad de su dolencia física llegó al punto crítico y los médicos opinaron que sólo una intervención quirúrgica podría tal vez salvarle la vida, se produjo al respecto una desavenencia entre la esposa y la madre. En ese momento la posición del propio José Carlos, dio una muestra cabal no sólo de su coraje, sino también de su sentido de responsabilidad social. Armando Bazán relata el episodio de la siguiente manera: «El cirujano llamó a la anciana madre de Mariátegui y le manifestó lo angustioso de la situación diciéndole: «La intervención quirúrgica en este instante cuenta con un mínimo extremo de posibilidades para salvarlo. Pero si no recurrimos a ella, su muerte ocurrirá inevitablemente antes de las veinticuatro horas. .. «La madre, una señora de cepa antigua estaba llena, como es natural, de perjuicios y supersticiones ( ... ) consideraba que la mutilación del cuerpo constituía un atentado contra la naturaleza» ( ... ) «En ese instante llegó, por suerte, apresuradamente Anita, la esposa de Mariátegui ( ... ) y se produjo entonces un enfrentamiento emocionante» ( ... ) «Si el ser madre de sus hijos -arguyó Anita como supremo argumento en un difícil español- me da algún derecho exclusivo, reclamo y exijo que la intervención se realice inmediatamente» ( ... ) «No habría nada que argüir. Se hicieron rápidamente los preparativos y la operación se realizó con buenos resultados». Y el mismo Bazán se refiere luego a cómo después de recuperarse del violento impacto emocional que significó para José Carlos saber que le habían amputado una pierna se dio a la tarea de acelerar su convalecencia para recomenzar, su actividad, con más bríos que nunca. Y agrega que le gustaba entonces repetir a sus amigos: «En el instante más álgido de mi agonía, yo sabía que no podía morir aún. Estaba seguro. Yo sabía que mi destino no estaba aún terminado y ello me daba una fuerza inaudita. Creo que nuestras vidas son como las flechas que deben alcanzar necesariamente un blanco. Y yo sabía que la mía no había llegado todavía al suyo».

«La revolución peruana no es sino una parte, un aspecto de la revolución mundial. Luego subrayando ese concepto formuló la diáfana consigna de luchar un «por un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo», es decir, por un Perú socialista dentro de un mundo socialista.

Pero al precisar así su posición, asumiendo a plenitud el principio marxista-leninista del intemacionalismo proletario, marcó tal vez la divergencia ideológica más importante y básica con el aprismo que, como hemos visto al referimos al proyecto frustrado del «Partido Nacionalista», nació más bien inconfundiblemente imbuido del nacionalismo burgués.

Es muy ilustrativo al respecto reproducir lo que refiere Armando Bazán en su ensayo biográfico varias veces citado. «Mariátegui -dice Bazán- aceptó de primera intención el programa antiimperialista del Apra pero pidió a Haya que aclarar y precisara su pensamiento». «Es cierto, dijo, que la lucha contra los imperialistas requiere una alianza pero ella tiene que ser mundial. De esta alianza no pueden ser excluidas las clases más explotadas de los mismos países imperialistas». «Una vez definidas las posiciones resultó claro que Haya se situaba en el terreno del nacionalismo continental. Pero el bloque debería ser indoamericano, específicamente. Para Mariátegui que miraba este problema desde el ángulo del más rotundo internacionalismo (“Proletarios de todos los países, uníos”), tal planteamiento resultaba inaceptable».[13]

Y, a partir de este desacuerdo fundamental, quedaron totalmente rotos los vínculos y se bifurcaron para siempre los caminos.

En febrero de 1927 se realizó la Conferencia antiimperialista de Bruselas que fue seguida dos años después por la Conferencia de Francfort. Asistió a la primera una delegación aprista, dirigida por Haya de la Torre y en la que participó también Eudocio Ravines, entonces Secretario de la Célula aprista de París.

En Bruselas el debate se planteó de la siguiente manera: Un sector mayoritario de delegados sostuvo, correctamente, que el imperialismo es un fenómeno mundial, generado por el sistema capitalista, y que no excluye a ningún país del mundo. Por consiguiente, la principal tarea de esa Conferencia debería consistir en sentar sólidas bases para un movimiento antiimperialista que sea, por su naturaleza y alcances, un frente único de diversas clases enfrentadas al imperialismo y en el cual cada clase debe estar representada por su propio partido, preservando su independencia política como tal. La coincidencia dentro de dicho frente es en tomo al objetivo inmediato, pero la clase obrera no debe perder de vista su propio objetivo final que aparece más allá del antiimperialismo, desde un punto de vista puramente nacionalista o nacionalista-burgués. En este caso, la clase obrera marchará frente a esas clases y capas sin forzarlas a luchar por el socialismo, pero sin renunciar tampoco a su objetivo ulterior.

Haya de la Torre y los otros representantes del Apra plantearon tesis opuestas, sosteniendo que la lucha antiimperialista debería tener objetivos puramente continentales e independientes unos de otros, sin un ensamble mundial y que el frente único debería anular, en América Latina, la independencia partidaria de las clases o capas que lo integran englobando a todas ellas en un partido único. Y sostuvieron, además, que ese tipo de frente único antiimperialista en nuestro continente estaba ya plenamente representado por el Apra.

La discusión fue ardua y no fue posible llegar a ningún acuerdo contra las dos tendencias, haciéndose más aguda y definitiva en la Conferencia de Francfort. El resultado más importante de ambas Conferencias consistió, sin embargo, en la fundación de la Liga Mundial Antiimperialista y la Liga Antiimperialista de las Américas en nuestro continente. Haya de la Torre, como es de suponer, terminó acusando a ambas organizaciones de ser agencias de Moscú y de estar dirigidas por los partidos comunistas, sumándose con esas imputaciones, al coro anticomunista y antisoviético de la reacción mundial.

 

LA PRIMERA CONFERENCIA DE PARTIDOS COMUNISTAS DE AMERICA LATINA

Todo esto obligaba a una definición más tajante, tanto en América Latina como en nuestro país. En junio de 1929, se realizó en Buenos Aires la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, algunas semanas después del Congreso Constituyente de la Confederación Sindical Latinoamericana (C.S.L.A.). A ambas conferencias asistieron delegaciones peruanas. La primera compuesta por representantes del Comité Central Organizador del Partido y la segunda representando a la C.G.T.P., recientemente fundada. La delegación de nuestro Partido llevó a la Conferencia de Buenos Aires dos informes de singular importancia, relacionados con la situación específica de América Latina. El primer informe sobre la lucha de liberación nacional titulado «Punto de vista Antiimperialista». Y el segundo sobre el problema de las discriminaciones raciales y nacionales titulado «El Problema de las Razas». Ambos, redactados por Mariátegui, constituyeron virtualmente el centro de la atención y de los debates de la Conferencia.

 

LA FILIACION COMUNISTA DEL PARTIDO Y LA SEPARACION DE LOS «SOCIALISTAS» NO COMUNISTAS

Es necesario subrayar, sin embargo, que tanto la propia participación plena y destacada de nuestro Partido en el evento de Buenos Aires como el contenido fundamental de ese evento, contribuyeron a reafirmar el carácter auténticamente comunista del Partido como su formal afiliación a la III Internacional o Internacional Comunista.

En tomo a este acontecimiento, conviene, no obstante, aclarar un hecho que en aquel entonces no dio lugar a confusión alguna, pero que más tarde -y ahora mismo- es aceptado maliciosamente por algunos «sociólogos» y seudo investigadores empeñados en arrebatar de cualquier modo al PCP la figura gloriosa de su fundador y guía José Carlos Mariátegui.

Como es sabido, el acto formal de la fundación del Partido se produjo el 7 de octubre de 1928, en el balneario de Barranco y en casa del obrero ferroviario Avelino Navarro. Pero, esa reunión fue antecedida por otra que se llevó a cabo el 16 de setiembre del mismo año, en la Playa de La Herradura; en la que se estructuró como embrión y principal sostén ideológico y político una célula comunista dirigida por José Carlos e integrada por Avelino Navarro, Julio Portocarrero, Ricardo Martínez de la Torre, Bernardo Regman, el dirigente gráfico Hinojosa y el dirigente mosaísta Borja. La realización de esas dos reuniones: una para formar una célula comunista como núcleo dirigente del Partido y otra para fundar este con el nombre de Partido Socialista del Perú, se debió a que al emprender Mariátegui la magna tarea de construir un auténtico Partido Comunista en nuestro país, juzgó, no obstante, que desde el punto de vista táctico y con el objeto de allanar cualquier resistencia derivada del temor o incomprensión, en un primer instante, no convenía que apareciese como tal sino como Partido Socialista. Aunque no de carácter socialdemócrata y reformista, sino revolucionario, marxista-leninista y adherido a la III Internacional. Al sostener este punto de vista, José Carlos consideraba, además, que en América Latina, la palabra socialista no estaba aún desacreditada por la social democracia, como ocurrió en Europa. Esta opinión fue rebatida, sin embargo, por la mayoría de delegados en la Conferencia de Buenos Aires y eso dio lugar -años después- y da lugar ahora a que ciertos sociólogos e investigadores contrarios al Partido Comunista Peruano y al Movimiento Comunista Internacional sostuvieran y sostengan, con falsos y artificiales argumentos, que los últimos años de Mariátegui fueron amargados por una supuesta «polémica» con la Internacional Comunista.[14]

Los hechos vistos honestamente, con objetividad histórica, demuestran, sin embargo, lo contrario. No hubo ni pudo haber tal polémica, en primer término porque tanto para la Internacional Comunista como para Mariátegui la preocupación fundamental no fue nunca el nombre del Partido, sino su contenido ideológico, programático, político y organizativo; en segundo término, porque toda la labor teórica y práctica de Mariátegui a partir de su regreso de Europa en 1923 se sustentó precisamente en su filiación comunista y en su declarado y enérgico propósito de fundar un partido revolucionario, no reformista, afiliado a la III Internacional Comunista y no a la II Internacional.

En su primera Conferencia en las Universidades Populares «González Prada» sobre «La Crisis Mundial y el Proletariado Peruano» había dicho, en efecto: «Vosotros sabéis, compañeros, que las fuerzas proletarias se hallan divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios. Hay una Internacional Obrera Reformista, colaboracionista, evolucionista y otra Internacional Obrera maximalista, anti-colaboracionista, revolucionaria», ... »Y, esta última, parte del socialismo en que, para diferenciarse de la primera, ha adoptado el nombre de comunismo. Yo participo de la opinión de los que creen que la humanidad vive un período revolucionarlo, Y estoy convencido del próximo ocaso de todas las tesis evolucionistas».[15] Y, en tercer término, porque la única polémica derivada de la Conferencia Comunista de Buenos Aires fue la que se produjo en el Comité Central organizador del partido precisamente entre la mayoría de este Comité, que presidió Mariátegui, y el grupo minoritario de «socialistas pequeños burgueses», dirigido por Luciano Castillo.

En efecto, al margen del nombre y antes de la Conferencia de Buenos Aires pero en relación con ella, el Comité Central Organizador, dirigido por Mariátegui, había resuelto formalizar la afiliación del Partido a la Internacional Comunista. Pero ese acuerdo fue objetado por el grupo capitaneado por Castillo e integrado por los abogados Chávez León y Clodomiro Sánchez y el poeta trujillano Alcides Spelucín, llamado a ser un tiempo después destacado dirigente aprista. Como es de suponer, el debate en tomo a este asunto arreció después de la Conferencia al haberse cristalizado en ella la afiliación a la Internacional Comunista y al conocerse que por otro lado el sector mayoritario en ella, identificado con la posición ideológica y política de nuestro Partido, había expresado, sin embargo, su desacuerdo con la táctica de presentarlo con el nombre de Partido Socialista.[16] Confróntese la carta remitida por este grupo disidente a Mariátegui y que figura en «Apuntes para una Interpretación... » de Ricardo Martínez de la Torre, T. Il, págs. 488-490. La reacción de José Carlos ante estos hechos fue, por el contrario, muy positiva y más opuesta aún a los puntos de vista del grupo de Castillo. Aunque el agravamiento inexorable de su enfermedad no le dio tiempo de consumar el cambio de nombre, ni abrió la serie de reuniones del Comité Central que conducirían a ello, no debemos olvidar, sin embargo, que el primer paso en este proceso fue la histórica sesión del 4 de marzo de 1930 y que tanto en esa sesión como en las que la precedieron asumió resueltamente el combate a las posiciones de Castillo y su grupo que ya no se limitaban, como en un comienzo, a defender el mantenimiento de su rótulo socialista por razones puramente tácticas sin objetar su esencia, sino que pasaron a identificar ese nombre con una aversión cada vez más directa al Movimiento Comunista Internacional, en una posición casi idéntica a la que sostienen hoy los señores Flores, Galindo, Aricó, etc. Y con ello confirmaban precisamente una de las más serias objeciones al nombre de Partido Socialista, formuladas en la Conferencia. Los hechos venían a demostrar en efecto que, bajo ese nombre, ya se habían colocado gruesos y peligrosos contrabandos. Y Mariátegui comprendió eso muy claramente, como veremos luego, al referimos a las principales resoluciones de la sesión del 4 de marzo de 1930 y al dar a publicidad también el texto del primer proyecto de Programa elaborado para el Partido por nuestro camarada Mariátegui.

 

LA REUNION DEL 4 DE MARZO DE 1930 Y EL PRIMER PROGRAMA DEL PARTIDO

La respuesta a ésta y otras interrogantes está dada en las resoluciones del 4 de marzo de 1930 a que hemos aludido repetidas veces; resoluciones que culminarán -en esencia e inequívocamente- en la definición comunista de nuestro Partido, confirmando de paso, a plenitud, el papel irrefutable de Mariátegui como su fundador y guía.

Finiquitando la polémica -auténtica polémica- tanto con los fundadores del Apra como con los socialistas pequeños burgueses o «socialistas nacionales» de Luciano Castillo, la primera de estas resoluciones redactadas por Mariátegui, dice así:

«El Comité Central del Partido se adhiere a la III Internacional y acuerda trabajar por obtener esta misma adhesión de las demás grupos que integran el Partido».[17]

Luego, el mismo Comité Central, con la sola exclusión de Castillo y su grupo, aprobó también una declaración de principios, con el siguiente texto inicial:

«La ideología que adoptamos es la del marxismo leninismo, militante y revolucionario, doctrina que aceptamos en todos su aspectos: filosófico, político y económico social. Los métodos que sostenemos y propugnamos son los del socialismo revolucionario. No sólo que rechazamos sino que combatimos en todas sus formas los métodos y las tendencias de la socialdemocracia y de la segunda internacional».

Finalmente la sesión ratificó el programa del Partido, cuyos principios y más importantes capítulos doctrinarios son los siguientes:

Primero: «El carácter internacional de la economía contemporánea que no consiente a ningún país evadirse de las corrientes de transformación surgidas de las actuales condiciones de producción».

Segundo: «El carácter internacional del movimiento revolucionario del proletariado. El partido socialista adopta su praxis a las circunstancias concretas del país; pero obedece a una amplia visión de clase y las mismas circunstancias nacionales están colocadas al ritmo de la historia mundial. La revolución de la Independencia hace más de un siglo fue un movimiento solidario de todos los pueblos dominados por España; la revolución socialista es un movimiento mancomunado de todos los pueblos oprimidos por el imperialismo. Si la revolución liberal, nacionalista por sus principios, no pudo ser actuada sin una estrecha unión entre los países sudamericanos, fácil es comprender la ley histórica que, en una época de más acentuada interdependencia y vinculación de las naciones, impone que la revolución social, internacionalista, se opere con una coordinación mucho más disciplinada e intensa de los partidos proletarios. El manifiesto de Marx y Engels condensó el primer principio de la revolución proletaria en frase histórica: «Proletarios de todos los países, uníos».

Tercero: «El agudizamiento de las contradicciones de la economía capitalista. El capitalismo, se desarrolla en un país semifeudal como el nuestro, en instantes que, llegada la etapa del monopolio y del imperialismo, toda la ideología liberal correspondiente a la etapa de la libre concurrencia, ha cesado de ser válida. El imperialismo no consiente a ninguno de estos pueblos, semi coloniales, que explota como mercado de su capital y sus mercaderías y como depósito de materias primas, un programa económico de nacionalización e industrialismo. Los obliga a la especialización, a la monocultura que se deriva de esta rígida determinación de la producción nacional por factores del mercado mundial capitalista».

Cuarto: «El capitalismo se encuentra en su estadio imperialista. Es el capitalismo de los monopolios, del capital financiero, de las guerras imperialistas por el acaparamiento de los mercados y de las fuentes de materias brutas. La praxis del socialismo marxista en este período es la del marxismo-leninismo. El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopolios. El Partido Socialista del Perú los adopta como su método de lucha».[18]

Quedó fundado definitivamente nuestro Partido, que algunas semanas después adoptó, en consecuencia el nombre de Partido Comunista. Así se registró en el libro de nuestra historia patria y en las páginas del Movimiento Comunista Internacional el nacimiento del partido revolucionario de la clase obrera y de las fuerzas antiimperialistas y socialistas en el Perú. A los dos años de este acontecimiento, un 16 de abril de 1930, dejó de latir el corazón y de alumbramos el pensamiento del gran Amauta peruano, de nuestro camarada y hermano José Carlos Mariátegui.

 

 

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[1] José Carlos Mariátegui: "Historia de la Crisis Mundial". Obras completas. T VIII Pág. 17.

[2] Confróntese al respecto la carta, con fecha 20 de mayo de 1928, que dirigiera Haya a Mariátegui carta publicada por Ricardo Martínez de la Torre en su obra "Apuntes para una Interpretación Marxista de la Historia del Perú, tomo II, Págs. 298 Y 299.

[3] Consúltese el texto de esta correspondencia en la obra de Ricardo Martínez de la Torre: "Apuntes para una interpretación..,”, T II, Págs. 290-296-297 y siguientes.

[4] Armando Bazán, en su Ensayo biográfico titulado "Mariátegui y su Tiempo», editado por la "Biblioteca Amauta» 1970, Pág. 81 relata su primer encuentro con José Carlos refiriéndose precisamente a esto de la siguiente manera: "Una persona desconocida entre nosotros había comenzado a hablar conservando su voz baja entre el murmullo de las otras voces. Pero, hubo un momento en que se quedó sola; emergía limpia y afinada, atrayendo la mirada de todos los presentes»."Los viejos a la tumba; los jóvenes a la obra»". Está muy bien Pero, ¿de qué viejos y de qué jóvenes se trata? Porque yo he visto marchar a los jóvenes fascistas romanos al compás de la Giovinezza; Giovinezza fue el himno oficial del fascismo italiano en tiempos de Mussolini. Giovinezza significa juventud, hay muchos jóvenes que llevan los signos de la decrepitud en la frente. Y el viejo Jean Jaurés era el espíritu más joven de Francia».

[5] José Carlos Mariátegui: "Historia de la Crisis Mundial». Obras completas. Tomo VIII. Págs. 15•22.

[6] Ricardo Martínez de la Torre: "Apuntes para una interpretación".» Tomo 11- Págs. 273-274.

[7] Confróntese "La correspondencia sudamericana» Nos. 25 y 29, del 15 de junio y del 15 de agosto de 1927, respectivamente.

[8] El subrayado es nuestro

[9] Alusión al proyecto de presentar al Apra con ese nombre, formulado por Haya de la Torre al acercarse la proximidad de una posible convocatoria a elecciones presidenciales, en 1928.

[10] José Carlos Mariátegui: "Ideología y Política», Obras Completas, tomo XIII- Págs. 246 -248.

[11] Desde 1950 Magda Portal, antigua amiga y colaboradora de Mariátegui, rompió con el aprismo y fue reto mando cada vez más claramente el camino revolucionario.

[12] Ricardo Martínez de la Torres. "Apuntes para una interpretación Marxista ... » Tomo 11, Págs. 296 – 297

[13] Armando Bazán: "Mariátegui y su tiempo» Obras completas de José Carlos Mariátegui. Tomo XX- Págs. 113  – 114.

[14] Léase la reciente obra de Alberto Flores Galindo titulada "La Agonía de Mariátegui, que en este aspecto reproduce y amplía una tesis similar sustentada en varios trabajos por el escritor argentino-mexicano José Aricó.

[15] José Carlos Mariátegui "Historia de la Crisis Mundial», Obras Completas. T VIII, Págs. 19, 21 y 22.

[16] El señor Flores Galindo, y sus acompañantes conocen, indudablemente, todos estos hechos pero prescinden de ellos en forma deliberada. Les preguntamos por eso, ¿por qué no los mencionan, ni de pasada, en sus libros y por qué si, como ellos dicen, Mariátegui en su lucha con la Internacional Comunista tuvo que enfrentarse a la mayoría de miembros del Comité Organizador, no se apoyó entonces en el grupo "socialista» de Luciano Castillo que sostenía, frente a la internacional Comunista, un punto de vista exactamente igual al que sostienen hoy el propio señor Flores Galindo y sus amigos?

[17] José Carlos Mariátegui, "Ideología y Política», "Obras Completas», T XIII, págs. 159  –  160.

[18] Ricardo Martínez de la Torre. "Apuntes para una Interpretación .. » T 11, Pág. 51