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El presente régimen es la supervivencia de una etapa vivida por toda América Latina inmediatamente después del triunfo de la Revolución Cubana, inaugurada con el claro y exclusivo propósito de mejor combatirla: etapa de ensayos de democracia y de reformas estrictamente controladas y orientadas por el imperialismo dentro del ya tristemente célebre Plan de la Alianza para el Progreso. Esta etapa que bien podríamos denominar de “Kennedismo” ha sido trágicamente clausurada en su propia cuna por uno de los crímenes más monstruosos y más aparentemente absurdos de la historia: el asesinato de de su inspirador: John F. Kennedy. Adelantándose en la carrera del mismo destino otros regimenes hermanos pertenecen también ya al pasado. El de Bosh en Santo Domingo, el de Villena Morales en Honduras, el de Arosemena en Ecuador y el de João Goulart en el Brasil. Es sencillamente imposible combatir la Revolución Cubana con falsas democracias o con vanas apelaciones al sentimiento y a la cordura de las enceguecidas oligarquías. La Revolución Cubana es invencible. Y nuestra América Latina vuelve a situarse ahora dentro de los términos de su más estricta lógica: o dictaduras militares o revolución; -- o si se quiere mejor: dictaduras militares y revolución. Latinoamérica está volviendo a la etapa de las dictaduras militares.
El presente régimen no se explica pues sin la presencia de la Revolución Cubana. Es ante todo un intento por conjurar su contagioso ejemplo, un intento por evitar la revolución en el Perú.
Este no es un régimen de transición –en realidad este régimen no va a ninguna parte- sino un régimen de difícil transacción. No obstante habérsele preparado cuidadosamente la cama, es el resultado de un laborioso insignificante parto. Fueron necesarias dos contiendas electorales, una dictadura militar y una represión brutal contra toda la izquierda y contra el pueblo para hacerlo posible.
Al final se le dejó pasar. Entre tanto su candidato Belaúnde había hecho una declaración en el sentido de que no restablecería relaciones con el gobierno popular de Fidel Castro.
Difícil fue la transacción. Tenia que serlo porque urgidos por la necesidad de conjurar el nuevo peligro, de lo único que se trataba era de ver a cual de las partes cómplices se hacia correr con los gastos de la operación. Ninguna de las partes es nueva en la transacción, lo único que de nuevo hay es la distinta participación de sus fuerzas en el poder.
Hasta entonces el imperialismo -que en todo esto es el gran componedor- se había apoyado para resguardar sus intereses sobre sus cómplices más naturales: la oligarquía latifundista y los sectores importador y exportador de la burguesía. Más la Revolución Cubana ha revelado hasta que punto son ya inseguros estos soportes. Ha puesto en evidencia que, por ser ellos la expresión más escandalosa de la opresión y de la injusticia, incuban una bomba de tiempo que amenaza hacer volar en añicos todo el sistema. El imperialismo se ha alarmado y ha querido cambiar de punto de apoyo. Este imperialismo alarmado es el “Kennedismo”. Este aceptó apoyarse más decididamente en otros sectores también poderosos de la burguesía y de algunos sectores no-latifundistas vinculados a la tierra. Sobre estas bases, el propósito era construir una democracia representativa capaz de llevar a cabo la soñada revolución pacifica, con abundante crédito del exterior y con sacrificio parcial de la oligarquía imponiéndole no sea más que un remedo de Reforma Agraria.
El esquema se ofrecía magnifico y dejaba margen a la demagogia. Con él se presentaron ante las masas y, en efecto, lograron arrastrar tras de si muchas esperanzas. Así, con el visto bueno de Kennedy, apoyándose en poderosos sectores de la burguesía, más el sector medio de los terratenientes, respaldado por el equipo de militares en el Poder y con el voto de una gran parte del electorado, ascendió al gobierno el abanderado de esta nueva composición de fuerzas acuñadas en la Alianza Acción Popular-Democracia Cristiana, Fernando Belaúnde Terry.
Como se desprende fácilmente, el esquema, para que siquiera empezara a marchar, necesitaba que se cumpliera ante todo un requisito indispensable: que la oligarquía entendiera razones y aceptara dejarse liquidar pacíficamente. Pero, como decíamos anteriormente y lo demuestra a cada paso la realidad, en vano es apelar a los sentimientos y a la cordura de las enceguecidas oligarquías. Por el contrario, confirmando las enseñanzas del Marxismo, tampoco aquí quiere ella abandonar la escena de la historia sin antes dar la última batalla. Desplazada el Ejecutivo, la oligarquía comenzó a organizar sui defensa. No le fue difícil lograrlo. Alquilando y reconciliando viejos traidores, ahora la tenemos atrincherada en el parlamento dominándolo a través de esa “cópula contranatura” que es la Coalición APRA-UNO. Ahí la tenemos intransigente, no dejándose tocar uno solo de sus cabellos.
Tal es el primer engranaje que no ha querido funcionar dentro del esquema. El más importante acaso, pero no el único.
Estas mismas fuerzas que en el Parlamento se han erigido en los defensores a muerte del latifundio, han asumido igualmente la defensa de los intereses del imperialismo “no alarmado” o –muy de otra manera alarmado- representado por el Pentágono. Este es el sector del imperialismo –el más fuerte porque es el más consecuente con la naturaleza agresiva del mismo- que no esta dispuesto a hacer ninguna concesión, que le mezquina los créditos al plan de la Alianza para el P rogreso; que ha asesinado a Kennedy; que prefiere seguir apoyándose en la antiguas oligarquías, que confían más en las dictaduras militares y que no acepta, por supuesto, pasar siquiera un decoroso arreglo sobre el petróleo de la Brea y Pariñas. De este sector reciben sus consignas: el Apra y la Uno. Nada más natural siendo los representantes de la oligarquía cavernaria. Como tales colaboran también en privar al gobierno de otra de sus bases fundamentales: los créditos. Para ello no trepidan en hacerlo sospechoso de comunismo.
El imperialismo, que nunca dejó de suministrar el crédito a cuentagotas, orientado de nuevo totalmente por el Pentágono desde el asesinato de Kennedy, tiende a reducirlo cada vez mas. Los créditos, por otra parte, ofrecidos a traves de la Alianza para el progreso, fueron desde el primer momento desnaturalizados, desviándolos de sus objetivos. Contraviniendo sus demagógicos propósitos de basarse en una cuantiosa ayuda estatal norteamericana, han devenido en un canal de inversión privada, diminuta esporádica y dispersa. Las inversiones no son de carácter reproductivo, no conducen al desarrollo integral y acelerado de nuestra economía, son de carácter improductivo y especulativo, orientados por el interés de la oligarquía y de los monopolios.
De esta manera empequeñecida y desnaturalizada, los créditos son también otro de los engranajes del esquema que han dejado de funcionar.
Estas son las principales contradicciones del presente régimen. Los recursos que posee no son para poderlas resolver. La famosa democracia representativa revelase una inútil maquinaria, digna de ser arrojada al lugar de los trastos viejos. La ley no es capaz de hacerle un rasguño ni al latifundio ni al imperialismo. La revolución pacifica queda reducida a una formula hueca, una sarcástica mentira. Enfrentando a la realidad el magnifico esquema no ha podido siquiera “despegar”. El régimen ha sido cogido por la parálisis y el gobierno obligado a retroceder hasta ir hundiéndose, de hecho quiéralo o no, en la repudiada súperconvivencia. Retroceso obligado, porque el hecho de haber alcanzado el Ejecutivo no significa haber alcanzado todo el Poder. En la nueva correlación de fuerzas la oligarquía sigue siendo aun más poderosa. Para desplazarla sería necesario movilizar otras fuerzas que el Ejecutivo, por sus propias razones, no se atreve a poner en acción.
El ensayo ha fracasado como tenia que fracasar. Es que el problema no consiste simplemente en hallar una nueva y mágica combinación de sus términos, sino en la eliminación de uno de ellos. El latifundio con todas las relaciones de servidumbre que el implica tiene que ser liquidado, porque es la única forma de desencadenar las fuerzas productivas que necesitamos y que el tiene atadas. La oligarquía latifundista vive de la explotación, del atraso, de la miseria, y de la ignorancia de más de medio Perú. Estas son las fuerzas que hay que desencadenar. El latifundio no es solamente una pieza que se puede recortar para hacerla entrar dentro de un nuevo cuadro. El latifundio es una compuerta a la que hay que eliminar para que las aguas sigan su curso. Esto lo sabe la oligarquía. De ahí que no le interesa entender razones. Ella opone la fuerza. Ante ella las razones son ruego, son imploración, son cobardía, en fin, claudicación. A la fuerza hay que oponer la fuerza.
Más, el gobierno- este gobierno de la oligarquía y de los terratenientes medios-, de Acción Popular y de la Democracia Cristiana- sólo se atreve a oponer razones. ¿Es que no tiene otra cosa que oponer? Ahí están las masas que no esperan sino ser llamadas al combate. ¿Por qué este gobierno no se atreve siquiera a movilizarlas? En esto consiste otra de sus principales contradicciones.
El gobierno teme más a las masas que a la propia oligarquía que le esta cerrando el paso. Las clases en el representadas, tiene con ella algo de común que es más importante; con ella comparten el poder, es decir, la posibilidad de explorar y seguir explotando, es decir, de seguir existiendo como clases. Con las masas solo tiene de común el interés de liquidar a la oligarquía. Pero un abismo insalvable las separa: el hecho de que mientras ellas son explotadoras, las masas son también sus explotados. Esta diferencia radical entraña para el gobierno este incontrolable peligro, que vayan las masas si les da la posibilidad de jugar un papel activo en esta lucha más allá de su propio designio y liquiden, con la oligarquía, también a la burguesía con todas sus más refinadas formas de explotación. Este gobierno como el de todos los ejemplos ya citados de Santo Domingo, Honduras, Ecuador y Brasil, preferiría en todo momento dejarse derrocar por la oligarquía antes que permitirle a las masas la posibilidad de llevarlo al triunfo.
La fuerza de este gobierno estaba en las esperanzas que logró despertar en un gran sector del pueblo. Ahora no las puede satisfacer. Su miedo a apoyarse en las masas lo tiene reducido a la impotencia. Ante la imposibilidad de satisfacerlas, no tiene más remedio que dejar languidecer esas esperazas, dejar languidecer sus propias fuerzas. Más aun: socavarlas con la represión cuando las masas, cansadas de tanto esperar, pasan a la acción por su propia cuenta. Son testigos las sucesivas masacres, persecuciones políticas y violaciones de la legalidad realizadas por el actual gobierno durante esta su corta y contradictoria etapa.
Resumiendo podemos caracterizar el presente régimen por los siguientes rasgos más importantes:
1. Supervivencia de una etapa de ensayos en toda América latina de democracia y de reformas con el fin de conjura el contagioso ejemplo de la Revolución Cubana.
2. No es un régimen de transición sino un régimen de difícil transacción.
3. Lo único que hay de nuevo en este régimen es la distinta participación de las fuerzas en el Poder. La burguesía predomina por primera vez en el Ejecutivo, acompañada del sector medio de los terratenientes a través de la alianza Acción Popular-Democracia Cristiana, predominio favorecido por un visto bueno, hoy puesto en cuestión, del imperialismo, el apoyo de un sector de las fuerzas armadas y un cierto calor popular en proceso de enfriamiento. La oligarquía aunque arrinconada en el Parlamento, ahí predomina través de la Coalición Apra-Uno, a la vez que sigue controlando los factores más decisivos del Poder. El imperialismo, además, esta volviendo a preferirla como punto de apoyo.
4. El esquema del gobierno consistente en la democracia representativa y la revolución pacifica se ha revelado improcedente porque eran falsos los dos supuestos sobre los que estaba montado: la aceptación de la oligarquía de dejarse liquidar pacíficamente y la abundancia del crédito exterior.
El miedo del gobierno de apoyarse en las masas lo tiene reducido a la impotencia y lo obliga a retroceder ante la oligarquía hasta la superconvivencia de hecho y a perder sistemáticamente su mejor fuerza: la simpatía popular, reprimiendo a las masas cuando estas, desesperadas, se movilizan por su propia cuenta.
Este gobierno preferirá dejarse derrocar por la oligarquía, antes que permitirle a las masas la posibilidad de llevarlo al triunfo.
De esta manera, en breve, configurado el régimen, podemos ahora decifrar más fácilmente su perspectiva.
Sin duda la característica que mejor define al régimen es la impotencia del gobierno, es decir, de la burguesía, principal fuerza del Ejecutivo. En esta característica se resumen todas sus contradicciones. Retrocede ante la oligarquía que no lo deja pasar y reprime a la masa que lo empuja. De concesión en concesión -primero ante la Reforma Agraria, luego ante la reivindicación del petróleo- cae, por un lado, de hecho en la superconvivencia que repudia por impopular; de represión en represión, por otro lado, va socavando su propia base con el aplauso de sus enemigos. De su parte, el imperialismo, que más rápido que ninguno ha sacado la lección de esta etapa de falsas democracias, ha regresado a sus antiguas preferencias en todo el continente.
Es claro que la suerte de este gobierno esta echada. Al final de su carrera le espera el golpe. Mientras tanto no le queda sino durar. Durar por durar. Durar hasta que el completo desgaste de su relativa popularidad haga insensible el golpe.
En última instancia, la impotencia de este gobierno ilustra la incapacidad histórica de la burguesía para hacer la revolución. En todo momento y en todas partes es victima de sus propias contradicciones, de sus propias limitaciones, de su propio egoísmo. Es hora que otra clase que sea capaz de representar los intereses de las grandes mayorías, que no este enemistada con la verdad ni con la justicia, que no tenga miedo de llevar la revolución hasta las ultimas consecuencias, pase a colocarse a la vanguardia. Esta clase esta ahí, y desde hace tiempo, en escala mundial, esta tomando el relevo. Esta clase es el proletariado. Su verdad el marxismo y su justicia es el Socialismo.
Ante este destino claro e inapelable de la burguesía del gobierno y del régimen, no cabe equivoco de parte de las fuerzas de izquierda. Ellas deben prepararse para no dejarse sorprender sino quieren también ser arrastradas por la tormenta. Ellas deben preparase para cumplir con su propio destino histórico. Y no hay mejor manera de prepararse que planteándose desde ya la tarea suprema, la tarea definitiva de la lucha por la toma del Poder.
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